La cultura dominicana, muy destacada y distinguida entre los especialistas que nos visitan, nos genera una reflexión interna que nos pone a pensar, hacia dónde debe hoy orientarse la prioridad de sus estudios, sin que ello limite las iniciativas individuales de cada especialista y su interés vocacional hacia determinados temas.

Los temas de investigación de la agenda de la cultura dominicana podrían clasificarse en los siguientes ejes: identidad, música, espiritualidad, lengua, folklore, danza, divertimentos, juegos y mundo lúdico, carnaval, arte popular y artesanía, oralidad, creencias, mentalidades, formas de vida, cotidianidad, familia y otras maneras de la organización social, personalidad social, prejuicios sociales y culturales, patrimonios, tradiciones culturales y costumbres, gastronomía y tal vez se me escapan otros.

En una revisión de la literatura de temas de cultura dominicana, los hay que son más reiterados que otros. Este hecho es parte de un sesgo intencional que hacemos muchos estudiosos de la cultura, como en mi caso, que nos detenemos a una mirada múltiple de un mismo fenómeno sociocultural generando una secuencia que podría ser útil, pero reiterado para otros.

Las formas de convivencia social en las grandes urbes debe ser motivo de estudios de las ciencias sociales

De todas maneras, de lo que se trata es de escarbar cuáles campos del ethos cultural dominicano está ausente o pobremente abordado por la ensayística antropológica o sociocultural de investigadores nacionales o extranjeros que han dedicado tiempo a conocer nuestra forma y manera de ser.

Uno de esos temas es la cultura política, esto así porque la cultura política del dominicano es un enfoque dual entre las ciencias políticas, la sociología política, la historia y la antropología social. Este enfoque multidisciplinario complementa visiones parciales de una ciencia y globaliza la fenomenología política del dominicano como un todo en que la historia, la antropología política y la sociología mancomunan conceptos, enfoques, metodologías y miradas integrales para definir un comportamiento, una manera de ser de nuestra población y un marco científico que lo explique desde el punto de vista de accionar político.

Las formas de convivencia social en las grandes urbes debe ser motivo de estudios de las ciencias sociales y de aquellos particularmente interesados en la problematización, no solo de la convivencia entre los individuos, sino en las formas culturales aparecidas como recursos de adaptabilidad en las ciudades, creándose una verdadera cultura urbana, muy lejos de la llamada y clásica cultura citadina de los manuales tradicionales y más cercana con nuevas formas de habitabilidad del espacio urbano.

Estas formas nuevas reflejan sus angustias, precariedades, divertimentos, estilos de vida, jergas, uso del espacio público, interacciones sociales y culturales nuevas y sobre todo, lenguajes sociales figurativos, simbólicos y profundamente semióticos en sus significados, a una población que para sobre vivir en la llamada jungla urbana, echa manos de los recursos de la cultura que le hace compañía en esa cotidianidad existente y particularmente provocadora y desestructura respecto a las maneras de los grupos primarios que han sido la urdimbre del engranaje social convencional, rompiéndose a veces, esos eferentes socialmente ancestrales.

La antropología urbana y la sociología moderna tienen códigos para desentrañar esa nueva maraña que representan las sociedades modernas, aun en los casos como los nuestros donde modernidad, es lo que más lejos está de los manuales sociológicos conocidos, para transformarse en un realismo mágico vivido como cotidianidad, con los imperativos como agravante, de un atraso social, cultural, económico y tecnológico.

El estudio de mentalidades es lo más acorde con la llamada escuela estructuralista del francés, Claude Lévy Strauss. Son las mentalidades el tejido conceptual, de percepción y definición en el pensamiento de los pueblos, de todo lo que le rodea y cómo lo va definiendo y asumiendo en sus estructuras mentalidades que, son al final, las que terminan asumiendo su ser interior y sus expresiones de vida y sus cotidianidades.

Estudiar por qué el dominicano contraviene las ordenanzas y si le dicen no pise la grama es cuando más deseo de pisarla le produce, o la manera cómo la sociedad en algunos de sus sectores incluido la clase media, asumió con destemple las restricciones sociales para cuidarse del contagio de la pandemia, es una manera de ser que se ha construido desde el interior de nuestras mentalidades y nos hace comportarnos de una forma. Ser, socialmente de una manera, tiene que encontrar explicaciones al estudiar los referentes constitutivos del interior en las mentalidades de los pueblos, que se reflejan en esas maneras de ver y asumir el mundo, la vida y la muerte.

Los patrimonios estudiados con el rigor de una mirada multidisciplinaria es obligatoriedad hoy que no solo pueden ser sometidos como Lista del patrimonio mundial o regional a los organismos internacionales responsables como a la UNESCO, sino que su estudio amerita un nivel de especialización, tecnicismo y cuidado que amerita una especialidad en su estudio y procedimientos profesionales para establecer la compactación de una formación social determinada, y los procedimientos requeridos en ese tipo de estudio.

Por tanto, los pueblos deben abordar, en su comunidad de académicos, estos estudios no solo pensando en su declaratoria como patrimonio, sino y es lo más importante, en la significación que ellos tienen entre quienes lo sostienen y lo reproducen, que son quienes finalmente lo hacen patrimonio por el valor que representan para los practicantes, sus comunidades, su memoria social y sus identidades locales y nacionales.

La música, no solo debe ser un tema para profundizar entre los investigadores nacionales por la dimensión universal alcanzada hoy, sino que somos un país muy musical, muy sonoro, muy rítmico y eso no debe ser olvidado en la agenda de la investigación de la cultura dominicana. El merengue y la bachata, junto a los Congos y a los Guloyas, constituyen nuestros cuatro patrimonios inmateriales, todos estructurados a partir de la música y la danza, y naturalmente su fuerza ritual que le acompaña, sea esta social o espiritual.

Es por ello por lo que, la danza y sus músicas deben ser prioritarios en los estudios dominicanos de cultura, debe crearse un laboratorio de estudio de la música dominicana e impulsar la investigación de la música como en las academias, el estudio sistemático de nuestras músicas y géneros musicales, y su estrecha relación con las formas danzarias, formando investigadores y estudiosos permanentes de este importante tema de la cultura nacional.

El carnaval es otro de los temas de lo que se ha escrito mucho, pero requiere un seguimiento a través de un centro de documentación y estudio del carnaval para convertirlo en industria creativa y medio de riqueza social para el país y sus portadores y demás involucrados.

La cantidad de carnavales existentes en nuestro país obliga a un seguimiento sigiloso de su presencia, cambios, conflictos, deformaciones, e impacto en el turismo y la vida económica del país y como expresión masiva de divertimento y de gran arraigo popular.

El folklore en su aspecto relacionado a la investigación y grupos de ballets debe ser material urgente de atención de los estudiosos de la cultura dominicana, porque es el folklore el reservorio donde se estudian las expresiones más genuinas de la cultura y la creación popular, hervidero de constantes manifestaciones y que hacen pensar en una actualización de lo que el pueblo y su imaginación y talento creativo construye en cada momento y que no tiene autoría, integrándose de forma natural al acervo cultural de la nación.

Sin embargo, estas manifestaciones a veces no encuentra quien se ocupe de su pervivencia, de su aporte a las identidades constantes de los pueblos y por demás, a romper una vieja visión que folklore en solo el estudio del pasado, incluido lo que ya se ha petrificado, lo cual es un error porque su definición inicial refería a todo lo creado por los pueblos de manera anónima y mantenido por la tradición oral, el ejemplo más típico que ilustra estas reflexiones lo encontramos con el merengue de calle que no tiene un creador particular, pero sí quienes rubrican su creación con su fervor y contagio. El folklore social puede explicar estas contrariedades de la investigación y contribuir con una pormenoriza información de la identidad como un constructo permanente.