Hace unos días estuve leyendo varias notas de prensa relacionadas con la discusión a raíz de la convocatoria hecha por la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados, sobre el proyecto de ley que crearía una "zona rosa" en el país que demarcaría el territorio destinado a la labor que realizan las trabajadoras sexuales, y así estas con la "protección policial" puedan "bajar las tensiones del día" de aquellos que se estresan por la mirada insistente de la crisis económica o de muchos que prefieren darse un "gustico por que sí".

Sobre este tema, también estuve leyendo a Pablo McKinney en el día de ayer, quien desnudaba en alguna forma a través de su artículo "Prostitución, educación y señoras", las consecuencias que traería consigo la persecución de la prostitución, ya que esto incidiría de manera negativa tanto en el turismo que tanto dinero mueve, como en la tranquilidad de las familias en donde los maridos de las señoras obtienen estabilidad emocional a través del sexo con una prostituta.

Posiblemente no me atreva a condenar la prostitución, porque la misma entraña una decisión de carácter personal que orina hasta empapar la dignidad de quien la toma, ya que una mujer o un hombre cuando prostituyen sus cuerpos, lo hacen "por gusto o necesidad" o por ambas a la vez, y en otros casos sólo por la segunda, a cambio de dinero para subsistir y mantener sus hijos, o para llenar de vanidad y lujo su entorno corporal que predica o añora libido y juventud, aunque sin atardeceres ni noches en algún salto de aguas blancas con algunos acordes del Jibaro Jazz de Pedro Guzmán.

Ahora bien, lo que si se encuentra sancionado en el Artículo 334 del Código Penal es el proxenetismo, el cual queda tipificado "cuando una persona de cualquier manera ayude, asista o encubra personas, hombres o mujeres con miras a la prostitución o al reclutamiento de personas con miras a la explotación sexual, y que en el ejercicio de esa práctica reciba beneficios de la prostitución", pudiendo esta ser castigada con prisión de seis meses a tres años y multa de cincuenta mil a quinientos mil pesos.

Sin embargo, al parecer lo dispuesto por la norma viene oliendo a "trasnoche", en razón de cada vez que la autoridad asoma la mirada de la persecución en contra de los proxenetas o realiza esfuerzos para tomar por lo menos "el control de la prostitución" como un modelo de conducta que desea cuestionar los grandes esfuerzos realizados por Salomé a favor de las señoritas, muchos ciudadanos sueltan el "grito al cielo" como si se fuera a acabar el mundo, provocando que la autoridad se diluya en su pretensión, y mientras tanto en Gazcue, debajo de un apartamento donde vive una familia con dos niñas en plena pubertad, instalan una "casa de cita" disfrazada de centro de masajes. Y entonces donde instalamos el bien jurídico protegido? Probablemente en las nalgas de las chicas del apartamento de abajo.

Las damas de compañía muchas veces forman parte de la etapa de la vida de un hombre que en algún momento de su vida deseo tener "mucho sexo con maromas", y en otros constituyen un desahogo después de atravesar la bohemia, y es por ello que hasta el poeta Sabina les dedicó estos versos: "A la reina de los bares del puerto que una noche después de un concierto me abrió su almacén de besos con sal. A las flores de un día que no duraban, que no dolían, que te besaban, que se perdían. Damas de noche que en el asiento de atrás de un coche no preguntaban si las querías. Aves de paso, como pañuelos cura-fracasos".

Entonces, ante las divergencias presentadas entre la autoridad que persigue y los ciudadanos de la Patria que reclaman estabilidad emocional, les tocaría a nuestros legisladores resolver el presente problema de encontrar cuál es el bien jurídico protegido que está siendo lesionado en este caso con el objetivo de ampliar lo establecido en la norma o derogarla, o si de alguna manera se olvida de la "zona rosa" y permite que las damiselas vendan los "gustos orales" y su "zona pélvica" donde les venga en ganas. Voten honorables! Voten!

A mi juicio, la autoridad no debe perder el control de las zonas donde se ejerce la prostitución.