Vivimos para olvidar; y lo hacemos, pues así se nos ha enseñado a vivir. Se nos ha adiestrado para que no perdamos tiempo recordando las cosas que van sucediendo a nuestro alrededor. Ha sido inoculado en nuestras mentes que nuestros recuerdos solo deben enfocarse en lo que nos sucede y no en lo que ocurre en nuestro entorno.

Y quizás estas cosas que ocurren a nuestro alrededor no son gratas de remembranza por lo poco agradable que son. Posiblemente también por ser tantas las cosas que recordar. Y quizás también por el tipo de sociedad en que vivimos en donde las cosas poco agradables abundan y las que sí lo son escasean.

Cuando hacemos esto, probablemente protegiéndonos de la ensordecedora y cruda realidad, nos deshumanizamos sin darnos cuenta. Nos desintegramos de nuestra sociedad y aunque poco sea crea, parecería que hemos nacido para vivir muriendo.

Vivimos olvidando y como vivimos así, vivimos repitiendo la historia. Olvidamos, y como lo hacemos, no podemos escribir nuevas líneas de esperanza. Un titular se traga el otro. Y como vivimos olvidando titulares del pasado, regresan a veces con el mismo vestido y otras veces disfrazados con prendas nuevas.

Pero continuamos tomando la decisión de olvidar, de seguir empañando la burbuja en donde vivimos, para así enterarnos lo menos posible de lo que ocurre afuera. Y mientras hacemos eso, el discurso desmovilizador avanza a galope como Duvergé en el Memiso.

Ayer nos entreteníamos con la melena de Vakeró, luego con la final de la pelota invernal, hoy con el senador Bob Menéndez y el Dr. Melgen. Los temas estructurales y sociales por su parte abandonados al olvido. La inseguridad creciendo, la corrupción y la impunidad como nunca antes vista, la salud cada vez peor, la educación preocupándose más en sorteos de escuelas y no en crear mentes críticas, movilizadas y contestatarias.

Nuestro olvido contribuye a la opresión de los más vulnerables. Si en nuestro paso por la tierra no hacemos nada por ayudarlos y por dejar este mundo mejor de lo que lo encontramos habremos vivido para oprimirlos y para consolidar el status quo.

El no olvidar implica cuestionar a la vida misma y cómo la vivimos. Entraña no conformarnos con lo que encontramos al nacer. Supone sin lugar a dudas fomentar el disenso como forma real de vivir y ejercer la democracia.

En el último trimestre del año pasado tuvimos un hálito de esperanza. La gente se detuvo a recordar; decidió por un momento no olvidar. Debemos prohibirnos olvidar lo que ocurre en nuestro entorno, y recordarlo para que otros no sufran y perezcan a causa de nuestro olvido. Si se quiere contribuir a cambiar el estado de cosas, la primera regla es que queda prohibido olvidar. Como bien dijo el ex presidente argentino Nicolás Avellaneda: “el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”.