En las últimas semanas el autor ha entrado a formar parte de un equipo de trabajo que tiene por objetivo verificar que la documentación entregada, como parte de unos proyectos de rehabilitación energética en edificios, sea la correcta y que lo sea tanto en forma y contenido como tiempo.
Como cada proyecto (y a pesar de que cada proyecto) es de su “padre y de su madre”, se ha intentado -en la organización con la que colaboramos actualmente- crear un protocolo de actuación. El mismo resulta ser eficaz en todo lo que sea más o menos previsible, pero lo que no es posible prever queda sujeto a un manejo fino de la comunicación entre las parte implicadas, que a su vez deriva en una toma de decisión sobre la situación determinada.
En la breve experiencia que hemos tenido en el desarrollo de esta nueva actividad nos hemos dado cuenta de que todo lo que se sale del protocolo de actuación es susceptible de error. No es que sea un error seguro, pero se corre el riesgo de que el error haga su entrada en escena.
La razón de esto todavía no la hemos determinado del todo, pero estamos llegando a pensar que el tema pasa para el nivel óptimo, o no, que se desarrolle entre las partes implicadas. Quizás el lector se pregunte ¿Cuáles son las partes implicadas? En el caso de estos proyectos las partes implicadas son, por un lado, el promotor de la obra, es decir un propietario o comunidad de propietarios que quieren rehabilitar energéticamente su edificio. Por otro lado están los constructores, es decir, los que han sido contratados por los promotores Por último, para el caso que nos ocupa, están los que evaluamos y verificamos que el proyecto cumple tanto en forma, contenido y tiempo con lo que establecen las normativas al respecto.
Si el proyecto en cuestión es “normalito” todo se resuelve con el protocolo de actuaciones que todas las partes tenemos que cumplir. Esto quiere decir que si no hay sobresaltos en el proceso todo fluye nítido. El caso se complica en el momento en que se produce un sobresalto no previsto en el protocolo. Es en este momento en que una comunicación deficiente o mejor dicho poco clara puede hacer que el tema se torne de bien a regular o a mal.
Esto nos lleva a situaciones anteriores en nuestra vida profesional, similares o análogas en algunos de sus puntos, en las que donde hemos dicho dije, se ha entendido Diego o donde dije digo, digo Diego. Esto nos ha llevado a tener que enmendar malos entendidos en incluso pagar de más o de menos alguna certificación parcial o final (cubicación).
Para que el artículo de hoy no se quede en simple anécdota, nos gustaría dejar dos mensajes:
- Es muy recomendable establecer protocolos de actuaciones en las obras y en los procesos conexos.
- Si no hay posibilidad de aplicación de protocolo, establecer canales de comunicación adecuados tanto en medida como en alcance.
- Si es posible, y a partir de las experiencias, crear protocolos alternativos de comunicación, para cuando el primer protocolo falle.
Hay más recomendaciones, pero el espacio de aclarar. Lo dejamos para nuestra clase de control de proyectos de edificación del próximo curso. Hasta la próxima.