La República Dominicana desde hace tiempo viene arrastrando necesidades y carencias que no terminan de resolverse, las cuales dificultan el proceso de desarrollo del país; vamos a enumerar algunas de ellas, tratando de analizar su evolución.
Somos una democracia débil que ha evolucionado muy lentamente, marcada por una herencia de autoritarismo y clientelismo, que tiene como consecuencia una endeble institucionalidad. Aunque los ejercicios retóricos para tratar de vender una realidad diferente se han manejado con maestría, tenemos que admitir que hemos avanzado poco en esta materia, aunque en los últimos meses se comienzan a vislumbrar algunos cambios positivos, los que aún no tocan al negativo clientelismo.
No existe en el país una sensación de orgullo nacional, sobre todo entre los más jóvenes, que según arrojan varias encuestas manifiestan un deseo mayoritario de emigrar a otros lugares. Esta es una situación difícil de solucionar, ya que los encuestados manifiestan no ver un futuro promisorio, ni ninguna razón para permanecer donde nacieron.
Las prácticas corruptas tanto en el sector público como en el privado, han sido cosa común desde hace largo tiempo, convirtiéndose en un mal endémico difícil de erradicar. Esto refleja la falta de ética y honestidad que afecta a nuestros compatriotas, quienes propician, toleran y aceptan el enriquecimiento producto de estas malas prácticas. Las investigaciones y sometimientos a la justicia de implicados en casos de corrupción, que se vienen produciendo últimamente, son una señal de cambio que nos llena de esperanza.
El modelo económico que desde hace tiempo se sigue en el país, aunque ha provocado decenios de crecimiento económico, no propicia la equidad social y mantiene los niveles de pobreza con muy pocos cambios. Las actuales autoridades han sido exitosas en sus acciones en pro de la recuperación económica y el empleo, muy golpeado por la pandemia, no han modificado el modelo existente, el cual no es inclusivo ni propicia la movilidad social.
La educación, en mi opinión es el gran problema nacional y la llave para abrir las puertas del progreso. Esta ha estado marcada por profundas diferencias y notables desigualdades entre la educación pública y la privada, ésto a pesar que desde hace tiempo se destina a la educación pública el 4 por ciento del PIB anualmente. En este ámbito, la educación permanece muy rezagada, calificándose como deficiente la que allí se imparte. Los montos que se han canalizado al Ministerio de Educación para dedicarlos supuestamente a la enseñanza, son inmensos y los resultados pobrísimos. Creemos que la politización de esa cartera, la poca colaboración del sindicato de profesores, la incapacidad de algunos Ministros y la corrupción han sido las causantes del descalabro de la educación pública. Esperamos que además de los positivos anuncios que salen desde el Ministerio, los hechos se encarguen de comprobar lo que todos queremos, una educación de calidad.
La seguridad pública es un tema de creciente interés para la ciudadanía, que vive presa del pánico por el imparable auge de la criminalidad. La reforma policial, clave para el control de este flagelo, se anunció con bombos y platillos y una numerosa comisión trabaja en ella. Es un problema de difícil solución, que requiere determinación, paciencia, valor y un gran apoyo político y social.
Otros temas de gran importancia y que trataremos más adelante, son el de la salud pública, el medio ambiente, el eléctrico, el del desarrollo humano y el del liderazgo político.
Es indudable que necesitamos instituciones más fuertes y un Estado más eficiente y moderno que, junto a una justicia independiente y un poder legislativo más honesto y menos privilegiado, puedan darle un carácter diferente a nuestra democracia.