Si bien es cierto que, como declara Ludwig Wittgenstein, la filosofía tiene el poder de destruir ídolos (y que debe hacerlo, más aun si son falsos), no es, contrario a lo que él  plantea, lo único que puede hacer.

La filosofía puede y debe iluminar el camino de la ciencia e impulsar nuevas expresiones de la verdad y de la realidad, universalizar el conocimiento y plantearse ideas sabias y progresivas.

Tampoco es cierto, como sugiere Jean Cocteau, que a fuerza de ir al fondo de las cosas, “uno acaba quedándose allí”.

La mente humana experimenta progresos pero también retrocesos por razones biológicas y de otras índoles, y quedarse en el fondo de las cosas no es lo común sino la excepción.

Y bien, no es, por demás, cierto que la filosofía se halla en peligro de extinción…

Hay quienes, por cierto, nunca llegarán allí. Otros, espantados, se devuelven antes de la gloria.

Enrico Fermi parecía pensar en aquellos filósofos excesivamente oscuros cuando propuso que la filosofía a gran escala-que no definió con claridad ya que no hay una escala segura ni lineal para su ejercicio pleno-corre el riesgo de la vacuidad y la pequeña escala, el de la trivialidad.

Pero hay en este medio, en el nuestro una filosofía bastante cómoda que consiste en organizar una antología de pequeños fragmentos de pensadores griegos, modernos, y calcar algunos conceptos, organizar un libro, colocarle el nombre y ya, ahí tenemos a un nuevo “catedrático universitario” dictando una catedra de filosofía y vendiéndola como una triste y copiosa  mercancía.

A esos personajes que pululan las academias con el cuello levantado parece dirigirse el francés Roger Garaudy al informar que “los que hoy en día se llaman filósofos, en realidad son parásitos. Y en esos que se llaman nuevos filósofos, no hay novedad y hay filosofía”.

Pero si debemos sentir cierta aprehensión sobre lo antes enunciado, lo que declara Alain Turain es increíblemente inseguro, por no decir decididamente falso, en el sentido de que “lo filósofos creen hacer miel con todo, pero no es más que cera”.

Luce gracioso pero su asidero desaparece por la pobreza del planteamiento ya que lo que procura la filosofía es develar hallazgos que van de felices a difíciles, a ideales aunque no siempre idealistas.

Y bien, no es, por demás, cierto que la filosofía se halla en peligro de extinción por una razón simple: mientras haya seres humanos sobre la tierra se harán preguntas, interpelaran al universo, discutirán, dialogaran, dilucidaran temas profundos y superficiales y ese es precisamente el fundamento del oficio.