“Estas no serán, pueden estar seguros, unas confesiones a manera de Jean-Jacques Rousseau; menos aún a la manera de los psicoanalistas, quienes, con un aparato pseudocientífico, no hacen sino profanar miserablemente los valores auténticos del hombre”. -Igor Stravinski-.
Seis años, dirán los intelectuales orgánicos menos optimistas, no serían suficientes para construir desde la solidez de un partido nacido fruto de una ruptura, una propuesta que ancle con la agenda común de todos los ciudadanos, la lucha interminable por la conquista del poder. Seis, un número que para los cristianos simboliza la imperfección, han sido al menos propicios para devolver a los contribuyentes, la tranquilidad que genera el saberse gobernados por hombres y mujeres probos y transparentes.
Legalmente, podemos decir que el Partido Revolucionario Moderno tiene fecha de nacimiento el uno de febrero del 2015, pero su gestación es el producto del acto de traición fraguado meses antes del 2012 y concretado el quince de mayo de ese mismo año por un empresario usurpador que enterró las glorias del símbolo de la democracia y la reivindicación de los de depauperados. Como todo cobarde, movido por el vicio incontenible de la acumulación originaria del capital y el odio inmerecido al liderazgo natural de quien le propinó una derrota aplastante el seis de marzo del 2011.
Para medir el tiempo de vida de la asociación partidaria que rige en medio de la crisis global los destinos de “la gente”, y ser cónsonos con el resurgir de la idea del mártir de la política vernácula, José Francisco Peña Gómez, es de suma importancia revivir la tragedia electoral del doce, las subsecuentes sentencias de un tribunal al servicio del traidor y, las dificultades nacidas de una tarea difícil en medio de la desesperanza que provocó el secuestro del PRD.
Esa marca, otrora insignia de la restauración de los principios democráticos y el respeto a la memoria de un líder que prefirió morir sin pisar el solio presidencial, a negociar por interés personal el destino de un pueblo, sucumbió en manos de un energúmeno cegado por la envidia y la avaricia, que, utilizando los ribetes de su nefasta alianza, expulsó de sus paredes a Hipólito Mejía, heredero del peñagomismo auténtico y con él, a todos los que alguna vez apostamos a una nueva libertad.
A partir de allí, podemos marcar el inicio de una herramienta de corte político, cuyo germen empezó a materializarse con las mismas características del embarazo posterior a la fecundación. Fuimos dándole forma a la idea de Don Hugo Tolentino Deep, gestor ideológico del éxodo más transcendental que se haya conocido en la historia criolla reciente de un partido a otro. Atravesando los umbrales de la conspiración, la compra de conciencia, la manipulación de la información y el complot de las “Altas Cortes” y la Junta Central Electoral, para desaparecer de cuajo, todo aquello que motivara la construcción de ese nuevo partido.
Lo demás, para sintetizar, es historia. El resto, es de todos conocido. En conclusión, la idea del fenecido miembro del más alto organismo del PRM, montada en los hombros de Hipólito, Luis y un nutrido grupo de líderes históricos y nuevos del otro partido, llevó en las elecciones pasadas a la primera magistratura del Estado a Luis Abinader. Lo hizo en unas condiciones políticas y sociales sui generis, fruto del esfuerzo de los cientos de miles de peñagomistas golpeados por un ingrato que no merece ser recordado.
Contradiciendo, incluso, los pronósticos agoreros de una división inexistente y las fábulas de los amanuenses y vocingleros asalariados… vencimos. Pudimos colocarnos en el corazón del pueblo y esa maquinaria que trasvasó sus ideas a la nueva insignia conquistó el corazón de sus familiares, amigos y vecinos. Justo como dice Juan en su capítulo 1 versículo 14 “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, lleno de gracia y de verdad”.