El compromiso del docente universitario frente a sus alumnos trasciende lo que pretende enseñar. Hay que ver la docencia sin muros en las aulas. La enseñanza no es una jurisdicción cerrada a cuatro paredes, a un campus universitario, desborda los hitos de lo que sabes y se ubica en lo que eres como profesional, como ser humano. Va más allá de las horas de clases según los créditos de la asignatura y del uso de esa tecnología de punta.
Los profesores enseñan tanto por lo que saben como por lo que son. Esta vieja sentencia pedagógica ha recibido escasa atención en el contexto universitario. Se diría que la dimensión personal del profesorado desaparece o se hace invisible en el ejercicio profesional. Lo que uno mismo es, siente o vive, las expectativas con las que desarrolla su trabajo se desconsideran como variables que pudieran afectar la calidad de la enseñanza. Pero parece claro que no es así y que buena parte de nuestra capacidad de influencia en los estudiantes se deriva, precisamente, de lo que somos como personas, de nuestra forma de presentarnos, de nuestras modalidades de relación con ellos. (Zabalza, 2009).
Ser profesor universitario es un conjunto solidario de competencias, una de ellas es ser “un ejemplo” en lo profesional, en lo ético, en lo moral y en lo social. A la larga, como indica Knight (2005), es más importante el cómo somos nosotros que lo que podamos explicar en clase y que los alumnos pueden, quizás, terminar olvidando.
Sin embargo, a veces se corrompen los principios y valores; y, por ejemplo, una falta ética o moral, como el acoso, destruye todo, es sempiterna, y si no hay consecuencias graves para su ejecutor (disciplinarias y penales), se va desacreditando la nobleza de enseñar. La frase de Karl A. Menninger es lapidaria: “Lo que es el maestro, es más importante que lo que enseña”.
Por otro lado, para ser docente universitario se debe asumir un compromiso con el papel que cumple la profesión que se enseña en la sociedad, pues como destaca Alonso (2001) la universidad debe ser una fábrica de gente en movimiento, una fábrica de emprendedores, de gentes capaces de hacer un país vivo, con fuerza, que no esperen todo de los demás, sino que, sobre todo, confíen en sus propias fuerzas para salir adelante.
Pero ese compromiso debe fundarse en un código deontológico, tal y como reseña la uruguaya Cristina Peri Rossi: el abogado debe buscar la justicia y no proteger al delincuente, por más dinero que esté en juego, así como el periodista debe estar al servicio de la verdad y del lector, no de la empresa que paga los anuncios del periódico (agrego: o de los intereses de los dueños o de políticos).
Es indudable, hay grandes desafíos en la docencia universitaria. El informe Calidad de la educación superior en República Dominicana (2004) establece que la baja formación pedagógica y científica de los profesores en nuestro país constituye uno de los problemas de mayor prioridad para las instituciones de educación superior.
Son muchas las exigencias que se señalan para ser un docente universitario con las competencias ideales. De lo que estamos seguro es que, en la actualidad, el docente no debe seguir impartiendo docencia y aprendiendo por ensayo ni error. Es por ello que el profesor universitario está obligado a tener estudios en las siguientes vertientes: (maestría o doctorado): 1) en el campo disciplinario que enseña; 2) en docencia universitaria, en sentido general y, preferiblemente, con una concentración en el desarrollo de procesos de enseñanza-aprendizaje de la disciplina profesional que enseña, pues las estrategias para enseñar Economía no son necesariamente las mismas para enseñar Medicina; y 3) aportes al desarrollo de la sociedad y de la disciplina a través de la investigación científica.
Así, cuando apliquemos y vivamos la docencia universitaria (entre el saber, saber hacer, saber ser humano y saber estar en sociedad) como una profesión, llena de valores morales, ética y compromiso social, tendremos profesionales de calidad, y la investigación y la innovación del discente se verán fortalecidas marcando el anhelado desarrollo de nuestro terruño.
Sin embargo, como señala Knight (2005) “es imprescindible que (las personas que ejercen la docencia universitaria) estén satisfechas con sus niveles salariales, las perspectivas de promoción y el tratamiento, por el reto intelectual de la investigación, el placer de la enseñanza y la calidad emocional de las comunidades de práctica en las que trabajan”. (p.23).
Finalmente, y en ese contexto, sugiero la creación de la Asociación Dominicana de Profesores Universitarios que agrupe a los docentes de todas las instituciones de educación superior en nuestro país, procurando la profesionalización del oficio, la dignidad profesional en el desarrollo de las actividades docentes e investigadoras, y la mejora científica, técnica y humana de la carrera docente universitaria. Sería un gran paso de avance.
Alonso, Ramón (2001). Palabras del rector. Revista universitaria semestral. Volumen I. Año II. No. 2. Julio-diciembre 2001. Universidad Católica Santo Domingo, Editora Búho.
Esteve Sarazaga, José Manuel (2009). Hacia un nuevo modelo de profesor universitario. Revista universitaria semestral. Volumen VII. Año VI. No. 13. 2008 y enero-junio 2009. Universidad Católica Santo Domingo, Editora Búho.
García Garrido, J. L. (1999). “El profesor del siglo XXI”. Bordón, 51 (4), 435–447.Gichure, C. W. (1995). La ética de la profesión docente. Estudio introductorio a la deontología de la educación. Pamplona: Eunsa.
Larrosa Martínez, Faustino (2010). Vocación docente versus profesión docente en las organizaciones educativas. REIFOP, 13 (4). (Enlace web: http://www.aufop.com – Consultada en fecha (18 de diciembre, 2016)
Knight, P. (2005). El profesorado de Educación Superior. Formación para la excelencia. Madrid: Narcea.
Zabalza, Miguel Ángel (2009). Ser profesor universitario hoy. La Cuestión Universitaria, No. 5. Universidad Santiago de Compostela, Madrid, pp. 69-81