El pasado lunes 17 de esta misma semana, Colombo con esa mente y pluma brillantes escribió sobre la palabra “queme” y su significado en el argot dominicano.

Antes de referirme a esto, debo darle las gracias. Es posible que lo hiciera en su momento, pero de verdad no lo recuerdo, aunque nunca es tarde para  enmendar un error.

Cuando uno se encuentra lejos de la Patria, todo lo que huele a ella, conmueve. Hace muchos años, viviendo yo en Santiago de Chile, quería escuchar el Concierto de La Natividad del Señor, que se realiza cada año en la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de  Nuestra Señora Santa María de la Encarnación o Anunciación, Primada de América.

Para mí era muy importante ver este concierto, ya que mi hijo toca en él desde que era un adolescente y ocupaba el último atril de los segundos violines, hasta el día de hoy en que es concertino muchas veces, o asistente de concertino.

Como pensaba que el Señor Colombo era el director de RTVD, le escribí para consultarle sobre la transmisión internacional y para mí fue una gran sorpresa  recibir contestación a mi email, pues se tomó gentilmente la molestia de darme una respuesta y es que aquí cualquier persona que ocupa un carguito, no se toma un minuto de su tiempo para aunque sea dar una respuesta satisfactoria. Todos están en un plano superior, comenzando por las recepcionistas que no son capaces ni siquiera de mirar a la cara a quien busca una orientación.

¡Gracias Señor Colombo!

Pues volviendo a su meditación y preocupación sobre algunas palabras comunes en nuestro país, le diré que la palabra “queme” sí existe en el diccionario de la RAE, pero con otra acepción. Lamentablemente los jóvenes de hoy no la conocen como nosotros la conocimos, pues solo saben bailar -si es que bailan- un merengue mal bailado o una música que solo les permite menear el cuerpo sin nada de gracia y señalando con el dedo índice a todos los lados.

Las  fiestas en nuestra adolescencia eran muy esperadas, porque era el momento de abrazarnos al bailar sin la censura de los padres, aunque siempre  con la mirada vigilante, por si acaso. Era también muy común, la mano izquierda en el hombro del joven, como manera de freno si se consideraba que se estaba propasando y poniéndose de fresco.

Los jóvenes de hoy se han perdido de todo el encanto de bailar en las salas de fiestas y de recibir cartas de amor. A propósito de éstas, en el colegio, cuando había internado en La Vega, muchas alumnas externas, servían de celestinas y recibían las cartas de los novios que eran enviadas a  las internas. En algunas oportunidades en que eran descubiertas, las destinatarias llegaron a comérselas antes de que las monjas se las leyeran y quedar en evidencia.

¡Qué tiempos aquellos!