Otra problemática en el proceso de enseñanza universitaria en nuestro país es la falta de identidad profesional del docente, pues como señala Fernando Corbalán (2009, p 20): “la inmensa mayoría de los profesores nunca tuvimos (realmente) una vocación clara de enseñantes”. Y esto es así, porque, en principio, estudiamos una carrera para otra cosa, no necesariamente para enseñar lo que nos enseñaron; por ejemplo,  estudiamos Medicina o Derecho, quizás con la vocación originaria de salvar vidas y de hacer que se respeten los derechos fundamentales, respectivamente; luego se reactiva (para los que siempre desearon enseñar) o se activa (vocación secundaria) ese afán de ser profesor.

Entonces, para impartir docencia en su carrera, actualmente,  se les exigen niveles de estudios de postgrado en su disciplina, no en pedagogía, sobretodo, maestría o doctorado.  Al obtener el título, verbigracia, de maestría que lo acredita como “Maestro” en determinado saber, el sistema lo asume, satisfactoriamente, con el nivel académico correcto para ser docente en esa rama, cuando lo que menos se hace en esos estudios de cuarto nivel es formar docentes, incluso, cuando se cursan maestrías nos damos cuenta, en calidad de estudiantes, de las debilidades estratégicas y comportamientos autoritarios del docente. Esteve Sarazaga (2009) nos dice que nuestras universidades presuponen que el simple dominio de la materia permite obtener éxito enseñándola.

Nuestros profesores universitarios se forman en unas facultades que, ni por asomo, pretenden formar docentes. En ellas predomina el modelo del investigador. Ese profesor que está en las aulas es un investigador que ha pasado años preparando su tesis entre documentos originales que solo él es capaz de descifrar…entonces… ¿por qué lo obligan a dar Historia General?, además, descubre horrorizado que los alumnos no tienen el menor interés… que temas claves de su Maestría o Doctorado – como el apasionante tema de su tesis- no les interesa”. (p. 23).  De ahí que, incluso, ser un excelente investigador, dominar la metodología de la investigación científica no te capacita como docente. Ser docente va más allá.

En muchos casos, el profesor universitario sabe lo que sabe pero no sabe cómo enseñarlo. Descubre que no domina lo elemental de la didáctica,  cómo organizar una clase, cómo hacer el programa de la asignatura en base a competencias cognitivas, procedimentales y actitudinales, preparar un proyecto docente, y mucho menos vincularlo al currículo como cerebro de una estrategia global y transversal. De la misma forma, suele enfrentar con dificultad  aspectos elementales como ganarse la atención de sus alumnos o manejar situaciones conflictivas propias de la convivencia humana.

En algunos casos, el profesional no pedagógico, pero con estudios de cuatro nivel en su disciplina, al pasar a impartir docencia puede tener nociones no ordenadas de estrategias de enseñanza que fueron captadas en su proceso de aprendizaje en el nivel básico, en grado o postgrado.  “El que aprende se apropia, en parte, del modo de actuación del que enseña y, con ello, asimila procedimientos y técnicas de enseñanza” (Herrera Fuentes, 2016, p 1).

Pero eso no es suficiente, porque aunque siempre se tendrá una idea de cómo se enseña, ya que, como se dijo anteriormente, el ser humano es el resultado de aprendizajes a través de acciones de enseñanzas, nunca se tendrán las competencias científicas profesionales si no se forma para ello, lo que siempre se tendrán serán acciones que se imitan sin ningún rigor científico. Esto no debe ser. ¿Por qué un profesional de la economía puede dar clases en la carrera de economía sin la formación como docente universitario, pero no puede asumir la defensa en un juicio por lavado de activos, sin ser abogado, o  realizar algún parto por cesárea, sin ser médico? Es que el sistema de educación superior no asume la docencia universitaria como una profesión, no hay identidad profesional.

Es así como muchos docentes universitarios están convencidos de que lo hacen bien sin la formación pedagógica al nivel superior, ya que enseñan como les enseñaron y que, como tal -porque así aprendieron ellos-   ya tienen las competencias para ser excelentes. En ese yerro, asumen, por solo mencionar una situación,  que un programa de asignatura es el que se le aplicó en las aulas: un objetivo general, varios específicos, el contenido y la bibliografía;  cuando, contemporáneamente, el proceso enseñanza aprendizaje ha evolucionado científicamente en base al exigente y efectivo modelo por competencias. Realmente, distan de la profesionalización y de la excelencia.

No basta con un simple curso de “habilitación docente” o un acelerado “diplomado”.  El Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCyT) con el apoyo de la Asociación Dominicana de Rectores de Universidades (ADRU) debería valorar la obligatoriedad, no solo de requerir post-grado en la disciplina que se forma, sino también una maestría profesionalizante en docencia universitaria para los que enseñan o pretenden enseñar en las distintas casas de altos estudios. Estimo que en la medida que nuestros docentes universitarios se formen en la enseñanza a nivel superior, en esa misma medida iremos superando los escollos que deja un proceso de enseñanza marginado de criterios cientistas  y humanos que repercuten negativamente en la calidad de nuestros futuros profesionales y en su capacidad de investigación e innovación.

La debilidad es visible. Lo primero que debemos hacer es reconocer el problema, revestirnos de humildad y capacitarnos, a nivel de postgrado, de cómo enseñar profesionalmente. Para muchos los niveles de resistencia serán altos, pero si hay vocación real, será fácil; de lo contrario, el sistema,  a la corta o a la larga, tendrá que sacarlos. Así de sencillo.