Fuerzas de choques, comandadas por cultivados intelectuales, juristas, y políticos, debaten cuerpo a cuerpo la legitimidad de unas primarias abiertas, sustentándose en citas, giros legales, y acomodos constitucionales. No he podido evitar compararlos con apologistas de revoluciones fracasadas, independentistas y predicadores religiosos, además de interesarme en estudiar las pericias del sofista.
Podría asegurar que esos rejuegos retóricos exhibidos por la “intelligentsia” danilista emocionan en su tumba al legendario Alcibíades, excepcional guerrero, estratega, y político ateniense, quien fuera un consagrado cambia túnica – entonces no había chaquetas – traicionando unas veces a Atenas y otras a Esparta.
De inusual maestría retórica, defendía convincentemente al bando que hubiese escogido el militar en ese momento, sin detenerse en principios ni consideraciones patrióticas. Primó en el legendario tránsfuga el regusto por las glorias del poder. Murió asesinado en manos de sus enemigos y detestado por quienes promovían una “república ideal”.
El arte – a veces ciencia – de la retórica y el debate se aprenden en las escuelas de política, derecho, diplomacia, mercadología, y evangelización. Quienes aplican profesionalmente ese aprendizaje, necesitan poseer talentos particulares. En la universidad, no les enseñan a mentir, sino a deconstruir mentiras y verdades, reconstruyéndolas a favor de un argumento determinado. No son simples mentirosos, lejos de ello, si lo fuesen no serían tan peligrosos. Con el nivel de sofisticación que alcanzan, no necesitan la mentira, pues aprenden a transformarla.
Se dedican a convencer, rebuscando citas, retorciendo párrafos de la ley, e hipnotizando con el verbo; conforman un grupo de astutos y capaces profesionales, educados, y de inusual capacidad discursiva. A pesar de tanta inteligencia, no es raro que se dejen seducir por doctrinas y dineros, convirtiéndose en sofistas de profesión.
Es antiguo el desprecio por el arte de legitimar falsedades y emborronar obviedades. En la antigua Grecia, ya se percataron de las herramientas de manipulación que escondía el sofismo, capaces de contradecir cualquier argumento sin consideraciones éticas ni sociales. Comprendieron que el potencial de daño del método era ilimitado.
Trágicamente, doctrinas absolutistas, dictadores, y delincuentes de todo tipo, han podido tener a su disposición excelentes sofistas, capaces de hacer creer al público, y a muchos jueces, que sus defendidos se encuentran entre los santos inocentes.
Hoy me excedo teorizando, explicando, y recordando personajes históricos, imitando así el quehacer de las fuerzas de choque que justifican las primarias abiertas. Pero lo que intento decir es que se trata de encubrir, con premeditación y alevosía, la trágica verdad de la democracia dominicana: aquí el voto se vende. Y lo sabemos todos.
Nadie pone en duda (desastre comprobado y tabulado) que seamos un pueblo ignorante, pobre, enfermo, y desprotegido institucionalmente; y en esas condiciones el voto se vende. Las primarias abiertas serian la legalización de un negocio político que medra en las miserias de nuestra gente. El gobierno actual posee una inmensa fortuna sustraída del erario, y está en capacidad de comprar millones de sufragantes y sobornar a otros tanto, en cualquier partido que se encuentren.
El daño que esos enjundiosos juristas, y la recua que promueve unas primarias abiertas – si tal desatino ocurriese – ocasionarían a este país tardaría generacionesen repararse. Sus rejuegos argumentales, deleites retóricos, y habilidades jurídicas les harían cómplices del crimen de lesa patria.
Sé que a ellos no les importa, como no le importó tampoco a Alcibíades, si Atenas o Esparta se jodieran o dejasen de joderse. Quizás a mí tampoco debería importarme, y pasar a dedicarme al cinismo de amargue.