Si una persona fanatiza a otra, es una persona fanatizada, si fanatiza a un grupo, nace una secta, si fanatiza a un país, una potencia, por ejemplo, hay un peligro para la paz.
El fanatismo es hoy día ese peligro, aunque no es el único.
Los extremos viven hoy su edad de oro.
Un maestro alertaba sobre ello y reflexionaba sobre la necesidad del término medio.
Cuando una carga se inclina a un lado, debilita no solo el equilibrio sino al mismo instrumento que la mueve, con riesgos de colapso.
Esa realidad puede ser cambiada a través de la educación, el estado laico, la ausencia de voces ultraconservadoras, medievales
El mundo debe cuidarse de ese y otros malestares peligrosos.
El fanatismo es a las creencias lo que la razón a la locura.
Un fanático es una figura incendiaria que no usa sus conocimientos para impulsar los procesos evolutivos sino para imponer su verdad como algo único e inevitable.
La codicia de una elite privilegiada que hizo colapsar el primer gobierno democrático después de una tiranía inconfesable, trajo infortunios a todo un país durante décadas.
Hay una democracia no participativa, en la que muchos ciudadanos no se sienten parte de ella y no han sido por décadas parte de ella.
La democracia ha sido un producto de lujo, elitista, lejano, privativo, excluyente, favorable al privilegio y a la exclusión.
Esa realidad puede ser cambiada a través de la educación, el estado laico, la ausencia de voces ultraconservadoras, medievales, actuando día a día para que no haya cambios en la sociedad, para que todo siga igual, un imposible, ya que la evolución es inevitable.
Cuando el pueblo se decida a cambiar esa realidad lo logrará.