El profesor que no cambia la metodología de su práctica, es un profesional anquilosado en el tiempo, pero en el oficio docente, lo peor que puede hacer un profesor es aislarse en saberes, dogmatizar sus criterios y de tanto saber, convertirse en eterno catedrático hirviéndose en su propia salsa. Me refiero al profesor que tiene claro su compromiso social y que ama su oficio, no aquel que llegó por al magisterio a través de una oportunidad, esperando solo ser profesor hasta que encuentre otro oficio y por razones socioeconómicas o política, quizás, terminó quedándose en el sistema, desganado, perezoso, pesimista y sin norte en su horizonte. Ese no es un profesor, solo es un triste empleado que cumple un horario.

El profesor tiene el deber de encargarse de fomentar la autonomía del que aprende algo nuevo sin importar la edad. Pero, un buen profesor no se detiene ahí, va hacia el objetivo de forjarlo como sujeto de su propio destino, a través de los recursos propios y los que ofrece el contexto en sentido global. Sobre el hecho académico, el profesor debe trascender hacia la responsabilidad social que busca transformar a sus alumnos, armándolos de destrezas y habilidades propias para desarrollar las competencias de su asignatura, pero sin olvidar su vinculación cívica comprometida con los valores esencial del ser huma. Y en este punto, el profesor que trabaja como un artista los valores éticos, difunde con vehemencia la idea de que hay que vivir los valores que predicamos, porque si no lo hacemos nos convertimos en agentes cínicos, capaces de intoxicar el medio ambiente social.

Sobre ese propósito, el profesor debe cultivarse a sí mismo. Su anhelo de formación debe gestionar el desarrollo del medio escolar, integrando como líder a otros colegas, alumnos y trabajadores administrativos, en jornadas permanentes de crecimiento particular y organizacional. Su papel, otrora extracurricular, es fomentar grupos de convivencia cultural, artística o deportiva en donde quiera que sea posible. Pero también, tiene que trabajar la vinculación entre las diferentes unidades de trabajo operativo, académico y de investigación, con el objeto de hacer de la escuela un verdadero sistema de crecimiento, desarrollo y cambio. El profesor es un paradigma que fomenta el debate, que disfruta solucionar conflictos, es un productor inagotable ideas, las que publica y difunde entre sus alumnos o el contexto escolar. Si un profesor no es percibido como paradigma, entonces debe entrar en introspección.

La escuela no puede avanzar sin la operatividad inteligente del profesor. El gobierno debe trabajar en la motivación de los profesores, porque ellos deben ser el corazón del cambio que necesita la sociedad en forma perenne. Pero, el profesor no puede solo con la enorme tarea de transformación que necesita la escuela para poder contribuir en forma efectiva con la transformación social de la nación, tienen que existir trabajadores sociales que ayuden con la integración familiar, que faciliten la vinculación de los padres y amigos de las escuelas; también se necesitan psicólogos escolares en toda la estructura del sistema, iniciando por las escuelas, en donde profesores, padres y alumnos necesitan de grandes jornadas de orientación y salud mental, para lidiar con el estrés que producen los acontecimientos diarios.

Los distritos escolares necesitan de sociólogos para investigar y aportar soluciones a las problemáticas y los conflictos de los conglomerados, porque la escuela necesita de un sistema que desarrolle ciencia en sus procesos-situaciones, porque los atrasos que tenemos en el ámbito escolar no soportan más dilaciones en ser enfrentados con carácter definitivo y permanente, a través de las técnicas pertinentes.

La sociedad necesita transitar hacia la innovación, incentivando la creatividad, la crítica, la vida democrática de la escuela y la participación de la familia, porque no basta con desarrollar currículo, necesitamos ciudadanos capaces de vivir y disfrutar la civilidad. El conocimiento de la pedagogía, la didáctica, las teorías pedagógicas, los modelos y teorías educativas ayudan, pero también nos encasillan. Es de esa forma, que el simple conocimiento teórico nos enmarca sobre un accionar del cual es muy difícil salirse y que al momento de la aplicación práctica produce serios problemas, dejándonos anclados en un ritual académico alienante.