El país gastó más de 120 millones de dólares en la “reforma del sector salud” y cada día estamos peor. Es tiempo de un cambio real, centrando todos los esfuerzos, no en una reorganización institucional, sino en una reducción sostenible de la mortalidad materno-infantil, en la elevación de la cobertura y la calidad de la atención y en la reducción del gasto de bolsillo que empobrece más a la mayoría de la gente
En materia de cambios en la salud pública estamos recibiendo señales confusas que generan mucha preocupación. Con gran sorpresa, se observa una tendencia a continuar “haciendo más de lo mismo”, cometiendo los mismos errores del pasado, los cuales todavía le cuestan mucho al país, sin haber resuelto ni un solo de los grandes problemas del sector. Todo lo contrario.
Comparto esa preocupación. Todavía es posible enderezar los entuertos heredados. Estoy convencido de que el presidente Luis Abinader representa la última oportunidad de provocar un cambio real para elevar la cobertura, calidad y oportunidad de la salud pública.
La política sanitaria de las pasadas autoridades se concentró en grandes inversiones sobrevaluadas y en concesiones a los gremios de salud sin mejorar el desempeño, en interés de asegurar la gobernanza. Y todo, asignando el menor presupuesto posible, reduciendo a un discurso vacío la promesa de hacer lo que nunca se había hecho. Esta distorsión y mezquindad empobreció la salud pública y enriqueció la medicina privada.
Si los cambios prometidos no se ejecutan, si las autoridades siguen incumpliendo promesas vitales con las tres causales, y si se impone una reforma fiscal regresiva contra los más pobres, sin sacrificios suficientes a los más ricos, entonces el panorama para el 2024 lucirá bastante incierto.
En el 1978 pensamos que con el ascenso de Antonio Guzmán el país superaba los años represivos de Balaguer, y que con el triunfo de Hipólito Mejía en el 2000 se sepultaba la corrupción del PLD. ¡Cuánta ingenuidad! En política, los errores de unos son exactamente los aciertos de los otros. El vuelve y vuelve sigue siendo un riesgo latente.
¿Fortalecimiento institucional, o solución de los problemas?
Perdóneme, presidente Abinader, su decreto 284-21 revela su interés en promover una reforma y modernización del sector salud. Pero los detalles del mismo me retrotrajeron a las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado, donde los gobiernos se endeudaron por más de 120 millones de dólares “para la reforma del sector salud” y miren cuanto se ha degradado la salud pública desde entonces.
De ese esfuerzo, del cual formé parte muy activa, junto a decenas de profesionales de gran calidad, nacionales y extranjeros, sólo quedaron muchos volúmenes con recomendaciones acertadas que nunca se implementaron. De ahí surgió el Plan Básico de Salud y la atención primaria de la Ley de Seguridad Social, entre otras reformas frustradas.
Concretamente, ¿qué significa para la gente común disponer “el fortalecimiento del rol de rectoría del Ministerio de Salud Pública, la reforma de los órganos que integran el sector salud, y la reestructuración de la Dirección General de Medicamentos, Alimentos y Productos Sanitarios (DIGEMAPS)? ¿Y para nosotros, los mayorcitos, que tenemos décadas escuchando lo mismo?
Otra expectativa, totalmente diferente, hubiese creado ese decreto si solicitase propuestas concretas para: 1) reducir el gasto de bolsillo de la población; 2) elevar la calidad y oportunidad de la atención a los pacientes; 3) estimular la dedicación y el desempaño de los recursos humanos; y 4) reducir la mortalidad materno-infantil, entre otras reformas tangibles, que fueron ofertadas durante la campaña electoral. Esa sería la verdadera diferencia entre un cambio real y continuar haciendo más de lo mismo.
Los redactores del decreto parten de la premisa de que una reestructuración “garantizará el derecho a la salud integral consagrado en la Constitución”. Y es exactamente a la inversa, la necesidad de entregar servicios con calidad y oportunidad es la que definirá la necesidad y el perfil de la reorganización institucional. El objetivo principal no puede ser un resultado secundario, sino primario.
En materia de cambios en la salud pública el presidente Abinader está muy mal asesorado. La experiencia de cuatro décadas indica que, por sí sola, una reforma institucional no garantiza una solución real y sostenible de los problemas de salud. El éxito alcanzado en el combate a la COVID se debe a que la inmunización nacional condicionó la readecuación institucional. Presidente Abinader, todavía estamos a tiempo.