Según Amable Rosario[1], refiriéndose a Eugenio María de Hostos y lo que este entendía como rasgos típicos de los dominicanos, hace mención de que el insigne educador, padre de las Escuelas Normales en la República Dominicana, reconocía que en la conciencia dominicana, existía un vago sentimiento de lo nacional, y hacía relucir lo débil de la conciencia de nacionalidad que existía entre los dominicanos. Agregaba Hostos que la conciencia nacional se despierta con el grito de independencia del 27 de febrero de 1844. “Políticamente hablando, los hombres de febrero no hicieron más que despertar una nación dormida”.[2]
Es triste reconocer que esto, poco ha cambiado, que mostramos poco interés en nuestra propia identidad y nuestra cultura, no sólo del dominicano poco instruido, sino que el estudió de nuestros rasgos de afinidad son poco abordados por la intelectualidad dominicana. Se hace urgente un despertar de la conciencia nacional, que se encuentra en estado de somnolencia, de modorra, de sopor, y que no reacciona ante las acciones que a diario vemos que van en contra hasta de nuestra propia existencia como país. Hoy más que nunca antes, es necesario la vigilancia y la lucha por la preservación de la independencia nacional y de nuestra soberanía. Mantener vivos en la conciencia de la Nación los hechos de admirable valentía de nuestros héroes y patricios, en los episodios históricos en que se ha tratado de revertir nuestro libre albedrío por invasores de distintas nacionalidades y latitudes, ya españoles, ya franceses, y las reiteradas y sangrientas embestidas del vecino haitiano, en las que sólo el polvo de la derrota les acompañara en su desbandadas.
Hay que realzar los valores nacionales dominicanos, los principios que identifican nuestra cultura y los hechos históricos de los que nos sentimos orgullosos porque despiertan el amor por nuestra patria. Estos son de gran importancia pues se convierten en patrones de conducta individual y social, proyectando y preservando la identidad nacional de nuestro país. Se destaca entre estos elementos sociales, los valores ciudadanos, como son, la cultura nacional, nuestras tradiciones, y nuestra historia; los cuales constituyen las características morales que pueden catalogarse como positivas, que nos destacan ante las demás comunidades, y que realzan nuestro patriotismo como valor supremo.
Debemos salirle al frente a las nuevas concepciones que tratan de imponerse en nuestro país, que van contra el fomento y exaltación de los valores patrios, socorridos en la falsa premisa de que se trata de un ultranacionalismo con tendencias xenófobas y racistas. Pero precisamente, tal condición no la hemos exhibido nunca los dominicanos de la manera arraigada que le otorgan en la actualidad quienes propugnan por intereses que van en contraposición con los ideales que sirvieron de base a la instauración del Estado Dominicano; pues uno de los valores que nos adornan, heredados de nuestros patricios son aquellos que comulgan con la igualdad, pues todos estamos conscientes de que somos un crisol de castas, y de ello nos hemos sentido siempre orgullosos. En un artículo anterior me refería en el sentido de que Juan Pablo Duarte se mostraba contrario a la desigualdad que se basaba en el honor y el privilegio, y se oponía vehementemente a las ideas racistas, destacando, como refiere el Dr. Alcides García Lluberes: “la unidad de raza como uno de los elementos más poderosos en la formación existencial de las naciones”.[3]
Fomentemos el estudio de nuestra historia, difundamos nuestras tradiciones y nuestro folclor, rico en manifestaciones artísticas en las que destacan nuestro merengue y la bachata entre otros; difundamos por todo el mundo la belleza de nuestra tierra, lo variada y exquisita de nuestra gastronomía; la calidad de muchos de nuestros productos agrícolas como el cacao, el tabaco, el café. Seamos relatores de los hechos y la evolución de los acontecimientos acaecidos en el pasado y que deben ser asumidos como valores creados por nuestros antepasados.
Es de importancia capital que la diáspora dominicana se mantenga apegada a nuestras tradiciones, pues a través de ellas se ha conformado su identidad y su cultura, y cuando nos encontramos lejos de la patria es que más nos percatamos del lazo fuerte que nos une a nuestros orígenes. Podemos lograrlo dando a conocer nuestras tradiciones religiosas y su conexión con nuestro lenguaje, nuestras costumbres, comportamiento, y nuestra historia. Aunque aprendamos otros idiomas, hablemos el nuestro donde encontremos la oportunidad de hacerlo, pues existen familias enteras que se han ido a residir al extranjero y dejan de hablar el idioma, lo que contribuye a debilitar nuestra proyección cultural. Transmitamos las buenas costumbres que nuestras tradiciones nos enseñaron, convirtámonos en embajadores publicistas de nuestras bondades, y enarbolemos a los cuatro vientos que estas superan por mucho a nuestras maldades y vilezas.
Llevemos nuestra cultura por donde quiera que vayamos, lo que no debe excluir el reconocimiento de la diversidad cultural como elemento enriquecedor de nuestro contacto con otras culturas, pero teniendo muy en cuenta que esto no quiere decir absorción cultural que se materializa cuando una cultura dominante impone sus valores, por lo que debemos esforzarnos como pueblo a fortalecer lo nuestro. Desmintamos a los que nos juzgan mal y demostremos que somos orgullosos de la mezcla racial que nos diera origen, entre la que destacan de manera principal los grupos étnicos europeos, y en menor medida pero con aportes e influencia significativos, el africano. El pueblo dominicano no es racista (una minoría puede serlo, como en todas partes) aunque lo afirmen algunos historiadores y sociólogos imbuidos de una postura contraria a todo lo europeo. De manera que no han valorado en su justa medida la existencia o no de prejuicios raciales, como tampoco consideraron las invasiones haitianas que siguieron a nuestra independencia, y que no es lo mismo aprensión o temor al agresor, que tabúes raciales.
¡Preservemos y defendamos la dominicanidad!
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[1] Percepción de la Dominicanidad en Eugenio María de Hostos. P. 69, 1972
2 Rosario, Amable.- Ibid.
3 García Lluberes, Alcides.- “Duarte y la Unidad de Razas” Listín Diario, S.D. 16 de julio de 1929