“El que no sabe es un imbécil.

El que sabe y calla es un criminal.”

Bertolt Brecht

Quienes han vivido en una dictadura saben lo peligroso que puede ser que se acuse de maligno a quien no comparte los intereses del dictador. En regímenes autoritarios el peligro no disminuye, y por ello es igualmente importante mantener la responsabilidad al referirse al adversario político, especialmente cuando quien lo hace no es en realidad una víctima, sino un cómplice venido a menos.

Hace poco decíamos que el país seguirá atrapado en la difícil superación de una crisis que ha dejado de manifiesto los altos déficits democráticos y que se está aún esperando resultados que terminarán cuestionando para siempre la legitimidad de los elegidos porque la autoridad electoral no tiene posibilidad de exponerlos en forma creíble. Lo ocurrido hay que asumirlo: es demasiado evidente y debe ser el espíritu de todo propósito benigno.

Propósito benigno es también que esperemos la superación de una situación que ya hasta muestra al mundo puentes militarizados y que ha sido informado por periódicos libres de toda sospecha. Propósito benigno sería igualmente que los actores políticos hagan su correspondiente evaluación, puesto que desde el oportunismo de cualquiera de los bandos no se construirá nada que se parezca a una mejor democracia y por lo tanto a una mejor convivencia cívica.

Reconozco que hay pocas razones para el optimismo. La vieja y repetida frase de Carlos Marx corrigiendo a Hegel de que “La historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa” vuelve al escenario, a las pantallas y a los artículos de opinión. Lo digo porque desde hace días se empieza a hacer notable un insoportable tufillo a Joao: Regresan las encuestas anunciando al mejor valorado del mundo, resucitan los expertos (en lo que convenga), los rostros top también están de regreso y ni hablar de las visitas que de sorpresa ya tienen poco.

Así, se ha ido conformando un situación absolutamente inconveniente para la democracia y para el fortalecimiento institucional a la que contribuyen de forma irresponsable actores de los que se esperaría algo más cercano no sólo al sentido común, también a una inteligente defensa de intereses que superen en algo la incapacidad, debidamente demostrada, de construir proyectos colectivos.

Creo que también puede considerarse un propósito benigno alertar al empresariado de que la política que financia no puede seguir siendo la que es capaz de ignorar el 15 de mayo.  Aquí a alguien se le fue la mano y tiene que llegar la hora de las sanciones, de las correcciones y de la construcción democrática. Sería terrible tener que concluir que es mejor dejar esto así, pues no hay nadie con la grandeza y la humildad de reconocer lo básico.  Y, repito, a alguien se le fue la mano.

Si lo de los empresarios mostrando un refajo que ya tiene 55 años de edad provoca preocupación a todo quien aspire a la democracia, también preocupan ciertos silencios que se parecen demasiado a la evasión.  Son demasiados los que hacen mutis ante el reclutamiento de los expertos y asesores que habrán de colocar los grupos de presión para discutir la reforma fiscal, la ley de partidos y la ley electoral.   Es también evidente que no hay todavía celebraciones respecto del poder legislativo y que solo celebran algunos perdidos directores de campaña que debieran ocultar mejor su vergüenza.

Es muy obvio que lo que ha ocurrido -contrario a lo que expresan comentaristas callejeros o madrugadores impenitentes- no es responsabilidad de “los perdedores”. Pero habrá que esperar el momento en que ellos y ellas den sus explicaciones y ojalá lo hagan abandonando el secretismo que promueve la modalidad de ‘foro público’ de la comunicación social.

Es de esperar que una vez concluida la triste experiencia no democrática del 15 de mayo, con sus costosos “scaners”, con los aplausos irresponsables a la ‘modernidad’, con los ‘propósitos malignos’ de los impotentes, hablen los que deben hablar del cómo y por qué  se llegó hasta aquí. Que caigan de sus altares los presuntos demócratas, los comunicadores y comunicadoras objetivas, los oportunistas que ya tienen candidato para el 2020 (sí, aunque usted no lo crea).

En el proceso de asumir responsabilidades algo tendrá que decir la “derecha oemegeísta”, sus técnicos de los que se desconocen aciertos, y que seguramente insistirán en acabar con los políticos que son los únicos que pueden resolver los problemas pues son quienes administran el Estado y quienes aspiran a hacerlo. Es hora de que hablen y señalen otra alternativa si es que la conocen.

Debe venir un tiempo de profunda reflexión, en el que hará bien no leer los periódicos ni ver televisión, un tiempo sin auspicio gubernamental para lograr hacer realidad el propósito benigno que la bocinería quiere impedir mediante saturación: darle a la política su mejor sentido creativo, ponerle pasión, deseos y utopía.  Ese simple, único y benigno propósito  es el que nos hará descubrir nada más y nada menos cómo se sale de este tollo en que nos han metido.