El domingo 24 de septiembre murió mi madre Juana María Polanco a los 85 años de edad.
Tras haberle sido detectado un cáncer de páncreas un año atrás y no encontrar otra alternativa disponible en el país que la quimioterapia, la llevamos de emergencia al hospital Mount Sinai de Nueva York en donde le practicaron una cirugía compleja (duodenoctomía pancreática). Las posibilidades de vida después de la cirugía es de 1 a 5 años. La misma le alargó la vida a mi madre y la decisión de no darle quimioterapia le permitió disfrutar de calidad de vida en la República Dominicana con dos chequeos médicos en Nueva York, hasta que el cáncer hizo metástasis 14 meses más tarde y la declararon paciente terminal.
La condición de salud de mi anciana madre fue una experiencia intensa y gratificante que conllevó un procedimiento, una cirugía, varios internamientos, terapia postoperatoria y la dedicación familiar a su cuidado personal. Nos produjo mucha alegría y satisfacción oírla cantar, llevarla a la playa y a la montaña, ver su sonrisa al disfrutar las comidas, el cafecito, los paseos y las tertulias con familiares y amistades, y su emoción al participar en las presentaciones en Santiago y en Nueva York de mi libro "Corrupción y cartelización de la política en la República Dominicana".
Los tratamientos de salud y la cirugía que prolongaron la vida de mi madre fueron posibles gracias a su estatus de residente en los Estados Unidos y la tarjeta de servicios de salud "Medicaid".
Creado en 1965 por el presidente Lindon B. Jhonson, el Medicaid es un programa social de salud para las familias e individuos con pocos recursos. Es administrado por los Estados de acuerdo a los requisitos federales y cubre los cuidados de salud de jóvenes con bajos ingresos, niños y niñas, mujeres embarazadas, ancianos y personas con discapacidad. El Medicaid cubre tanto a las personas ciudadanas como a las residentes en los Estados Unidos (caso de mi madre) e incluye asistencia en el hogar, alimentación y cuidados paliativos de los pacientes terminales. Permite, por tanto, la existencia de una vejez protegida.
Mi madre, Juana María Polanco tuvo una ancianidad privilegiada de la cual era consciente, cuidada con amor y respeto por su familia y protegida por el sistema de salud y asistencia de su país de residencia (EE.UU).
Ese no es caso de la mayoría de ancianas y ancianos en la República Dominicana. Somos testigos del maltrato que sufren las personas ancianas por parte de su propia prole: hijas e hijos que golpean a sus madres y padres, que no los alimentan apropiadamente, que los abandonan. También sabemos que el Estado dominicano y su corrupto, nefasto e inoperante sistema de salud y asistencia social no protege a las personas ancianas. Somos testigos oculares del estado de abandono en que viven la mayoría de las personas ancianas en el país.
La República Dominicana tiene una población de personas ancianas de casi un millón y para el 2050 se estipula que una de cada cinco personas serán ancianas. Según datos de la ONU, el 34% de nuestras ancianas y ancianos viven en la indigencia y el 50% de las personas envejecientes que acuden a buscar servicio en los desvencijados hospitales públicos sufren desnutrición.
No existen en el país servicios accesibles de atención de salud, oportunidades de aprendizaje ni y readiestramiento a lo largo de la vida, tampoco hay empleo flexible para que las personas de mayor edad mejoren su bienestar y faciliten su integración en las comunidades.
La República Dominicana necesita invertir en centros geriátricos públicos y en la formación de personal de salud especializada en medicina paliativa para asistir a pacientes terminales, la mayoría de las cuales son personas ancianas.
Como bien sabemos, las personas ancianas son las portadoras de la memoria ancestral y la narrativa histórica.
Proteger y cuidar la ancianidad es nuestra responsabilidad como un pueblo que quiere recordar, pues, como me enseñara mi madre, Juana María Polanco: "recordar es vivir".