La arquitectura en su definición más pura es el  arte, ciencia y/o técnica que tiene por objeto el diseño y construcción de edificios. Ampliando esta definición es la disciplina mediante la cual se proyectan espacios habitables. Próximo a la arquitectura está el urbanismo que tiene que ver con la ordenación del territorio y el entorno de las ciudades.

En término generales  y en un concepto más amplio y flexible,  la arquitectura se encarga de la proyección y ordenación de espacios habitables por el ser humano, utilizando arte, ciencia y técnica para conseguirlo.

La técnica

En el campo de del diseño y la construcción, el estado de la técnica no avanza tanto como en otros campos. Nuestros antecesores y sus apartes tecnológicos aún tienen vigencia hoy en nuestro diario accionar. La manera de hacer las cosas y los materiales de construcción ha tenido su desarrollo pero no al mismo ritmo que otras ramas del diseño, como la aeronáutica o la industria del automóvil. Aún así, haciendo esta salvedad, podemos decir que el camino recorrido ha sido fructífero en una medida considerable. Todavía nos falta camino por recorrer pero se ha evolucionado bastante en los últimos diez años.

La industrialización – aunque en muchos casos solo de forma testimonial- se va abriendo campo en la arquitectura. Los conceptos de eficiencia energética van empujando, con una fuerza considerable, la investigación hacia nuevos materiales y nuevas formas de construir. Desde materiales de cambio de fase para conseguir mejores prestaciones térmicas en los cerramientos, hasta fuentes de generación de energías renovables integradas a elementos constructivos de los edificios, van adquiriendo vigencia más allá de las mesas de trabajos de los investigadores.

La academia y el mercado real

Lo que se va consiguiendo en los laboratorios de las escuelas de arquitectura (nuevas técnicas constructivas, nuevos materiales y en muchos casos la asociación de unos y otros), toma un tiempo considerable para pasar de “prototipo académico” a  “prototipo industrial”. En muchas ocasiones este proceso se reduce al mínimo cuando la empresa privada y la academia consiguen hacer sinergias y trabajar juntos algunos proyectos.

El santo grial de los investigadores es que una empresa privada esté dispuesta a patrocinar sus experimentos (aportando recursos) y que la universidad esté dispuesta a aceptar esta alianza. Una vez que esto se consigue queda colocar el producto en posición de ser rentable para su puesta en mercado….y esto también lleva su proceso. No es lo mismo desarrollar un prototipo de una idea que hacer una producción en serie de la misma. En ocasiones desarrollar el prototipo solo sirve para demostrar que no es factible o que otro camino es más conveniente.

Un aporte real

Son muchos las ideas que se quedan en el tintero. Todos tenemos buenas ideas, muchas de ellas realmente emocionantes – esto se da mucho en el campo del urbanismo- pero no todas factibles.

Una idea se convierte en un aporte real cuando una vez conseguido dar el paso de desarrollarla (de manera experimental) en todos su escenarios posibles, pasa el filtro de la sociedad de mercado en la que vivimos. No vale con que un nuevo material o una nueva forma de hacer las cosas sea bueno para las personas (los beneficiarios naturales de todos nuestros aportes); esta idea tiene que ser factible desde todos los puntos de vista: económico, social y político…con todas sus derivaciones.

Hacia la sociedad de la eficiencia energética

Los filtros son varios y a veces desmotivadores. El desafío es amplio y la misión del arquitecto es abordarlo como el hombre del renacimiento. La sociedad demanda un salto cuantitativo, o lo que es lo mismo una serie de saltos cuantitativos escalonados que signifiquen un avance continuo hacia la meta de dotar a nuestros espacios habitables de ese plus energético que aún hoy somos capaces de comentar de manera casi anecdótica, olvidando que es absolutamente impostergable.