En estos párrafos introductorios debo entre otras cosas expresar que soy un entusiasta lector de los libros que dominicanos amantes de su patria chica han escrito sobre sus parajes, distritos municipales, pueblos y municipios natales como puede ser Guaraguanó, Matayaya, Majagual o la Cueva de Cevicos, aunque la mayoría de ellos no sean más que un simple anecdotario, una exaltación exagerada de los “valores” provinciales o de banalidades únicamente de interés local.

Este pueblerino afán de resaltar el número de comadronas que allí trabajaban, quien fue Miss piscina en el 1969, los apodos de los personajes más significativos, los nombres de los dementes ambulatorios y las costumbres y tradiciones ya desaparecidas, además de construir las bases sobre las que los futuros historiadores de la zona establecerán sus estudios, representan para mí un testimonio de agradecimiento al medio y a la época que al autor le toco vivir, así como un esfuerzo por individualizar y caracterizar su terruño.

Debo hacer constar además que por motivaciones ajenas a la política y que un paciente lector conocerá mas adelante, desde los años ochenta del pasado siglo tengo un vivo interés por conocer los descendientes del general montonero mocano Cipriano Bencosme Comprés y de su hijo Donato Bencosme Bencosme porque me apetecía observar en vivo o en fotografías su amplia y espesa parentera filial.  Entre los dos tuvieron 59 hijos.

No considero ocioso señalar en estas líneas preliminares el hecho de que mi familia maternal es oriunda de la denominada ciudad Heroica o Villa del Viaducto, al ser mi abuelo Pedro María Rojas Morales hijo de José Lino Rojas Guzmán y María Cleofé Morales, ambos mocanos.  Tom Viñas Rojas, Avelina Lara, Dolores Cordero, Arístides Sanabia, Pepé Morales y Nené Rojas Guzmán eran entre otros, primos hermanos de mi madre Avelina Rojas Pérez.

Nuestros frecuentes viajes en los años 50 para visitar a mi tío Pedro Augusto Rojas Pérez; las rituales paradas en la panadería “Las Mercedes” para comprar las célebres galletas de manteca y lacticinios varios; el avistamiento de la vieja locomotora a la entrada de la ciudad y ser Moca la única población observable – sobre todo su iglesia – desde el pie del Monumento de la Restauración, constituían un regocijo para el autor de este artículo, intensificándose esta grata impresión cuando escuchaba a Elenita Santos cantando composiciones de Bienvenido Brens acompañada por Angel Bussi.

Al saber mi hermano menor José Horacio mi querencia por conocer las familias procreadas por los Bencosme antes citados, me comunicó que en una obra titulada “Juan López: ayer y hoy”, cuyo autor Fidencio Bencosme le había dedicado un ejemplar el día 3 de este mes de Julio, se destacaba en detalle la vida y obra de ambos.  Al recibirla comprobé que su autor era quien había aportado la idea de hacerla pero su redactor – en este caso su ghostwritter – era el ex profesor de Letras y Derecho de la UASD Luis Brito Ureña.

Como final de este largo preámbulo debo apuntar, que a inicios de esta centuria  tuve en mis manos en la fundación MAPFRE situada en el paseo de Recoletos en Madrid, un pesado libro del fotógrafo norteamericano Nicholas Nixon quien cada año – desde 1975 hasta el 2010 – les tomaba fotos de manera conjunta a las Hermanas Brown, una de las cuales estaba casada con él.  Observando una por una las fotos con detenimiento, comprobamos no solo los rasgos comunes entre ellas sino también el estropicio facial causado por el paso del tiempo.

Finalizados estos datos preparatorios debo significar que salvo la obra “Bonao: Una ciudad dominicana” editada por la antigua PCUMM en 1972, ésta sobre Juan López no se diferencia en nada a las que usualmente se publican aquí, cuyo contenido se caracteriza por anécdotas humorísticas, leyendas en torno a los personajes más relevantes, relatos concernientes a sucesos insólitos, inventario de costureras, viviendas y chóferes del lugar, así como otros testimonios para consumo comarcal.

En vista de que me interesaba particularmente tener antecedentes sobre la progenie de Cipriano (1864-1930) y su hijo Donato (1908-1957), por este libro me enteré que el primero tuvo 27 hijos con su esposa y otras nueve mujeres, figurando en el texto los nombres de cada uno de ellos. Además, que su apellido era de origen árabe significando en esta lengua “hijo de Cosme”, pudiendo estudiar a gusto, con esmero una fotografía del personaje donde aparece sentado con la pierna izquierda cruzada sobre la rodilla de la pierna derecha.

Del segundo me informé haber sido el padre de 32 hijos tenidos con su esposa y cinco mujeres más. Fue, durante el gobierno de Horacio Vásquez, ministro consejero concurrente en las embajadas de Alemania, Francia, Inglaterra y Bélgica. Se graduó de agrimensor en la Universidad de Santo Domingo, y que fue poéticamente descrito por el ex presidente Balaguer en su “Romance de Donato Bencosme”. Ambos personajes fueron asesinados por órdenes del dictador Rafael Trujillo.

Tuve conocimiento además, que ellos no eran los únicos sementales de la región al existir otros garañones como: Macario Comprés que tuvo 21, Nené Rodríguez y Miguel Comprés Bencosme 17, Gilberto Rodríguez y Antonio Bencosme 16, Ramón Rivas 15, Esmérito Bencosme y el padre del autor de este libro Quinco Bencosme 14, Dámaso Morillo 13, Nonón Tejada 12, sea en Juan López abajo o arriba, Los Turcos, San Caralampio, El Salitre u otras secciones.

Toda esta desmesura reproductiva que reflejaba entre otras cosas el escaso número de diversiones en esta antigua sección de Moca, a la vez que me recreaba y entretenía me exasperaba al imaginar la gran oportunidad que perdían las autores de consignar en su pormenorizado trabajo los rasgos físicos y hasta conductuales de los descendientes en cada familia de éstos prolíficos cibaeños, que al parecer se ufanaban de rivalizar con la fertilidad de las tierras donde residían.

El autor argumentará con razón que el libro fue concebido con la finalidad de particularizar la geografía y habitantes de este Distrito Municipal – tal como las obras “Distrito de Juan López; recuerdos y aportes” de Rubén Lulo y “Juan López, Moca, un terruño sin par” de Juan Pérez T – debiendo entonces ser degustado en exclusiva por sus moradores. Pero como sugiero en el epígrafe anónimo de este artículo, el destino de un libro no depende de la intención de los autores, sino del entendimiento, la comprensión de los lectores.

Qué deseaba encontrar en este ensayo sobre Juan López? Espoleado quizá por las fotos que les tomó Nixon a las hermanas Brown, quería ver fotografías de grupo de los descendientes de Donato cuando probablemente éstos se reunían –por años intenté sin éxito asistir a alguno de ellos – para observar lo que físicamente tenían en común, el aire de familia que se distribuye a capricho, sus diferencias, y por ejemplo, cómo una barbilla que quince años atrás era puntiaguda se vuelve más carnosa por el paso del tiempo.

No pretendía que Fidencio o Brito Ureña haciendo un alarde propio de un genetista, antropólogo o fisonomista hicieran un estudio comparativo entre los componentes de estas multitudinarias generaciones, sino que su agudo poder de observación asistido por la notable sensibilidad literaria que asoma en su narración, describieran las similitudes, desigualdades, diversidades, inconstancias y recurrencias de un rasgo corporal, una expresión gestual un ademán involuntario, y sus modificaciones a través del tiempo dentro de la membresía Bencosme.

Hace poco en la revista sabatina “Ritmo Social” editada por el periódico Listín Diario se reprodujo a pleno color una reunión que la familia mocana Cáceres celebró en Estancia Nueva, con la presencia de los nietos, biznietos, tataranietos y choznos del ex presidente de la República. Representó para mi toda una fiesta observar en detalle los rostros de cada uno de los participantes y mentalmente compararlos con las fotos que de juventud y madurez tengo del suegro del primo de mi madre Tom Viñas Rojas (Mon Cáceres).

Confieso haber experimentado sensaciones muy gratas durante la lectura de este voluminoso libro sobre Juan López impreso en la Editora Manatí de Santo Domingo, sobre todo leyendo algunas notas a pie de página como aquella donde la tradición aconsejaba a las muchachas no pisar las flores de amapola porque se van con los novios. Según el prof. Domingo Acosta, en Villa Trina – donde abunda este árbol – tenía una vez 23 alumnas y solo quedaron 10, aunque un tal Camacho sentenciaba: no creo eso de las amapolas porque ellas siempre se van, en cualquier tiempo y lugar.

En definitiva, esta obra de inspiración costumbrista contribuirá sin duda al fortalecimiento de pertenencia a este feraz y productivo Distrito Municipal de la provincia Espaillat, pero cuánto me placería que en el futuro surgiera en la literatura local una especializada monografía analizando, bajo las luces de la ciencia, la prole de Cipriano y Donato o de cualquiera otro padrote de la región, y en este caso el contenido sobrepasaría el interés provincial alcanzado entonces dimensiones nacionales, incluso caribeñas.