Un gobernante puede dedicar todo el tiempo que quiera a convencer al consumidor nacional de las ventajas de comprar productos hechos en casa. Bienvenidos los discursos para que el consumidor tenga en cuenta el beneficio global de la sociedad, no solo el interés egoísta de maximizar su utilidad comprando la combinación precio-calidad mejor acomode ingreso disponible.

Ante productos extranjeros, que se importan con aranceles bajos, y compiten con uno similar producido localmente, un llamado solidario desde el Palacio Presidencial a preferir el criollo es loable. Pagar voluntariamente un poco más por una calidad menor es un gesto altruista. Se sacrifica parte de la utilidad individual para lograr que las empresas y trabajadores criollos se puedan mantener a flote.

Nada objetable que el presidente aparezca en la promoción por televisión de la campaña “¡Deje en la góndola del Supermercado al Importado!” o que haga noticias haciendo sus compras en tiendas que con orgullo informan del origen netamente nativo de sus productos. Autoridades públicas carismáticas que hacen lo que predican, pueden tener impacto en que el patrón de consumo se incline a preferir lo criollo.

En EUA hay tiendas que con orgullo presentan la bandera y en letra grande el “Buy American”. También incluyen dos o tres oraciones explicando por qué el producto importado es más barato: proviene de países donde a los trabajadores no les respetan derechos laborales, ni hay condiciones ambientales para un trabajo humano. Explotan niños y las mujeres embarazadas están largas jornadas paradas, poniendo en riesgo al próximo “niño yuntero”.

Con esa campaña se espera, por ejemplo, que jóvenes universitarias se alistan para el Spring Break, paguen por los bikinis “Made in America” una prima de varios dólares sobre los importados. Menos shots de tequila y Margaritas Mojito, para que obreras americanas sigan en sus puestos de trabajo. Se iba a intentar esto una vez con la edición especial de trajes de baño de una famosa revista deportiva, pero las perspectivas de mayores compras de bañadores locales eran muy pobres.

Es que consumidores que son soberanos en sus decisiones ponen la cosa difícil. La popularidad de un presidente o de bellas modelos en ropa de playa no es garantía se modificarán voluntariamente los patrones de consumo. Es por esto que el mercantilismo, la protección a las empresas nacionales, siempre recurre al gobierno para imponer medidas de fuerza limiten libertad preferir lo extranjero, altos aranceles, o eliminarla, prohibición de importaciones.

La nación más afectada tiende entonces a tomar políticas similares, empiezan a sonar por ambos lados tambores militares y aparece el aberrante fantasma de la guerra. Lo advierten liberales clásicos: “¡Cuando los productos no cruzan las fronteras, lo hacen los ejércitos!”.