Francia ha sido el blanco del terrorismo más abyecto y desafiante, el que quiere serruchar la libertad de expresión. Unos adoctrinados seleccionaron sus víctimas y las asesinaron para amordazar las voces que les molestaban y que se oponen a las dictaduras de todo tipo, políticas, económicas y religiosas.

Existe en Francia una tradición de periódicos satíricos que surgió en tiempos de la Revolución Francesa y que utilizaba el dibujo para captar a una población que era en su mayoría analfabeta. En el siglo XX el ancestro del actual Charlie Hebdo, Hara Kiri, se describía como “el periódico estúpido y malo”. Prohibido en dos ocasiones por el gobierno francés en razón de sus acerbas críticas al general Charles de Gaulle, Hara Kiri se transformó en Charlie Hebdo que desapareció en los años ochenta en su primera versión. Reinició sus operaciones con una nueva dirección en 1992, integrando parte del viejo equipo y nuevos dibujantes.

Los periódicos satíricos franceses son, por su propia naturaleza, insolentes, irrespetuosos, irreverentes, ácidos y de tradición anticlerical. Es una prensa que se burla de los defectos de los poderosos, caricaturiza sus pequeñeces, sus traiciones. Por su  anticlericalismo, que proviene de una izquierda radical, ridiculiza los creyentes y los no creyentes, las religiones y a Dios, a través del arte del dibujo. Sus únicas armas son el talento, la risa y el sentido del humor.

En pocos segundos, Francia perdió varios de sus mejores dibujantes; en segundos, casi toda una generación de valientes artistas y humoristas fue vilmente asesinada por sus ideas. La dirección de Charlie Hebdo fue decapitada y su sede fue destrozada por cobardes que solo pueden hacer prevalecer sus ideas con kalachnikovs. También tres policías perdieron la vida en esta matanza.

Muchas veces, desde 2005, Charlie Hebdo y sus periodistas habían sido blancos de amenazas y ataques  por haber publicado las famosas caricaturas del profeta divulgadas originalmente en Dinamarca y por ser fieles a su anticlericalismo, pero nunca se doblegaron. Seguían alertando la sociedad sobre algunas de sus crecientes fallas y peligros.

Francia, al igual que otros países europeos, pero en mayor escala ya que alberga la mayor comunidad musulmana de Europa, ha criado en sus barrios marginados una segunda y tercera generación de franceses de religión mahometana. Si bien un gran número de estos jóvenes, beurs, como se les llama, se han integrado a la sociedad y han alcanzado éxitos notorios, otra parte, la más rezagada, ha rechazado de frente la laicidad, principio fundamental de la República Francesa. Al no sentirse tampoco parte de sus países de origen se han volcado al Islam y al Islam radical.

Esta juventud discriminada socialmente, que no ha encontrado su lugar en la sociedad de consumo, ha sido el objetivo de redes islamistas que han trabajado cara a cara sus debilidades y sus frustraciones, vía las numerosas mezquitas implantadas en Francia gracias al financiamiento de países con visiones imperialistas religiosas. Adoctrinados, han abandonado sin dificultad los valores de su país de adopción, que el sistema educativo laico y republicano no había logrado inculcarles. Algunos se han vuelto djihadistas, listos a sacrificar su vida por la guerra santa y en nombre de Allah.

Con este atentado  se abre una trampa gigantesca  a la sociedad francesa: ¿cómo no hacer  amalgamas peligrosas creando más odios? Se trata de librar una guerra contra el terrorismo  islámico y su guerra santa sin ampliar las fracturas que existen hoy en día entre los franceses, sin radicalizar una parte de la sociedad y sin caer en las garras de la extrema derecha. Lograrlo sería el mayor grande homenaje que se le podría ofrecer a las victimas de la matanza de Charlie Hebdo. Francia no puede dejar que el islamismo terrorista la envuelva en la espiral del odio y del miedo al otro, al que es diferente, en  detrimento de los valores republicanos que defendieron con sus plumas, sus risas y sus vidas los periodistas y policías muertos en este terrible 7 de enero.