"No fuiste una, fuiste la mujer, que bautizó mi nuevo amanecer, me diste agua, me hiciste café, yo no me acuerdo ya ni si te pague." Samaritana. Patxi Andión.

No entiende uno el interés de los diputados por combatir la prostitución que, además, no está prohibida en nuestros códigos.

(Lo que sí prohíbe una ley es otorgar a la educacion primaria menos del cuatro por ciento del PIB o el 16 por ciento del Presupuesto. Justo y lo que acaban de hacer los honorables legisladores de la partidocracia.)

Uno condena la prostitución, no por la moral sino por la dignidad. Y es que cuando una mujer/ hombre vende su cuerpo por dinero, está vendiendo su alma, que es lo que alimenta la dignidad, sustenta el ego sano y alimenta el decoro.

Llama la atención que aquí, en una supina práctica de cinismo e hipocresía social, cuando se habla de prostitución sólo se piensa en la "Peregrina" de Bienvenido Brens, en mi "Amiga del Malecón, mariposita andariega/ rosada flor desojada sin conocer primavera". Y es un error.

En nuestro país, luchar contra la prostitución en el sentido exacto del término, sería una catástrofe nacional: Los viejebos de la clase media alta perderían a su amiguita "bien", estudiante de una universidad privada, que colecciona amigos con derecho a cama para poder coleccionar Ferragamos, Cartier, y pagar cirugias, salón y apartamento.

¡Qué desolada serían las noches de los bares del polígono central, si las autoridades insistiesen en perseguir a quienes practican el fornicio, no porque el gusto rastrille o el verso incite, sino por ascender social y económicamente!

Si a las autoridades, en un momento de inesperada locura, le diera por perseguir la prostitución, ¡Dios mío! ¡Qué tragedia! Cerraría más de un hotel cinco estrellas de la ciudad; temblaría el turismo, quebraría mas de un resort. Al fin, qué sería de nuestras playas turísticas sin saltimbanquis ni amiguitas de clase media baja, que viajan de güiken a descubrir América y celebrar a Europa entre señores que les doblan la edad y les aumentan sus cuentas corrientes.

Si aquí se luchase realmente contra toda expresión de prostitución, quebrarían los moteles y el turismo, y lo que es peor, se diluirían en divorcios los matrimonios "de conveniencia y trata-miento" que esconden meretrices de un solo dueño, ay, infelices ruiseñores sin canto, rodeadas de lujos en jaulas de oro con incursiones frecuentes en alguna pagina de sociedad.

Mas que preocuparse por aprobar nuevas leyes, bien harían los diputados por ocuparse de respetar las ya existentes, la de Educacion de 1997, por ejemplo, y que ha sido más violada que las muchachas de "La bolita del mundo", por agentes que tendrían que cuidarlas. Justo y como ellos, los diputados, tendrían que proteger/promover la educación, y ya vimos todos cómo la trataron a mazazos y en tres minutos, síntoma terrible de una eyuaculacion precoz de la peor.

Dejemos en paz la prostitución, no por la "pobrecita golondrina/ que aventura por los mares del champán y del dolor." Ni por aquella a la que "hizo el destino pecadora, y no sabe vender el corazón", según me asegurara la otra noche en el bar de Teresa, el magistrado de altas cortes mexicanas, don Agustin Lara.

Dejemos a la prostitucion tranquila, no por las peregrinas ni las pecadoras, sino por las señoras, por las señoras.