El presidencialismo se ha mantenido como sesgo dominante del régimen político dominicano desde que el 6 de noviembre de 1844 el dictador Pedro Santana hizo que se inscribiera en la constitución, con el artículo 210 de aquel tiempo; que en la de Balaguer de 1966 y en subsiguientes, fue el 55; y en la actual se consigna desde el 122 hasta el 128.

Amparados en ese poder, desde 1966 todos los presidentes se han propuesto la reelección de su mandato. Lo hayan logrado o no, han intentado. Desde ese año, han transcurrido 52; y de estos, Joaquín Balaguer fue presidente 22, Leonel Fernández 12, y Danilo Medina va para 8. Leonel Fernández quiere volver y Danilo Medina quiere seguir más allá del 2020.

El presidencialismo ha determinado el régimen. Constitucionalmente el presidente es el jefe del gobierno y del Estado, aunque la constitución dice que el poder legislativo es el primer poder.

En 1991, gobernaba Balaguer, y concentraba el 60% del presupuesto nacional; y aunque eso se ha reducido al asignársele partidas más pequeñas de manera directa a la presidencia, todavía queda el hecho de que los ministerios dependen del presidente para sus nombramientos y dirección, y a estos se les asignan montos del presupuesto.

O sea, que el Poder Ejecutivo, que lo personifica el presidente, dispone del grueso del presupuesto nacional, y con ese alto poder de pago, es el que manda como quiera.

Si se hace una comparación entre la constitución de Balaguer, la de 1966; y la del 2010, de Leonel Fernández, se puede observar que el presidente tiene en una y otra las mismas atribuciones. Es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y jefe de la seguridad nacional; designa los ministros y los funcionarios de alto nivel de la administración pública; asume poderes especiales si el congreso no está en legislatura, o no puede ejercer sus funciones; propone leyes, las promulga y tiene poder para vetarlas; puede hacer decretos en cualquier situación, de emergencia o no; nombra los embajadores; nombra al gobernador del Banco Central y al Procurador General de la República.

Además, ahora tiene lo que legalmente no tenia en 1966, y es que preside el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), que es el organismo encargado de escoger a la Suprema Corte de Justicia (que, a su vez, escoge los jueces), al Tribunal Constitucional y al Electoral.

Por estos días recientes, el presidente Danilo Medina presidió la sesión del CNM que escogió a cuatro miembros del Tribunal Constitucional, de los cuales tres de ellos se dice son incondicionales del partido del gobierno, y uno de estos, José Alejandro Ayuso, ha militado de manera abierta en propósitos reeleccionistas de aquel.

El presidente de la República ha tenido la principalía en el manejo de la cosa pública, y con esa fuerza material acaricia siempre la posibilidad del continuismo, con la reelección de sí mismo; o pactando cuotas de poder e impunidad con su posible sucesor. Continuismo en todo caso.

Mientras la vida política del país estuvo dominada de una u otra manera por figuras relevantes como Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, el presidencialismo tuvo siempre mucha fuerza. Pero nunca al nivel de este momento.

Varios hechos han ocurrido para que el presidencialismo haya devenido en régimen, son los siguientes: 1.- La desaparición de esas figuras relevantes que dominaron la vida política del país desde 1962, que mantenían la unidad interna de los partidos del sistema, y daban estabilidad al régimen con sus competencias electorales y entendimientos en torno a todo lo esencial para el orden social, económico y político establecido; 2.- La cooptación de la dirección del PRD por parte del PLD, dividiendo así y por tanto, debilitando, la opción que fue siempre alternativa de poder en el sistema político desde 1962; 3.- El imperio del mercado como organizador de la vida social y económica, con una deriva en el de conciencias; y 4.- La pervivencia de la pobreza en la sociedad, que, en alguna medida, alimenta al anterior.

El régimen del PLD va hacia los 16 años consecutivos de instalado, hecho que en si es una fuerza hasta por la costumbre. Y da una idea de las cosas que hay que cambiar al régimen político para que tenga lugar una transición democrática; y dice, además, la magnitud de la fuerza a estructurar por la oposición, para un cambio en el 2020.

Solo ideas poderosas, por lo novedosas y atractivas, sustentadas en una gran coalición política y social surgida de la movilización del pueblo, pueden derrotar el continuismo del régimen del PLD.