En diferentes momentos en la historia nacional, los gobiernos se han dejado impresionar por su propia propaganda acerca de la situación económica y la realidad social. Los voceros pagados con que inundan los medios sólo consiguen ensuciarles el panorama. Así, los gobiernos llegan a labrarse una imagen irreal de la situación que sus acciones y a muchas veces su inactividad provoca. El elogio excesivo les nubla las perspectivas y los hacen alejarse de una realidad casi siempre cruda y distinta a la que llegan a pintarse por efecto de la propaganda.
El abuso de la promoción puede anestesiar por un tiempo a las multitudes. Pero no por mucho tiempo. Un gobierno puede cansarse de decirle al pueblo que está bien y que todo marcha a pedir de boca, pero si ese discurso no se corresponde con la realidad que el pueblo vive, la reacción de este al final será más enérgica. Procederá con enfado ante el engaño. Un error en que frecuentemente se incurre en el ámbito del Gobierno es el de rechazar, automáticamente, toda forma de crítica u observación a programa o política oficial, especialmente si se han depositado al respecto expectativas fuera de lo normal. Lo que hace más negativa esa práctica, es el hecho de que muchas de esas reflexiones están llenas de buena fe y con un deseo manifiesto de colaboración.
Por lo general los gobiernos no aceptan actitudes de este tipo y sus voceros en los medios, creyéndose ante una oportunidad para añadir méritos a sus hojas de servicios, las tiñen de las peores intenciones, lo que hace imposible después una sana discusión alrededor de ellas. Como siempre finalmente ocurre, los gobiernos terminan aislándose del corazón de la gente y de ese modo todo intento de comunicación eficaz se queda en el camino. Una lección vieja que nadie aprende.