La estructura de la Justicia tradicional asumió durante muchos años la complicidad con la delicuencia depredadora de virginidades en situación de vulnerabilidad.

Hay todo un anecdotario infame a ese respecto.

(Todavía se puede avizorar la compra pura y simple de menores en el campo y barrios dominicanos por sujetos osados y ricos y hay incluso tragedias de por medio).

Durante una audiencia cualquiera para ventilar una de esas secuelas, el juez manda, no sin sorpresa, que alguien traiga una aguja al tribunal.

Después ordena que el objeto le sea entregado con un pedazo de hilo a la víctima de la violación-seducción.

De esas barbaridades no hace tanto tiempo y hay episodios recientes que ilustran su consecución.

Le pide desde su poltrona, con autoridad, que trate de ensartar lo antes posible el hilo en la aguja.

El espectáculo está diseñado para la humillación y el llanto.

En su atareo, la muchacha falla una y otra vez en su propósito.

El magistrado le observa que esa, la evasiva de la aguja por dejarse insertar, debió ser su comportamiento cuando el individuo intentó el acto de penetración.

Otro caso: traen ante el severo juez a una joven poseída por otro depredador.

La pregunta-que se hizo tradición- fue la siguiente: ¿se quitó usted los panties o se los quitó él?

Si la víctima respondía que fue el hombre el de la acción, es posible que recibiera una condena leve, como era la costumbre, por haber deshonrado, afectado, la vida de una persona en pleno desarrollo físico y mental.

Si por el contrario respondía que fue ella que lo hizo-sin preguntarle nadie si fue forzada a hacerlo con un arma de por medio, con amenazas y sugestiones de por medio- entonces, el presidente del tribunal determinaba que ella quiso esas relaciones, que hubo consentimiento y aprobación. Y todo volvía a la “normalidad”.

La culminación de estos procesos increíbles hoy día era la corona final del espectáculo judicial inaudito: la muchacha, menor todavía, se veía obligada por sentencia a casarse con su violador.

De esas barbaridades no hace tanto tiempo y hay episodios recientes que ilustran su consecución. El Código del Menor ha sido un freno imperfecto aunque necesario completamente.