No cabe la menor duda de que el actual gobierno recibió un país totalmente golpeado. Una crisis sanitaria sin precedentes que trajo una crisis económica, sumado a la corrupción, que año tras año se fue incrementando, hasta que llegó el final, porque según documentación presentada por un alto dirigente político, en el período de transición se movió, en algunos casos, más dinero que todos los años anteriores juntos.
Luis Abinader asume la presidencia de la República, con una promesa de “CAMBIO”, en un escenario desfavorable. Repasando a los nuevos funcionarios, uno se da cuenta de que en muchos de los casos, se tratan de personas que estuvieron en el gabinete cuando el PRD estuvo en el poder la última vez, 2000-2004. Otros, aunque nuevos en sus funciones, pero igual que los anteriores, siguen con las viejas “mañas” que han sido el cáncer de este país. Nepotismo, botellas, privilegios, uso de los recursos del Estado a favor de ellos mismos, en pocas palabras, CORRUPCIÓN, es lo que trae consigo este cambio de personas en las diferentes posiciones, pero no de práctica.
Peor es cuando nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos, los funcionarios medios y de menor jerarquía, pero en posiciones que deciden y tienen a cargo un personal considerable, son los mismos que en los gobiernos anteriores han cometido actos de corrupción. Desde personas que se pasaron los últimos años con una botella, con un salario muy jugoso y hoy son premiados por ser amigos, ni siquiera del incumbente, sino de un familiar, hasta los que se han enriquecido y aprovechado de sus posiciones, para privilegiar a familiares, allegados y hasta compañías con las que han tenido algún trato.
Si es cierto que es difícil desmantelar una estructura administrativa corrupta que estuvo por los últimos dieciséis años, no es menos cierto que existen los canales para llevar a cabo una limpieza y saneamiento de la administración pública.