Protestar es exponer de forma vehemente queja, oposición o disconformidad ante lo que se considera injusto, inadecuado o ilegal.

Hay situaciones en que la protesta puede alcanzar la dimensión de rebelión; validada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando en el tercer párrafo de su preámbulo se expresa “considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

América Latina fue por décadas un escenario que  justificaba la rebelión  y  por aquí, la Raza Inmortal del 14 de Junio con su incursión guerrillera alcanzó las categorías de héroes y mártires.  Lo mismo que la guerrilla liderada por  Manolo Tavárez Justo ante el derrocamiento del gobierno democráticamente elegido del profesor Bosch.

Otra cosa corresponde a las reales posibilidades de éxito de esas formas extremas de protesta. Por lo que es un ejemplo para el mundo la  manera en que Mahatma Gandhi lideró exitosamente la independencia de la India por la vía de métodos pacíficos mediante la llamada  no violencia activa. O Martin Luther King logrando conquistas extraordinarias para los afroamericanos en los Estados Unidos con métodos tan claramente pacifistas que se le concedió el premio Nobel de la Paz con apenas 35 años de edad.

Un escenario de lucha que nunca justificaría la violencia es aquel en  el que la dirección política del Estado se alcanza por la vía democrática, y menos aceptable aún es cuando las protestas implican la destrucción de bienes, el peligro de la vida de inocentes, el daño al comercio o atentar contra la vida de los agentes de seguridad. Esas más que protestas son acciones vandálicas.

En Chile hay actualmente un interesante debate ante la solicitud de indulto general de un grupo de senadores para beneficiar a  232 personas encarceladas como resultado de masivas y algunas veces muy violentas  protestas  en octubre  2019 a quienes se les acusa del lanzamiento de bombas molotov, incendios, atentados a establecimientos comerciales y de lesiones graves a policías.

Si bien en la República Dominicana lucen superadas esas formas de protesta, hay que recordar que aún en las justificadas movilizaciones estudiantiles de las décadas de los  años 60 y 70, los dirigentes y no pocos participantes se manifestaban contrarios a la violencia.

Las protestas mucho que contribuyen a un mejor Estado; en democracia la no violencia activa hoy además con el concurso de las redes sociales, con inteligencia  y no menos creativos métodos, realmente dinamizan  el avance de la sociedad haciendo al Estado más eficaz.