El próximo domingo 17 Chile elegirá presidenta, a todos sus diputados, a la mitad del Senado y a los Consejeros Regionales. De lo observado en la campaña chilena hay un punto que me parece relevante pues varios de los y las postulantes –son nueve- aplazaron la presentación de sus programas por diversos motivos, con esto evidentemente desvalorizan este documento que más de una vez hemos considerado la referencia obligada para la formulación de las políticas gubernamentales.

Durante las campañas un programa parece ser lo que da algunas garantías a creyentes y no creyentes hasta que se confirma que los programas inspiran escasas acciones gubernamentales y que la mayoría de las ejecutorias de quienes ganan las elecciones no estaban en el programa del ayer candidato.  Hagan el ejercicio.

No es necesario entonces darle muchas vueltas al asunto: los programas que durante las campañas entretienen a estrategas e ilusos deben ser estudiados como un componente de la propaganda política, cuya capacidad de engañar está en gran medida facilitada por el grado de información de la población.  Es decir que a estas alturas es la obvia insuficiencia de convencer que tenga un candidato  lo que determina la necesidad de tener un programa.

¿Necesitaba Bachelet un programa? Parece claro que no. En primer lugar porque la posibilidad de cumplir sus más importantes ofertas estarán condicionadas por el resultado de la elección parlamentaria. También porque la Bachelet terminó su mandato anterior con un 80% de aprobación (sin gastar más de US$ 30.000 diarios en propaganda y recientemente ganó la nominación de la “Nueva Mayoría” con más del 70% de los votos, y sin usar un solo centavo de recursos públicos). Hay, además, muy pocos chilenos que aún sin conocer el bendito programa saben lo que la presidenta hará y saben lo que no hará. La razón por la que ella no tuvo ningún problema para hacer el tramo más largo de su campaña sin programa es porque tiene algo que sólo los políticos decisivos tienen: ella tiene biografía.

Nadie, si opina honestamente y con la información suficiente, puede decir que ignora cómo será el próximo gobierno de la Presidenta Bachelet (2014-2018). Lo saben sus seguidores, lo saben quienes la apoyan con algunas dudas, y lo saben por supuesto sus adversarios.

La ex Ministra de Salud, ex Ministra de Defensa (la primera mujer en ocupar ese cargo en Chile y en Latinoamérica), ex Presidenta de la República (la primera mujer presidenta en Chile) y ex Directora de ONU Mujeres tiene, como se ve, biografía.  Hija de un general democrático muerto a consecuencia de la tortura,  Michelle Bachelet sobrevivió a los centros de detención y tortura de Villa Grimaldi y Cuatro Álamos donde estuvo detenida junto con su madre Ángela Jeria, sufrió el exilio y a su regreso a Chile (1979) se dedicó a dar apoyo profesional a hijos de detenidos y de víctimas de la dictadura. A estas alturas de su carrera política no genera interrogantes y todos sabemos lo que será y no será Chile en los próximos cuatro años. Todos y todas pueden esperar que la democracia y la institucionalidad chilena se verá fortalecida sin necesidad de veedores, de comisiones especiales o de mesas de trabajo. Uno de los asuntos centrales sobre los que el programa de Michelle Bachelet no hace ofertas de cambio seguro es acerca de la modalidad para el cambio constitucional, por una razón muy sencilla: habrá que saber primero los resultados que determinarán la nueva composición del poder legislativo y mirar con atención el movimiento que promueve la asamblea constituyente marcando el voto y escribiendo “AC” en la papeleta.

Ojo que ni de lejos podemos anunciar, ni estamos anunciando, el fin de los programas. En primer lugar porque hay biografías y biografías. Quien la quiera ocultar destacará siempre durante la campaña electoral que tiene un programa y la importancia del mismo irá decreciendo a medida que avanza el tiempo. Los gobiernos de los candidatos sin biografía siempre hacen más cosas que no están en sus programas que las que están, y eso es otro buen argumento para destacar la biografía.

Las grandes ofertas programáticas suelen ir a la gaveta cuando los candidatos sin biografía ganan. Ya bien entrada la segunda década del Siglo XXI hay que tener coraje para hacer los “cambios del modelo” que han sido ofrecidos en un programa. Hay que tener valor para reconocer que eso dejó de ser prioridad. Todos hubiesen sabido que no habría tal cambio, si recurrían a la biografía.

El último factor decisivo a la hora de las expectativas creadas está íntimamente vinculado a “las compañías”. Las chilenas y chilenos sabemos que ni al gabinete, ni a ningún cargo público irá alguien que haya estado cerca de Pinochet (en Chile también son longevos los fascistas). Tampoco la Presidenta va a nombrar en un ministerio a alguien que a los seis meses salga a ofrecerse como su sucesor. Mucho menos estará en primera fila un corrupto conocido y reconocido. Sabemos que nadie de sus equipos se dedicará al arte del “tumbapolvismo mediático”: “La presidenta es una estadista”, “la presidenta es una líder”, “la presidenta es humilde”, “la presidenta es cercana”… Ella no necesita eso porque tiene biografía y su liderazgo lo ejerce.

Sabemos que por biografía, por programa y por compañía muchos de sus más exigentes votantes vivirán estos cuatro años en una severa tensión, que ojalá facilite que el ruido de la calle siga llegando hasta las más altas esferas del gobierno y que se responda con políticas que signifiquen más y mejor democracia.

Ante una líder política como Michelle Bachelet hay que ser un poco ignorante para decir después que no satisfizo expectativas. Eso nunca ocurre con los líderes con biografía.

Sin embargo, no hay que ignorar que los programas y las compañías adquieren una inusual importancia a la hora de la construcción de alianzas entre socios que lo intentan por primera vez.  En ese tipo de acuerdos priman los compromisos políticos, especialmente aquellos referidos al funcionamiento de las instituciones, al respeto a la separación de los poderes y, claro está, los compromisos éticos, el uso de recursos del Estado, la corrupción, la aplicación de las leyes, el respeto y protección de los Derechos Humanos, etc. Estos acuerdos políticos evidentemente pueden facilitar alianzas y garantizar buenas compañías. El éxito estará asegurado si quien lidere la alianza es una política o un político con biografía.