En sociedades como la nuestra, el liberalismo, expresión socioeconómica del sistema social vigente, está fundamentado en la conceptualización y en la lógica del capital, donde el arte y la música en particular, pierden  sus esencias al ser convertidos en mercancías.  Lo sublime, lo sagrado y lo trascendente no existen.  ¡Solo objetos para ganar dinero!

Pero la música siempre es dialéctica, asume un protagonismo  en el proceso contradictorio de los intereses de las clases sociales y el Poder.  Es inofensiva para el sistema cuando está domesticada en el esteticismo dominante.  La sobreestimación de una mal llamada “música Clásica”, por ejemplo, es deleite de minorías trasnochadas, porque no vende en un mercado dirigido para el consumo colectivo.

Aunque irrite y provoque el desprecio de las elites, la música popular como la bachata o la música de calle, muchas veces dan comezón, molestan, sobre todo cuando amagan con rupturas.   A pesar de eso, son importantes y prioritarias mercancías para la industria de la música, porque venden, a pesar de los falsos pudores éticos, estéticos y morales de las rancias minorías, desfasadas y neocolonizadas.

Los ideólogos e intelectuales al servicio de las élites, han satanizado a la música de calle, con los epítetos más insultantes, discriminatorios y racistas.  Llamándola de basura, veneno, irrespetuosa, indecente, que induce a la perversidad, a la indecencia y hasta al consumo de drogas.  Sus protagonistas son jóvenes depravados, ignorantes, anti-ídolos, lacras sociales.  Para la minoría, esta música no tiene calidad, con liricas mediocres, pobres, sin poesía.  ¡Por lo tanto la música de calle es una aberración y una vergüenza!

En medio de esta mitología satanizada, mentirosa, aparecieron Luis Fonsi y Daddy Yankee, con “Despacito”,  una  producción callejera, que se ha convertido en una sensación mundial y en un fenómeno social, donde  han solicitado su reproducción en You Tube más de cuatro mil millones de personas  en todo el mundo, convirtiéndose no solamente en el video más visto en la historia de la humanidad, sino que uno de cada tres habitantes del globo la conocen.

Tiene el record de14 millones de vistas al día, primer lugar en 89 países y se mantuvo encabezando el listado de canciones del Hot de Billboard durante 16 semanas.  Sin importar lengua, idioma, “Despacito” ha calado, ha llegado a la profundidad de millones, sin importar  grupos étnicos,  sexos, religiones ni países.  ¡Algo nunca visto!  Mi hija, con seis años de edad, al igual que sus compañeritas del colegio, se sabe esta canción completa, desconociendo el significado real de su contenido, pero sintiéndola y bailándola.

El contenido no ha sido blanqueado para el gusto de las élites, ni ha sacrificado sus esencias. Tampoco es una lírica escrita por la candidez de los ángeles, para que bailen inocentemente los santos, ni tan poco es una encomienda para una fiesta del vaticano.   No, mantiene el código ético y estético de la música de calle, con la malicia sexual, provocadora y contestataria de los artistas callejeros:

“Ven prueba de mi boca, para ver cómo te sabe

quiero, quiero ver, cuanto amor a ti te cabe

yo no tengo prisa, yo me quiero dar el viaje

empecemos lento, después salvaje”.

Nada de hipocresía, el deseo con la entrega total está previsto sin poesía.  La intimidad es personal, con el deseo de los dos, sin tapujos y con espontaneidad, consentida y deseada hasta el infinito:

“Déjame sobrepasar

tus zonas de peligro

hasta provocar tus gritos

y que olvides tu apellido”.

Es un contenido directo, escrito con delicadeza, apelando al cabello, para eliminar el velo del misterio y lo desconocido:

“Quiero ver bailar tu pelo

quiero ser tu ritmo

que le enseñes a mi boca

tus lugares favoritos”.

Tiene la malicia sana, encubierta, sin mala fe caribeña, que recurre a lo tangible y existencial para presentir lo sobrenatural y hasta prefigurar a los dioses:

“Pasito a pasito, suave suavecito

nos vamos pegando, poquito a poquito

cuando tu me besas, con esa   destreza

creo que eres malicia, con delicadeza”.

Para la exaltación y la plenitud, no hay que correr ni apelar a la prisa.  Eso es para los desesperados. Todo lo contrario, la calma y la concentración son determinantes para la satisfacción plena. Con la delicadeza y la magia de las metáforas de la poesía con amanecer, Daddy y Fonsi, susurran:

“Despacito

“Quiero desnudarte a besos despacito

formar las paredes de tu laberinto

y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito”.

Pero si la letra, (literatura, lirica) está en español ¿Cuál es el secreto para ser tan popular en tantos países que hablan otros idiomas y que se supone que no entienden el contenido de la canción?

El secreto es la música (el ritmo) y los coros. Para el compositor mexicano  José Miguel Delgado Azorín, “predomina fusión entre pop latino y urban, con dejos de cumbia y música flamenca”.  “Hay un abanico de estilos, en bloques de cuatro compases.”.  La “base rítmica –sigue diciendo- del Reggae y del Hip Hop, en el sonido de bajo, es el golpe del Bombo de la batería”.

Sin importar la diversidad, lo cierto es que el sonido del tambor, llega a lo más profundo del ser que lo oye.  Es un reggaetón de música callejera, donde el secreto es el ritmo  de un tambor mágico que viene de los ancestros africanos.  No hay que copiar a Europa, ni que las letras sean “bonitas”, para producir música  con identidad, que traspasen los esquemas esteticistas de las elites, hay que buscan en nuestras esencias, en nuestras raíces, en la fusión de nuestra diversidad, de nuestros barrios, de nuestro pueblo, para ser música de identidad, que se apodere del universo.  “Despacito”,  es una muestra excepcional.

Con la autenticidad caribeña, de llamar las cosas como son, mirando siempre la vida como es, con la ausencia de un hipócrita pudor, con la transparencia de la verdad, con la candidez de la espontaneidad,  con poesía que no ofenden a los dioses, sino a los hipócritas, Fonsi y Daddy, guiñando el ojo, llenos de plenitud y malicia expresan, con la mayor satisfacción del mundo:

“Pasito a pasito, suave suavecito

nos vamos pegando poquito a poquito

y es que esa belleza, es un rompecabezas

pero para montarlo aquí tengo la pieza, oye…”