La oposición política conformada alrededor de la alianzaFrente Amplio de que encabeza el Partido Revolucionario Moderno, PRM, está clamando por el cese del uso de los recursos del Estado a favor del candidato aspirante a reelegirse en el cargo, Danilo Medina. Y siendo justo, tienen mucha razón en exigir que no exista ese desequilibrio. Nosotros mismos a lo largo de nuestra trayectoria política hemos sido coherente con esa petición cuyo cumplimiento está llamado a fortalecer nuestra débil institucionalidad democrática.
La aspiración de que los recursos que da el disfrute del poder no sean usados para inclinar la balanza para un solo lado, ha sido una demanda planteada por todos los partidos que se encuentran abajo, aunque algunos de ellos se desdicen y desandan los caminos cuando les ha llegado el momento de ponerse arriba. Entonces, lo que veían como malo e injusto, lo que antes satanizaban hasta con ayuda de la sociedad civil, se convierte en una ventaja irrenunciable imposible de negociar.
Ahí está el relativismo de nuestra práctica política, que adopta el sentido de la conveniencia pragmática y del carácter circunstancial de las cosas, donde nada es bueno ni malo en sí mismo, sino que todo depende del momento y de la oportunidad y según el enfoque del que está adentro o está afuera.
A la nieve no puede pedírsele que deje de ser blanca, porque ese color es consustancial a su naturaleza. Al pájaro tampoco se le puede pedir que deje de volar, porque para eso tiene alas y ese es su medio intrínseco de trasladarse. Del mismo modo, no puede pedírsele a un presidente que deje de serlo, que se abstraiga de sus funciones primarias y de sus responsabilidades vitales y se convierta así en yo no sé qué cosa. Quizá en una figura etérea, desprovista de su esencia y navegando en la nada.
El problema es que las fronteras tienden a ser muy borrosas entre el presidente que aspira al poder desde el poder y el candidato que él mismo es. En este sentido, las líneas de separación se desdibujan a cada momento y se entrecruzan frecuentemente, por lo cual siempre se le juzgará de acuerdo al color del cristal con que se mire.
Por ejemplo, cuando el presidente-candidato se encuentra inaugurando una obra, ¿quién está allí, el presidente o el candidato? Cuando el mandatario en función de sus atribuciones constitucionales promete cumplir una demanda social o económica, ¿a quién debemos atribuirle el papel, al presidente o al candidato, o a ambos? Ese es el dilema que está planteado y de acuerdo a la libre interpretación y la respuesta que se dé podrá elaborarse un sinnúmero de justificaciones u objeciones.
Los partidarios del presidente dirán que el presidente no puede disociarse de la misión que la Constitución le encarga cumplir y la cual juró realizar, y que eso está por encima de todo, incluido los ajustes que quiere la oposición. Los ubicados en la acera opuesta a la del presidente verán en ese cumplimiento un ‘uso y abuso’ de sus funciones estatales, un aprovechamiento antiético de sus atribuciones institucionales en beneficio propio.
La presente campaña electoral estará cargada de esas acusaciones y contra-acusaciones, y en caso de esta última, se usará para justificar una derrota electoral que se ve venir y que se proyecta claramente, conforme a los pronósticos electorales que se entrevén en la mayoría de las encuestas que se han hecho y que todavía faltan por hacerse.
La oposición, necesita agarrarse de un argumento aparentemente sólido para explicarles a sus acólitos el despertar amargo de sus ilusiones, para decir que fue avasallada, para decir que no la dejaron ser, es decir, echarle a otro la culpa de su falta de pujanza electoral. Ese discurso necesitan construirlo ahora, desde ya, para explicar su desinflamiento final y salvarse de los seguros cuestionamientos que vendrán en la hora de las lamentaciones.
Mientras tanto tendremos un presidente que no se sustraerá de lo que él entiende que debe hacer solo para complacer las peticiones caprichosas de la oposición, que no dejará de hacer las visitas sorpresas que viene haciendo desde siempre y que luego se convierten en soluciones efectivas; que seguirá haciendo las obras que lo han encumbrado en la cima de la aceptación popular.
En fin, tendremos a un presidente que es candidato porque ha sido mejor presidente, y a un candidato que lo es porque se apoya en una presidencia popular, bien valorada y reclamada para continuar haciendo lo que nunca se ha hecho.