Estamos viviendo una pandemia, es decir, la propagación mundial de una nueva enfermedad. Así lo declaró la OMS el 11 de marzo. Esto significa que todos estamos igualmente expuestos y que todos somos igualmente vulnerables de padecer esa nueva enfermedad. No hay acepción de personas, no hay distinción de clases para contraer la enfermedad, aunque sí hay grados en las consecuencias de la misma según las condiciones de salud de los afectados. Ahora es el COVID-19, mañana podría ser otra enfermedad. Es una de las tantas consecuencias de vivir en un mundo globalizado, que tiene ventajas como desventajas. Escribo desde Madrid, pero no dejo de seguir con atención lo que pasa casi minuto a minuto en mi República Dominicana natal gracias a las redes sociales y periódicos electrónicos como Acento. Hoy experimentamos una desventaja que se cobrará muchas vidas. Es tiempo de aprender a gestionar crisis como esta, ya sea porque hay experiencia acumulada de errores y aciertos en otros países, pero sobre todo porque se ha de poner en el centro de nuestras preocupaciones a las personas.
El COVID-19 ha mostrado tener la capacidad de colapsar los sistemas sanitarios de países desarrollados. Solo basta ver las estadísticas de Italia, España y ahora Estados Unidos. Ciertamente, según los informes, el 80% de los afectados pueden cursar la enfermedad de forma leve o asintomática, pero el 15% está teniendo complicaciones respiratorias que pueden requerir hospitalización y el 5% necesita asistencia de aparatos de ventilación en salas de cuidados intensivos. Uno de los problemas es que si no se disminuye la curva de contagio y se logra que estos sean más distanciados en el tiempo, no habrá manera de atender a todos los que necesiten respiradores, por lo que aumentarán los fallecimientos. Otra dificultad es que todos los contagiados, todos, sean leves o graves, pueden continuar propagando el virus. Por esto la insistencia de la OMS de que se pueda hacer la mayor cantidad de test posibles en el más corto plazo para así aislar a los que están contagiados y disminuir la incidencia del virus. Esa fue la técnica que ha dado éxito a Corea del Sur, por ejemplo. Los test tempranos son fundamentales para salvar vidas. Los países más pobres y con sistemas de salud pública más precarios llevan la de perder en esta situación.
No lo podemos negar, la República Dominicana no está preparada para enfrentar esta crisis. Hay una larga historia de irresponsabilidad que ahora se hace más evidente: un sistema precario de salud pública, un sistema de distribución de agua potable deficiente, un problema histórico del sistema educativo que lleva a un buen grupo de la población a no entender los riesgos y a no acatar las normas con talante ciudadano, niveles de pobreza y hacinamiento poblacional inaceptables, unas políticas alimentarias pobres, un sistema de información oficial más centrado en la búsqueda de conquistas políticas que en la educación de la gente, con la consecuente desconfianza del pueblo en las acciones del Estado. A todo esto se suma una corrupción descarada y así, lamentablemente, un largo etcétera. Se confirma lo que muchos grupos y organizaciones sociales han venido denunciando y por lo que han luchado durante años. Hoy, un enemigo imposible de ver, desnuda la cruda realidad de miles de dominicanos de escasos recursos y el poco cuidado que se ha tenido en el país por el ser humano. Esto es cierto, pero también lo es que no es tiempo de entrar en diatribas políticas ni en búsquedas de culpables, ya habrá tiempo para consecuencias políticas.
La sabiduría popular nos dice que «debemos arar con los bueyes que tenemos», el liderazgo político, empresarial, social y religioso tendrá que estar a la altura, no por virtud sino por imperante necesidad. Hoy lo más apremiante es la unión en la lucha contra el enemigo común y la protección de aquellos más vulnerables, entre todos, sin banderas políticas ni preponderancia de ningún credo o ideología. Sin el trabajo en común no podremos salir de esta con el menor número de pérdidas humanas, que, bajo estas circunstancias, ha de ser el criterio fundamental de las decisiones. Los tiempos exigen un liderazgo eficaz por parte de la clase política, empresarial, social y religiosa, como también una disposición generosa de los equipos técnicos y de todos los ciudadanos de la nación. La consigna ha de ser una: salvar vidas.
En este momento de encrucijada, la bioética, con la Comisión Nacional de Bioética a la cabeza, que confío está siendo consultada por las autoridades, puede ser de gran ayuda para informar la toma de decisiones pertinentes según el contexto que tenemos en la República Dominicana. Con este artículo quiero sugerir desde la bioética algunos aspectos que considero oportunos para enfrentar esta situación de manera más integral. Me inspiro en el “Informe del Comité de Bioética de España sobre aspectos bioéticos de la priorización de recursos sanitarios en el contexto de la crisis del coronavirus”. Por cierto, los miembros de dicho comité, luego de la reunión del 4 de marzo, quedaron infectados por el COVID-19 y algunos de ellos se encuentran en una situación precaria de salud. A ellos les externo mi solidaridad.
Lo primero es que esto es una crisis de salud pública con consecuencias directas sobre el sistema sanitario nacional. Por tanto, la salud de la población ha de ser criterio fundamental en la toma de decisiones. Evidentemente la crisis de salud pública y de asistencia sanitaria traerá como consecuencia una crisis en el sistema económico, social, educativo, etc. Pero primero se ha de dotar al sistema de salud nacional, a los hospitales y clínicas y a todo el personal sanitario, de los recursos necesarios para que puedan llevar a cabo su labor de forma adecuada y protegida. En España, hace unos días, ya 9,400 de los trabajadores sanitarios habían dado positivo en la prueba del virus. Esto se debió a la falta de dotación temprana de equipamiento de protección adecuado para dicho personal. Esto lleva a una reducción considerable de la capacidad de atención de la población en general. Si no se protege al personal sanitario, la crisis se agrava. Las demás crisis, en especial la económica, solo será solventada si se logra controlar la pandemia, por tanto, entra en un segundo orden de prioridades en este momento. La prioridad: reforzar el sistema de salud y a sus profesionales. Un especial énfasis se habrá de poner en aquellos espacios donde exista mayor vulnerabilidad. Pienso, por ejemplo, en los asilos de ancianos y los barrios marginados donde los servicios básicos están limitados o son inaccesibles, en las poblaciones con condiciones de salud previas, entre otras. La detección temprana de los casos y la asistencia a los mismos urge. Las pruebas masivas, la detección temprana y el equipamiento del personal sanitario salva vidas.
Lo segundo, si bien es cierto que las autoridades nacionales tienen una gran responsabilidad por los cargos que ostentan, esta pandemia solo será resuelta con la colaboración de todos y cada uno de los ciudadanos. Cumplir todo lo que se pueda las medidas de higiene y aislamiento es un imperativo para cada persona. Mantener el distanciamiento social es un acto de solidaridad y compromiso con los demás muy importante en este momento, de manera particular si conocemos de personas que sufren alguna condición que les coloca en mayor riesgo: avanzada edad, diabetes, hipertensión, asma, entre otros.
«Primero no hacer daño» es uno de los principios más antiguos de la bioética. Exponer a los demás al contagio con actos irresponsables o medalaganarios supone altos niveles de egoísmo y de desconsideración. En este sentido, sabemos que en el país existe un problema enorme de hacinamiento que pone en peligro la vida de muchos, es tiempo de la solidaridad y se han de focalizar muchas ayudas en dicha población para que la pandemia no se cebe con ella. Proveer de medios para la higiene, monitorear posibles contagios en dichas poblaciones, habilitar centros educativos u otros espacios adecuados como zonas de aislamiento para esa población, son medidas posibles y necesarias. Por otro lado, la repartición de alimentos ha de ser garantizada para evitar que la gente salga lo menos posible de las casas, pero también sin tanta exposición por aglomeración. Entre estos está el alto porcentaje de la población que vive del trabajo informal y que sobrevive de lo que consigue cada día. Hoy ellos han de ser prioridad. Nuevamente, el autocuidado, el acatamiento de las normas de higiene y aislamiento, como la colocación de esfuerzos en las poblaciones más vulnerables salva vidas.
Tercero, la comunicación en estas situaciones es de suma importancia. Hemos visto la enorme confusión causada por el cierre del puente Juan Bosch o el rumor del cierre total de los comercios. Esto último provocó una aglomeración imprudente de personas en los locales comerciales, que ojalá no nos pase una factura epidemiológica dentro de dos semanas. Debe existir un canal de información oficial que sea desde donde se nutran las fuentes periodísticas. La emisión de noticias falsas, tanto por la creación de alarma como por la violación a las medidas de seguridad, es una grave falta al sentido de responsabilidad que como ciudadanos debemos tener.
Los influencers, creadores de opinión y personajes públicos deben dar hoy ejemplo de ello. No es tiempo para chistes o para consejos simples de como matar el tiempo. Es hora de utilizar la capacidad comunicativa que poseen para enseñar las medidas de precaución y para animar a los que se encuentran en una situación de precariedad con mensajes de esperanza. Ya que llegan a tantos jóvenes, es tiempo de hacerles ver que, aunque las estadísticas dicen que les afecta con menos probabilidad de agravamiento, sí pueden ser grandes propagadores del virus para personas vulnerables. Muchos de estos personajes lo hacen, ojalá esta actitud se amplíe. Mientras más grande es la influencia social, mayor la responsabilidad en medio de esta situación. Los medios de comunicación tradicionales juegan un papel importante en la objetivación de la información de manera que la población pueda confirmar a través de ellos las noticias que reciben por otros medios. La información seria, científica y objetiva en este momento salva vidas.
Cuarto, si el virus continúa extendiéndose, como lo ha hecho en otros países, llegará un momento en que se tendrá que hacer lo que se denomina en el argot médico un «triaje» de los pacientes. Es decir, se tendrá que seleccionar a qué pacientes dar prioridad para la atención clínica, según su condición de salud y probabilidades de vida, dado los recursos escasos que se tendrán. En países como Italia y España uno de los criterios empleados para esa difícil decisión es el de la edad del paciente. A mayor edad de la persona, existe una menor probabilidad de ser admitido en cuidados intensivos para su atención. Se insiste que no sea el único criterio, pero tristemente a muchos mayores no se les está admitiendo en las salas de cuidados intensivos en los países mencionados dado que no hay aparatos suficientes. El problema radica en que el virus se extiende y la cantidad de pacientes aumenta, pero la recuperación es sumamente lenta. Entonces se impone decidir cuáles pacientes atender y cuáles no. Existe un criterio ético utilitarista que está circulando por muchos espacios médicos y que es éticamente ambiguo. Todo ser humano, por el hecho de serlo, es «socialmente útil», por lo que no puede servir de criterio único para su atención si la persona es productiva o no. Esto porque iría en directo detrimento de personas con discapacidad o que son adultos mayores, sin decir nada sobre el agravante de si dichas condiciones se mezclan con una situación de pobreza. Si bien es cierto, como indica la OMS que no se debe descartar el criterio de utilidad, debe estar equilibrado con el criterio de la equidad. «El principio de utilidad requiere la asignación de recursos para maximizar los beneficios y minimizar las cargas, el principio de equidad exige la distribución justa de los beneficios y cargas». Aunque sabemos que no es posible que siempre se puedan lograr de manera equilibrada ambos criterios, por justicia debemos fijarnos en los grupos más vulnerables sin excluirlos de antemano. Urge en República Dominicana, ante un eventual colapso de las camas de UCI, que existan criterios únicos para todos los hospitales y clínicas, porque el peligro es que esto simplemente vaya en detrimento de la población más pobre que no tiene medios para pagar su atención y que no tiene las relaciones sociales de las que otros gozan para agenciarse con los medios. La pandemia nos iguala a todos en el peligro, pero puede diferenciarnos enormemente en la atención, esto es humanitaria y éticamente inaceptable. En este momento la inequidad en el acceso a la atención sanitaria no es una opción éticamente admisible. La pobreza no puede ser un criterio de selección para los pacientes necesitados de respirador. Tener criterios claros evita la arbitrariedad, la discriminación y salva vidas.
Quinto, los principios de solidaridad y responsabilidad son particularmente necesarios en este momento. Se necesitarán de personas dispuestas a servir en medio de esta pandemia, la solidaridad será una de las armas más necesarias para vencer a este virus. Dicha solidaridad, como antes habíamos mencionado, se verá reflejada en el mantenimiento de las normas de higiene y aislamiento, como en la no acumulación de material médico o de alimentos, el control de precios para que los más pobres no se vean ahogados por los mismos o también a través de cuidados a personas particularmente vulnerables. Ya hay gestos, jóvenes que se ofrecen a ir a hacer la compra o a la farmacia para que sus vecinos que viven solos o son muy mayores no tengan que exponerse, hay profesionales de la psicología disponiéndose a escuchar a las personas que lo necesiten de forma gratuita, etc. Pero también es tiempo de responsabilidad individual y colectiva, de no aglomerarse, de no compartir información sin confirmar, de no poner el egoísmo por encima del bien común. Muy posiblemente las autoridades soliciten ayuda voluntaria, pero el sentido de responsabilidad exige que a todo voluntario ha proporcionársele las medidas de protección necesarias para que los que ofrezcan su tiempo, talentos y fuerzas para combatir la pandemia no sean afectados ni sean agentes de propagación del virus. La generosidad debe expandirse a la misma velocidad que el virus, pero ha de ser canalizada de manera adecuada para que no se convierta un espacio de peligro para los que dan o para los que reciben. La solidaridad responsable y la responsabilidad solidaria salvan vidas.
Por último, debemos recordar el principio de reciprocidad. La población deberá apoyar a aquellas personas que tienen una mayor carga en este momento, aquellas que asumen un riesgo desproporcionado en favor de la población en general. Estos son los miembros de los equipos sanitarios, de asistencia social, los agentes de comunicación social y los de los cuerpos de seguridad nacional. Estos grupos se exponen a riesgos de contagio constante por la labor que realizan. La población en general deberá apoyarlos en sus trabajos con un comportamiento cívico y sin hacer actos contrarios a las recomendaciones para la detención de esta pandemia. Estos grupos que están asumiendo riesgos habrán de comportarse con la altura profesional que estos momentos requieren.
Los dominicanos pueden aunar esfuerzos para pasar esta pandemia con la menor cantidad de víctimas humanas y juntos pueden levantarse del agujero económico que se producirá. Es tiempo del trabajo en común. De otro modo, esto puede ser un desastre mayúsculo. Si nos fijamos bien, nos quedarán muy claras las prioridades por las que deberemos luchar después. Ya sabremos lo que significa ser vulnerables y sabremos cuáles sistemas nacionales debemos reforzar para que la vida digna para todos sea un hecho. Entonces, después de que toda la emergencia pase, tendremos ante nuestra conciencia renovada un compromiso ineludible: trabajar con más convicción para no tener que lamentarnos tanto por lo que hemos dejado de hacer responsablemente.