Cuando baje el termómetro del pataleo post-electoral siempre presente en nuestros tormentosos procesos comiciales, los partidos políticos tendrán que someterse a una profunda autocrítica.

En el caso del PLD, estar conscientes que la abrumadora victoria obtenida a nivel presidencial se apoyó en la figura de Danilo Medina y el apoyo a su gestión de gobierno.  Pero el partido como tal perdió espacios de poder tanto a nivel congresual como municipal, incluyendo el importante baluarte municipal del Distrito Nacional, que llevaba catorce años en su poder.  Necesario que vaya abriendo espacio a caras nuevas y preparando una generación electoral de relevo.

Mas amplio tendrá que ser el análisis de los errores de la oposición.   Tal el PRM, que no obstante la gran diferencia en votos que marcó su pronosticada a inexorable derrota a nivel  presidencial, obtuvo una buena cuota de poder sumando senadores, diputados, alcaldes y regidores en buen número de que antes no disponía. Esto así, más tomando en cuenta la forma apresurada y las condiciones traumáticas en que tuvo que integrarse y el corto tiempo de que dispuso para enfrentar una maquinaria poderosa y fogueada como la del PLD, que contaba con la ventaja adicional de ser  gobierno.

Sin pretensiones de pasar como politólogo, algunos de esos errores a nuestro juicio fueron en forma resumida los siguientes:

Haber equivocado el objetivo que en el caso de la oposición necesariamente tiene que ser el gobierno. Anticipándose al 2016 y  pensando erradamente que el candidato del gobierno a enfrentar sería Leonel Fernández,  concentraron sobre este todo el peso de las críticas a fin de demoler su imagen.  Mientras enfilaban el fuego de sus  baterías contra este,  Danilo Medina pudo ejercer el poder prácticamente sin oposición. Más aún: contribuyeron a allanarle el camino a lo interno del PRD en su inevitablemente enfrentamiento con  el ex presidente.  Cuando vinieron a reaccionar, ya el mandatario se encontraba a buena distancia y disponía de una gran ventaja, apoyada en la notable simpatía que despertó su estilo de gobernar.

No interpretar señales obvias.  Una de ellas, los consistentes resultados de las encuestas que periódicamente otorgaban al mandatario entre un 80 y hasta 90 por ciento de respaldo a su gestión.  Otra, la temprana campaña a favor de la reelección desplegada por algunos de sus más cercanos colaboradores. Si esos amagos iniciales no contaban con el aval público del Presidente, tampoco les puso freno.  El mandatario movió su fichas con paciencia y prudencia, mantuvo la expectativa en torno a su decisión final y anunció esta en el momento que estimó y resultó más oportuno.

La incapacidad para solucionar las diferencias surgidas a lo interno del PRD para mantener su unidad e integridad, teniendo que improvisar a la carrera un nuevo instrumento partidario, sometido además a la pugna interna por la candidatura presidencial entre Abinader e Hipólito y la posterior marginación de elementos afines a este.

Convertido luego en una especie de “ambulancia”,  fue recogiendo los heridos y descontentos de otras agrupaciones que no encontraron para sus aspiraciones, sobre todo del propio PLD debido a la falta de oportunidades que provocó la congelación de las candidaturas.  Al final se encontraron con que no había sombreros para tantas cabezas,  con el obvio disgusto de los que quedaron marginados.

La percepción equivocada de que como consecuencia de la pugna interna en el seno del PLD entre Danilo Medina y Leonel Fernández, el oficialismo terminaría por marchar dividido a las elecciones, olvidando que en el partido morado, por encima de cualquier diferencia prima como meta esencial la conservación del poder.  Una lección que aprendieron de las amargas y reiteradas experiencias en el seno del PRD, de cuya matriz surgieron.

No haber logrado unificar la oposición en un gran frente único.  Una gestión a la cual dedicó afanosos y frustrados esfuerzos Hatuey de Camps.  Un grave error en que, por su parte, incurrieron los llamados partidos “emergentes”, que al marchar dispersos, como francotiradores, obtuvieron tan pírrica votación en unas elecciones que desde el principio estarían polarizadas entre el PLD y el PRM.

Lo cierto es que la incuestionable victoria de Danilo Medina por el abrumador margen con que se produjo fue la última expresión de una tendencia de reconocimiento y respaldo mantenida a todo lo largo de su gestión de gobierno que fueron mostrando sucesivas encuestas que lo situaron por encima de todos los mandatarios de la región;  de que ofrecieron testimonio contundente los números de las principales firmas encuestadoras pocos días antes de la cita electoral y que quedó definitivamente sellada con el resultado de las urnas el 15 de Mayo. Pretender negarlo es tanto como intentar tapar el sol con un dedo.

El PRM y el propio Luis Abinader, que es figura joven, poseen un gran potencial de futuro.  Pero tienen que medir sus pasos y comenzar por analizar sus fallos para no incurrir nuevamente en ellos en vez de andar buscando “chivos expiatorios” fuera de sus fronteras.  La experiencia nos enseña que la derrota termina siendo abono de victoria.  Es la oportunidad y el reto que tienen por delante.

Finalmente, el cada vez más debilitado y cuestionado prestigio de la partidocracia dominicana tiene que acaba de entender de una y por todas, el que su estilo de hacer política exige profundos cambios.  No puede seguirse dilatando la aprobación de la ley de partidos ni de la ley electoral, siempre y cuando no pretendan acomodarlas a sus intereses. Pero además, de un cambio de mentalidad.  La gente lo exige.  Estas elecciones han dejado algunas señales. Las victorias de algunos nuevos valores como Faride Raful y José la Luz, por citar dos casos, demuestran que es posible ganar con un mínimo de recursos.

La abrumadora victoria de David Collado, que superó a Salcedo por más de 20 puntos, con una campaña propositiva y un plan preciso de trabajo que excluyó toda referencia denigratoria ni descalificación a su contendor, debiera marcar el punto de partida del nuevo estilo político que requiere el país.  Ojalá se lleven la señal.  De lo contrario, los partidos caerán en la misma crisis que en otros países han conducido a cambio traumáticos y no necesariamente positivos.  Los ejemplos están a la vista.  Basta con aprovecharlos para curarse en salud.