Con motivo del escándalo Odebrecht, Manuel Mora Serrano presentó, mediante tres entregas (31 de mayo, 1 y 2 de junio de 2017), en acento.com.do su “fabulilla” Cucarachas, bajo el título “Los Verdes y mi fábula de las cucarachas”.[1] Me parece que este relato escrito originalmente el año 1965 y publicado en su versión definitiva en diciembre de 1993 merece nuestra atención por su pertinencia.

Los actores de esta fábula son cucarachas. No es el caso de un Gregorio Samsa, el personaje de Kafka, que se transforma o cree transformarse, que es lo mismo, en un monstruoso insecto. El escritor checo quiere presentar con ello la deshumanización y la enajenación del ser humano en una sociedad mercantilista donde, en esencia, se valora lo útil. Mora Serrano describe en su narración una sociedad de cucarachas; por consiguiente, resulta ser una sociedad degradada y pisoteada, ello debido a la injerencia extranjera en Santo Domingo, debido a los acontecimientos del 24 de abril al 3 de septiembre de 1965, conocidos como la Guerra civil dominicana, la Guerra de abril o la Revolución del 65.

En la fábula, que su autor califica de “fabulilla” como restándole importancia, subyacen cuatro ideas importantes, para mí muy importantes: la identidad personal y nacional, la igualdad de los seres humanos, la corrupción gubernamental y la necesidad de la transformación personal y de manera particular de los gobiernos o gobernantes. Todo esto a través de tres personajes claves: las cucarachas Simeón, Elías y Juan que interactúan con el pueblo.

El viejo Simeón quiere que las cucarachas vivan con los humanos sin tener problemas. La dificultad estriba, esencialmente, por el mal olor que emanan estos animales. Se dirige al pueblo para explicar el plan que tiene: “Para contemporizar voy a proponer dos cosas. Primero, una dolorosa, pero necesaria [… extirpar] radicalmente las glándulas odoríferas […]” (1993, p. 11). En su propuesta esencialmente lo que está pidiendo es que las cucarachas renuncien a ser ellas, que renuncien a algo que las distinguen. Por eso el joven Elías se rebela y le advierte al pueblo: “Él [Simeón] quiere la amputación de nuestra personalidad. Él quiere que desaparezca la rúbrica de nuestro ser […]” (p. 15). Este joven cucaracha revolucionario, por consiguiente, se apresta a luchar por la identidad, tanto personal como nacional.

La identidad es lo que nos distingue a cada uno, son aquellos rasgos propios de una persona que comparte con su comunidad. Renunciar a ellos es renunciar a lo que se es. Recordemos que los pueblos y sus habitantes tienen unas características muy propias y peculiares que los diferencian. Ante los acontecimientos de estar invadidos militarmente por unas potencias extranjeras, pide un refuerzo o una valoración de lo que es ser dominicano. Asimismo, esto nos lleva a la autenticidad. Ser auténtico es ser uno mismo, ser uno con los valores propios y nacionales. No se trata de pretender ser como otros, pues a fin de cuentas la sabiduría del refranero español, que nuestros pueblos conserva, acertadamente nos recuerda: “La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”. El olor a cucaracha es lo que distingue a estos insectos, tal como indica Simeón: “No nos comprenden, advierten que somos nosotros porque hemos dejado la rúbrica de nuestro ser en ese aroma que les molesta […]” (p. 9).

Esto me hizo recordar que, entre los sabios consejos a su Escudero cuando lo nombran gobernador de la ínsula, Don Quijote insiste en que conserve su identidad: “Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puedes imaginarte”. Y a continuación: “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde y virtuoso que pecador soberbio” (2da. Parte, Cap. XLII).

Ante una sociedad dividida por clases sociales y raciales, corrompida por ambiciones personales y ansias de poder, manipulada por mezquinos intereses… se plantea la igualdad de los seres humanos, ya que los derechos cobijan a todos por igual. El viejo Simeón, que entonces ostentaba la dirección del pueblo, habla sobre los humanos, quienes en realidad deseaban la extinción de las cucarachas, en los siguientes términos: “nuestros venerables protectores”, debido a que ellas comían de sus sobras. Por consiguiente, entiende que los humanos les hacen un favor a las cucarachas, las que deben estarles agradecidas por comer sus desechos. Esta consideración se debía, porque “[…] a la superioridad hay que rendirle pleitesía. Nobleza obliga” (p. 9). Excusa a los humanos, pues eso de extinguirlas “[…] no lo hacen por maldad […]” (p. 9). Y a continuación advierte que a las cucarachas les toca averiguar la razón del menosprecio, no a los humanos, ya que “[…] al inferior le corresponde la investigación del porqué el superior lo desprecia” (p. 9). No hay que ser muy suspicaz para ver una mentalidad basada en la consideración de seres superiores e inferiores. El autor está planteando la dignidad de la persona y los derechos del ciudadano por igual, ante una sociedad que rinde pleitesía al poder económico, político y social.

El reciente caso Odebrecht no es otra cosa que el pan nuestro de cada día, no solo en el Caribe y Latinoamérica, sino en el mundo. Tal parece que es un distintivo humano que se da en todas las esferas sociales y gubernamentales. No es que antes no lo hubiera, sino que ahora resulta más obvio, gracias a los medios de comunicación y a la tecnología. El revolucionario Elías se dirige al pueblo, pidiéndole un cambio: “Yo no le hablo a esa claque conservadora que ha sido cómplice de crímenes y robos” (p. 15). No menciona a persona alguna ni gobiernos, sino a todos en general, porque la corrupción toca a todo el mundo. Y cada uno de nosotros puede decir nombres y apellidos.

Esta fábula propone una transformación en el ser humano, ya que transformando al individuo se transformará la sociedad: “Ha llegado, señores, la hora del cambio” (p. 15). Insiste en que cada cual debe hacer bien su trabajo: “Yo hablo únicamente a los cucarachas solamente dignos. A los que no temen al trabajo y a la lucha. Hablo a los que deseen emancipar nuestra raza y levantar nuestros nombres y así borrar siglos y siglos de oprobios y haraganerías, robo y cobardía” (p. 15). En la década de los sesenta, con la revolución cubana, prevalecía la concepción de que era necesario cambiar las estructuras para crear al nuevo hombre revolucionario, según la ideología marxista, que estuvo muy de moda. El texto plantea el cambio personal, ya que cambiando a las personas se cambiarán las estructuras. Si no se transforma el individuo, a la larga, se vuelve a corromper las estructuras establecidas, tal como se ha visto en la práctica.

A su vez, Mora Serrano plantea un grave problema de nuestros pueblos, la perennidad de los políticos en el poder. Carpentier habla que el dictador latinoamericano ha sido una constante en la historia de nuestros pueblos. Por eso Juan Cucaracha expone: “Siempre fuimos gobernados por caudillos y patriarcas” (p. 23). Nuestros dictadores se valieron del ejército para usurpar el poder con las armas, otras veces con el ardid democrático de cambiar las constituciones. Es el ansia de poder que hacen de los pueblos feudos propios de estos engendros nuestros. Recordemos el Facundo de Sarmiento o el Rosas de Mármol, ya que ejemplos nos sobran en nuestras letras y desgraciadamente en nuestros países.

Considero muy acertado el hecho de que Elías no desee perpetuarse en el poder y le dé su espacio a nuevos dirigentes, algo que nuestros políticos no aprenden. En nuestros pueblos se crean espacios vacíos en la política, porque los tiranosaurios, como les llama Roa Bastos a nuestros dictadores, no dan paso a otras ideas. Es el ansia de poder que hace que se eternicen, como el dictador de la novela de García Márquez. Elías presenta a un joven líder, Juan Cucaracha: “Juan es joven, serio y honesto. Bendito él y la sociedad que lo ha producido. Algo extraño en política en cualquier tiempo, aun entre nosotros que practicamos el socialismo. Parece tener ideas claras de la democracia y como tenemos que dar oportunidad a todo el que tenga ideas nuevas y sea digno, debemos escucharlo” (p. 22). Me parece ver en esto una alusión al presidente Juan Bosch, especialmente cuando se indica: “[…] fue sincero con sus sentimientos y sus ideas y a un gobernante solo se le puede reclamar que sea consciente con sus principios, que actúe de buena fe y haga lo posible para hacer felices a sus gobernados” (p. 21).

No cabe duda que esta es una fábula política, según lo confiesa el propio autor (p. 32). No puede pasar inadvertido el último párrafo, en el cual Mora Serrano se rebela contra los signos de puntuación. Esto era una muestra o ejemplo de la revolución que él propone para la transformación social de su patria y que nosotros podemos interpretar para cualquier país del mundo. Y me parece que Jorge Mañach lo explica muy bien en su libro Historia y estilo (La Habana, 1944): “Aquella rebelión contra la retórica, contra la oratoria, contra la vulgaridad, contra la cursilería, contra las mayúsculas y a veces contra la sintaxis, era el primer ademán de una sensibilidad nueva, que se movilizaba para todas las insurgencias […] Nos emperrábamos contra las mayúsculas porque no nos era posible suprimir a los caudillos, que eran la mayúscula de la política” (p. 96-97).

Es muy importante destacar la segunda de las proposiciones del viejo Simeón, que no debe  pasar inadvertida: “[…] que se abran inmediatamente escuelas modernas donde se enseñen avanzados métodos de sabotaje para engañar definitivamente a las fuerzas que nos han perseguido” (p. 11). “Las fuerzas que nos han perseguido” se refiere a los humanos. Pero en el contexto de la situación política de la República Dominicana le está pidiendo resistencia al pueblo. Ya había insistido en la necesidad de la identidad, ahora en afianzar los valores democráticos con la resistencia. Pudiera parecer una llamada a las armas, como se dio en ese entonces, yo lo considero un llamado a volver al estado constitucional.

Plantea, además, un tema existencial, lo efímero de la felicidad: “Nadie puede ser feliz porque todo aburre en el universo y la dicha es solo ese pequeño momento en el que uno mata el aburrimiento” (p. 25). Sin duda, la búsqueda y reflexión sobre la felicidad ha sido una constante en la historia de la humanidad. El Diccionario la define: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Y da como sinónimos: “satisfacción, gusto y contento”. La dificultad estriba en lo que cada persona entiende por “un bien”. Para los filósofos clásicos, la felicidad era lo que el ser humano busca; es el fin de su actuación. Esto reside en la mente del individuo, por eso el esfuerzo y la virtud ayudan a superar los momentos que no son felices. La literatura sapiencial bíblica pone la felicidad en la sabiduría y, como le expone Don Quijote a Sancho en su primer consejo, el temor a Dios. Lo cierto es que todo ser humano ansía la felicidad, pero no todos logran alcanzarla.

Nunca debemos olvidar que el momento de la redacción de un texto es privativo del autor, mientras el momento de la lectura le corresponde al lector, quien se acerca al mismo con su particular visión del mundo. De aquí, según cuenta Manolo, cuando leyó esta fábula en 1987 en la Academia de Ciencias de Israel, los judíos se vieron retratados en él. A su vez, en Costa Rica consideraban que hacía referencia a la realidad cubana, mientras otros que a la de los haitianos (p. 32-33). Por eso tiene razón al confesar: “Esas múltiples lecturas que pueden tener mis cucarachas no creo que la agoten […]” (p. 33).

No me extraña que los israelitas se hayan identificado, no sólo por los nombres, sino también porque en la fábula existe un lenguaje bíblico. Veamos: “Elías había descendido de la botella como quien baja del monte sagrado. Se diría que traía las tablas de la ley” (p. 16). Es una alusión directa a Moisés (Véase Éxodo 19, 25). Más adelante: “Era el nuevo jefe ungido por el pueblo” (p. 16), que remeda la unción de David por el profeta Samuel como el próximo rey de Israel (1Samuel 16, 12-13). Cuando las cucarachas emigran (p. 19-20) tiene gran similitud con el éxodo del pueblo judío por el desierto, según leemos en el Éxodo. Y más aún cuando se establecen y “añoraban el pasado” (p. 20-21), como los israelitas añoraban las ollas y cebollas de Egipto (Números 11, 5).

También se hace alusión al Corán cuando Elías despide al viejo Simeón: “Que los dioses tutelares de nuestra raza lo acojan con beneplácito y le den la juventud perenne y le permitan, como premio y castigo a la vez, deleitarse en el paraíso de las cucarachas con el aroma de las jóvenes hembras las noches de verano y su espíritu dance gozoso en el viento del estío por los siglos de los siglos” (p. 17).

Para aclarar los nombres empleados, el autor explica que Elías solo tiene coincidencias onomásticas con el coronel Elías Wesin y Wesin; Juan en el presidente Juan Bosch y “[…] no sé de dónde apareció Simeón” (p. 31). Como toda fábula tiene su moraleja, Manolo entiende que “[…] si la tiene, no es fácil de descifrar” (p.32). Creo todo lo contrario, el lector puede arrimar la sardina a su brasa. Al terminar de leer esta “fabulilla” recordé el dicho de un sabio anciano venezolano que me definió la vida en los siguientes términos: “La vida es un carajo. Los que están arriba cagan a los de abajo, pero si alguna vez los de abajo suben arriba, ellos cagan a los de abajo.” Creo que esta moraleja le viene muy bien.

[1] El 22 de enero de 2017 la sociedad civil dominicana protestó por las calles de Santo Domingo pidiendo que todos los implicados en el escándalo de corrupción, especialmente el de Odebrecht, fueran juzgados. A esto se le llamó la “Marcha Verde”. El 22 de febrero se entregó en el Palacio Presidencial el “Libro Verde” con 312,415 firmas que pedían se investigara dicho escándalo de corrupción. Y del 12 al 19 de marzo se avivó este reclamo con la “Llama Verde”.