Existe algo cierto, aunque reprochable en los nostálgicos de la dictadura de Trujillo. Es algo que palpan con los ojos cerrados quienes, eventualmente, añoran al sátrapa que nos gobernó durante tres décadas. Casi nadie dice lo que es, pero eso que en realidad añora la sociedad dominicana es autoridad.
Tal y como dijo el doctor Balaguer, y nobles europeos antes que él, la ley, la Constitución aquí son “un pedazo de papel.” Y lo son porque no están respaldadas por una autoridad fuerte. Nuestro mismo presidente, lejos de venderse como una consolidada autoridad, se promueve como un bonachón con una gorra en la cabeza que anda dándose abrazos con los desposeídos en todos los rincones del país. Se le conoce como sencillo, cercano, próximo, pero no es alabado por su recia autoridad.
Lo poco que conocemos de la democracia ha sido suficiente para ligar inseparablemente a la autoridad con el autoritarismo. En realidad son cosas muy diferentes. Autoridad en la cosa pública es suficiencia inapelable, no rebatible para ordenar y ejecutar actos ordenados por la ley. Autoritarismo es imponer poder y fuerza sobre libertades y derechos, despreciando todo atisbo de legitimidad legal o institucional.
Nuestros oficiales públicos, desde los policías hasta los ministros del gabinete carecen de esa suficiencia propia de las autoridades. Titubean ante cualquier grupo económico poderoso, incluso, ante una sola persona muy prominente. Cualquiera les rebate, y hasta les desautoriza, si posee la influencia suficiente.
Nuestra ley, sin autoridad, es como un cheque sin fondos que puede estar firmado perfectamente, con los montos consignados, pero que no tiene respaldo en el banco.
Si alguien se pregunta sobre el éxito colosal de comunicadores como el finado Freddy Beras Goico, o Álvaro Arvelo hijo, o bien, el profundo aprecio y simpatía que genera el Ing. Hipólito Mejía, pese al millón de pobres creados en su único gobierno, la razón está—a nuestro modo de ver—en que tales personajes encarnan una fuerte imagen paternal “father figure”. Encarnan la voz desenfadada y fuerte de quien habla y dice lo que tiene que decir, como le llega en el momento, y todo el mundo tiene que atenerse a cómo y qué digan ellos, sin importarles demasiado las reacciones de terceros.
Nuestro país, hambriento de autoridad—que no de autoritarismo—se rinde ante esas figuras fuertes, recias, valientes, que se enfrentan a cualquiera y que a cualquiera le dicen tres cosas sin contemplaciones.
No podemos, ni podremos tener institucionalidad y un respetable Estado de Derecho sin autoridad legítima que con la suficiencia debida respalde las leyes que buscan ser impuestas al pueblo.
Muchas veces, los primeros que se abalanzan para deslegitimar a la ley vigente son los mismos oficiales públicos. Son los mismos funcionarios, ministros, directores de agencias públicas los que, en lugar de imponer el cumplimiento igualitario de la ley, avalan excepciones odiosas en favor de personas que solo cuentan con apellido, influencia, relaciones o dinero.
Aunque se pueda dudar, en la actualidad no existe mucha diferencia entre los gobiernos del doctor Joaquín Balaguer con los del partido morado. En ambos se confía en que con la construcción de infraestructuras, y la aplicación de reformas foráneas se tendrá un país desarrollado, todo sin atacar el cáncer central que carcome, desde la raíz, a nuestro sistema, y que radica en la gran falta de autoridad de los encomendados a administrarlo.
Hipólito Mejía tenía autoridad, pero carecía de genio, lucidez y visión. Leonel tenía ideas pero era deficitario en su aplicación. Medina tiene proyectos, pero es indiferente a la tradición de desorden reinante en el país.
Finalmente, solo tenemos un puñado de años para llevar nuestras vidas adelante, realizar nuestros proyectos y finiquitar nuestro paso por este mundo. No es constructivo esperar la llegada de un mesías salvador, más bien, si hemos decidido quedarnos en este país, vivamos como podamos, protejámonos como podamos y tratemos de ser felices; pues, quizás hasta tengamos suerte de no ver la llegada de un líder salvador, ya que la historia reciente indica que lejos de mejorar las cosas, dejan todo peor que como lo encontraron.
La República Dominicana encontrará su camino. Mientras tanto, encontremos cada uno el nuestro.