Asumida la máxima popular de que “El que paga,  manda”, uno está propenso a creer que quien administra el presupuesto de un pueblo, sea pequeño o grande, es el jefe de ese pueblo. En tal sentido, participar en la formulación, gestión, administración y definición de las prioridades a asumir en la estimación presupuestaria de un Ayuntamiento, constituye un acto de democratización de la jefatura, creando un jefe colectivo y diverso, algo que se traduce en clave para la promoción y gestión del desarrollo local.

Los planificadores afirman que la “actividad que no esté consignada en el presupuesto, es una actividad que no existe, aunque se repita varias veces en el plan”. De ahí se colige que cuando te presentan un plan o programa de actividades a realizar, lo primero es preguntar por el presupuesto general de dicho plan o programa y así confirmar la existencia real de estas actividades.

Al preguntar por el presupuesto, (¡esa simple interrogante!) es suficiente para que “se le paren los pelos” a los dirigentes políticos y sociales proponentes. Sobre todo a aquellos que por lo regular pretenden sorprender a las comunidades con propagandas ilusorias. Basado en esta premisa me aventuro a afirmar que la concepción del desarrollo local como práctica de vida, inicia con esta sencilla pregunta: ¿Cuál es el presupuesto?

El proceso de desarrollo en general, sea este local o nacional, implica tener poder de decisión. Y poder de decisión se construye con el acopio y análisis de información. Pero, ¿Cuál es la información más confiable en el presupuesto? Dado que el concepto de crecimiento en una u otra área puede ser administrado desde un escritorio, el concepto desarrollo local requiere ser gestionado en terreno, en el campo de acción y con los propios actores locales.

La gestión del desarrollo local, consecuentemente, no es posible sin la participación de sus propios beneficiarios. Es decir, el desarrollo no se regala, no se da, el desarrollo se construye en un proceso colectivo. Implica la inclusión del universo de actores sociales, donde se aprovecha la diversidad de intereses individuales para visualizar las particularidades comunes del grupo.

El desarrollo local implica además administrar bien lo poco (administración de la pobreza dirían los “intelectuales” pesimistas de la sociedad civil) para estar en condiciones de gestionar la abundancia, o como dirían en el barrio, “tener menudo para devolver”. Asumiendo con propiedad esta enseñanza de la sabiduría popular, estaremos preparados para establecer los límites de lo que realmente queremos, ¿Qué desarrollo queremos en realidad?. Entonces, la “cooperación y los donantes” entrarían ahí en función de empujar los propósitos del proceso en marcha.

Teniendo como verdad estas disquisiciones, participar en la formulación, gestión y administración del presupuesto municipal constituye, sin lugar a dudas, una acción de alta relevancia en la promoción y gestión del desarrollo (municipal) local. El Ayuntamiento es el gobierno del municipio y, por tanto, es a él a quien le corresponde la conducción del proceso de desarrollo en su demarcación.

De manera que si hacemos conciencia de que el desarrollo no depende de la cantidad de recursos movilizados, ni de la existencia de muchos profesionales ni, mucho menos, de carreteras y edificaciones pomposas, sino que el desarrollo local es en esencia una cuestión de voluntad individual y colectiva, bajo el respeto pleno de la diversidad.

Siendo así, el presupuesto Municipal Participativo (PMP) debe ser concebido como una de las primordiales herramientas metodológicas en los planes de desarrollo de nuestras localidades municipales.