La polémica que ha resultado de las pretensiones de aprobar una ley de Partidos Políticos en la que se obligue a dichas entidades a elegir los candidatos a cargos electivos, todos el mismo día y vigiladas o supervisadas por la Junta Central Electoral. Por lo bajo, oculta las únicas posibilidades de aquellos que por su escaso ascenso en el ambiente político nacional, escapan a las miradas de los críticos que han enfilado los cañones hacia el proyecto, únicamente basadas en las aspiraciones presidenciales.
Existen en nuestras estructuras estatales, otros espacios de poder; cuya importancia no ha sido ventilada en la opinión publica y que representan paras las minorías sectorizadas, los únicos estamentos jerárquicos a los que pueden acceder sin trabas ni contratiempos, los “hijos de machepa” como diría el profesor Bosch y que son el refugio de sus plegarias. Es ese quizá, uno de los principales motivos que nos permiten coincidir con un sector del oficialismo que busca contra viento y marea, aprobar la ley de partidos con primarias abiertas.
Los liderazgos no siempre serán de dimensiones nacionales, y en su gran mayoría, plantan sus cimentos en el carisma de uno o varios individuos de corto espectro político, pero cuya labor social y entrega por completo a los quehaceres comunitarios, les generan de forma natural la adhesión de sus vecinos y se constituyen en los motivos fundamentales para la elección de la dirigencia nacional.
¿Podría entonces la ley de primarias garantizar la igualdad en un sistema de partidos en que sólo los afiliados puedan elegir los aspirantes a representarnos? Definitivamente que no.
Hay que tomar en cuenta que en las comunidades pequeñas, básicamente en los Distritos Municipales, muchos de los cuales, apenas alcanzan una matrícula de dos mil electores; mas que afiliación partidaria, existe una relación primaria entre los líderes y sus posibles acompañantes. Y entiendo que someterlos a una contienda en donde unos cuantos puedan decidir sus suerte, podría, no obstante el carisma y el respeto ganado fruto de un trabajo arduo y continuo, hacer que pierdan la oportunidad de tener una digna representación por el simple hecho de que la mayoría no lo interesa pertenecer a ningún partido.
La política dominicana, culpa del manejo elitista que le han venido dando los partidos en materia electoral. Solo beneficia a los que tienen cercanía con los distintos grupos hegemónicos a lo interno de sus filas. Y deja a su suerte a cientos de hombres y mujeres que nada más poseen una mochila cargada de buenos deseos para sus comunidades, así como un profundo y amargo sabor generado por el descaro con que funcionan las pandillas dentro de los partidos políticos.
Para saberlo hay necesariamente que vivirlo, tal vez por ello los detractores del proyecto de ley, se ufanan tanto en desmeritar la importancia social y política de una norma que abra las puertas de los partidos a los electores, para que desde las primarias, elijan el favorito de las mayorías locales y cierren el paso a una minoría que apenas cuenta con el favor de un grupito a lo interno. Sigo apostando a una herramienta que ha sido atacada con una gran reciedumbre, y a los que opinan lo contrario les digo, como dice Anton Chéjov– en el Pabellón No. 6 “He de confesarles que yo también tengo mis dudas”.