Francisco Merán, alias Kiko, era hijo de Francisca Merán alias Kika, quien “…por su origen estaba obligada a llevar un apodo: Kika. En la madre de Kiko. Había nacido en Jimaní, una de las ciudades de la frontera sur. Donde los habitantes compartían con los haitianos, hermanos de tragedia. Según Soto Soto, vivían en una mansión del horror construida con retazos de hojalata y techada con hojas de palma cana… La ruina era un desgarrador espectáculo del que gozaban cotidianamente, y por educación apenas tuvieron unos cuantos paseos por enfrente de las escuelas…”

Así las cosas, el narrador acude a su facultad de narrar, describir y descubrir cosas:

“Fruto de la asqueante miseria y del contacto con las más increíbles pestes, desarrollaron inmunidad contra casi todas las enfermedades, menos en contra de la fatalidad, que los iría abatiendo uno a uno; porque, según Soto Soto, la fatalidad es un mal para el que no existe cura.” (pp. 22-23)

La biografía del jefe de Los Broders, Kiko, es una hoja de vida común extendida a otros barrios y a otras “repúblicas marginales” donde la vida, la muerte, la degeneración y el daño social articulan una escena fantástica y fantasmática en cuyos anclajes y movilidades encontramos los contravalores de un medio, un entorno, un mundo fragmentado y en descomposición, cuya visión degenerativa se hace visible en el actual universo institucional, público, privado, individual o colectivo del país.

El odio contra los modofoki no es solo visceral en Kiko, Sammy y Charli, sino que opera como designador de una clase con “brillo social” o de alta condición. El Mofofoki, es rico, tiene posibilidades sociales, es o viene de arriba. En el vocabulario de la delincuencia y de los delincuentes existe el ajuste de cuentas con los mofodoki, el sociolecto de la delincuencia se activa en un orden ideológico y socioaccional. Así, Luis mochapiés, Tony la Cigua, el Predi, Juan el Cojo, Manuel el Gato, Ramón el Diablito, Armando el Ñato, Julián Rompecandados y Tiburcio Patecabras, pertenecen al universo designativo de los personajes que constituyen las bandas.

Pero también Ney Careta, Danger Peligro, Nino Cubero, el Cuadrao y otros, arquean y extienden el mundo marginal, donde el barrio es forma, espacio, metáfora, símbolo y eje de actitudes sociales enquistadas en la vida misma de la delincuencia y los conflictos entre jefes de pandilla, grandes y pequeños narcos, políticos, militares de diferentes rangos como el Capitán Serrara y otros.

En Princesa de Capotillo, asunto y tema de la novela forman una simetría textual. Yojaira cae vencida por la intolerancia “amorosa” de Kiko; secuestrada por éste el día de su boda para que no se produzca su unión oficial con Tony, y sometida a las más dolorosas vejaciones; su itinerario adquiere desde ese momento ribetes trágicos:

“Sí, la vi cuando la trajeron, contó Soto Soto. Le habían quitado el vestido de novia y le habían puesto nuevo maquillaje. Todavía las macabras huellas de la muerte no habían causado estragos a su rostro pálido, todavía el violento rictus de la muerte no había tocado sus labios. Esa silenciosa invasión de la nada aún no se manifestaba en su semblante cuando la dejaron en su casa…Hubo duelo…El barrio fue aglomerándose. La gente reaccionó de manera distinta a otras ocasiones. La gente de Capotillo no daba mucha importancia a la muerte; la muerte allí era un espectáculo cotidiano, una trivialidad; pero en esta ocasión fue como si los balazos los hubiese recibido todo el barrio, fue como si una bala gigante hubiera atravesado el corazón de todos los habitantes del sector, como si todos hubieran muerto en aquella muerte…” (pp. 127-128)

¿Cómo habla el barrio en esta novela de Luis R. Santos? ¿A través de qué se oyen las voces de la injusticia social en esta obra? Una lectura polimodal de Princesa de Capotillo reconoce diversos  planos y momentos de una narratividad, donde el objeto y el sujeto producen un testimonio y se reconocen en una memoria social marginal opuesta a otra memoria establecida y de centro. La derrota de la llamada institución social se traduce entonces en la guerra civil e incontrolada existente hoy en el país, entre la delincuencia y el llamado Estado de derecho.

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