Todos sabemos que la mayoría de presidentes cuando rinden cuentas de sus países se les suele estirar la lengua, y acaban rindiendo cuentos que tantas veces superan en imaginación, a los escritos para niños por el mundialmente famoso danés Hans Christian Andersen.

Y el nuestro, el presidente Medina, en plena época del contagioso carnaval no iba a ser menos en eso de ser creativo e inventarse fábulas para los dominicanos, que en estas cosas de oír los largos y grandilocuentes discursos políticos seguimos siendo tiernos e ingenuos infantes.

Para ser realmente original y convencernos de lo maravilloso de su gestión, este año se ha colocado un disfraz de Guloya económico, con muchos colorines y espejitos como los que los descubridores embaucaban a los nativos y nos ha contado unos cuentos fabulosos que dejan a los del amigo Andersen a la altura de los tobillos.

En esta ocasión, su discurso no se ha basado como otras veces en las infraestructuras realizadas hasta el momento, los metros, los teleféricos o la bendita Catalina, sino en los famosos índices de crecimiento del país, aportados siempre tan pomposamente por el Banco Central, y en los que no se tienen en cuenta las emisiones de bonos y los préstamos internacionales que recibimos a cada momento, los cuales se convierten, como bombas de tiempo, en deudas internas y externas para las que debemos pagar más o menos la mitad de lo que sudamos anualmente. Eso, sin contar otros factores como la tan desigual e hiriente redistribución de la riqueza.

Ha dicho el presiente Medina que somos un modelo económico, el mejor de la región y un ejemplo para América Latina. De la región no lo dudo, porque como dice el dicho, en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Puerto Rico está desde hace unos años por su crisis en el puro suelo, y además devastado aún por el último huracán, Haití, está en el  subsuelo del que parece no poder salir nunca a flote, Jamaica está eternamente pobre con sus rastras, la ¨ganja¨ y sus pegadizos ritmos tipo regetón, y Cuba, la comunista, con su bloqueo y su ineficacia productiva, ni siquiera está.

El resto, las llamadas Antillas menores, son pequeñas islas que se aguantan vivas con mayor o menor fortuna por el turismo o por convertirse, como las Islas Caimán en dudosos paraísos fiscales.

Así que nuestra querida República, no obstante con el  60% de población pobre y un 10% de la misma en calidad de extrema, somos los ricachones del Caribe y podemos presumir de tal condición de bonanza. Algo es algo, dijo un calvo al encontrarse un peine sin púas.

Ahora, decir que somos un ejemplo para el resto del subcontinente hay que tener muchos timbales políticos. Con los puestos que los rankings nos otorgan, unos pésimos lugares en áreas sociales de vital importancia como la corrupción, transparencia, educación, sanidad, salarios, embarazos de menores, mortalidad infantil y materna y tantos otros, hacer tal afirmación es algo que tan frecuente dicen los presidentes en estas patrias y solemnes ocasiones: Presidentadas.