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A principios de este año perdimos a Fredy Bonnelly Valverde, un buen amigo, excelente persona. Lamentando no estar presente en su velatorio y entierro por encontrarme fuera de la ciudad cuando lo supe y a esa hora no podía venir y asistir a su despedida. Pero en estos días encontré las palabras que pronuncié en el acto de puesta en circulación de su libro Mi Paso por la 40, Un testimonio, el 2 de julio del 2009 en la Sociedad Amantes de la Luz, sin quitar ni poner palabra alguna, en homenaje a ese que fue un mártir de la tiranía que nunca hizo alaracos, ni él ni sus demás familiares, de lo que padecieron, pero como si dejara la corona que nuestra Promoción de Abogados 1951-56 no depositó sobre su cadáver, quiero honrar a quien tanta honra merece, y con él, a todos los que padecieron las torturas, los encierros, las cárceles o las muertes gloriosas durante la tiranía.

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Palabras de presentación

Regularmente, se estila que quien haya escrito algunas palabras introductorias, le toque apadrinarlo, como regularmente el padrino de bodas termina siendo el de lo primogénito que traiga la pareja, pero en este caso, en vista de que regularmente escribo algo diferente, me resulta complicado decir algo más, porque creo que el prólogo resume lo que pienso del libro y de su autor.

Sin embargo, debo aclarar que el libro está dividido en dos partes, los acontecimientos que se narran en la primera que corresponden a la 40 y sus consecuencias, y luego lo que sucedió después de la muerte del tirano. Santiago no está fuera de este libro, no podía estarlo, porque está hablando  un Bonnelly y decir los Bonnelly es, en cierta forma, decir Santiago, por más que hoy estén desperdigados por todo el planeta.

Como en esa segunda parte se habla de esta ciudad, resumiré aspectos importantes,  que comentaremos en esta presentación porque a mí me gusta hablar de Santiago y de los santiagueros como cibaeño verdadero que soy,

Para no romper con el protocolo, voy a escoger algunos párrafos de aquella presentación y del prólogo, para volver sobre los Bonnelly y Santiago.

Nunca le he preguntado a Fredy por qué escribió este libro y cuándo realmente empezó a hacerlo. Sospecho que cuando se vio tocando las puertas de San Pedro se dio cuenta de que llevaba demasiado cosas y recordó los versos de Machado, que cantó Joan Manuel Serrat, sabiendo que ese viaje hay que hacerlo ligero de equipaje como los hijos de la mar y entonces pensó en aflojar la carga y por suerte, entre esas que echó por la borda, estaban sus recuerdos de la 40 y de los días que siguieron a la caída del dictador. 

Hoy, muchos de los que ayer padecieron junto con él las ignominias inhumanas de las ergástulas trujillistas, miles y cientos de miles que fueron perseguidos o sufrieron exilios y privaciones, castigos bárbaros y humillaciones sin fin, como aquellas vacas del romance de Federico García Lorca, otra víctima de la intransigencia humana, que cuando en la plaza de toros mataban a sus hijos, en medio de las sabanas o las serranías las madres terribles levantaban sus cabezas, así los  muertos queridos, aquellos que ayer recogieron el lienzo nacional pisoteado por los esbirros y se envolvieron en él con dignidad y entregaron sus vidas, desde los cementerios del mundo donde sus cenizas reposen, levantan sus testas y escuchan aquí en cuerpo presente asistiendo a esta entrega, humilde, es verdad, pero sincera, de uno de los que pudo ser igual que ellos: tierra reintegrada y un poco de olvido.

No digo sus nombres para que mi voz no se rompa en lágrimas y no los haga llorar a ustedes, porque asistimos a una fiesta cultural, que al mismo tiempo es el  despojo de Fredy Bonnelly Valverde de aquella pesadilla que no lo había abandonado durante tantos años  y que en letra de molde ha depositado a los pies de la bandera nacional.

Digo estas cosas para llamar la atención de otros valiosos exponentes de la gallardía nacional al enfrentar al monstruo de San Cristóbal, para que, sin imitarlo, den sus versiones particulares. Porque como cada quien, según la famosa frase, habla de la feria como le fue en ella, de ese mismo modo la experiencia personal de la cárcel, sobre todo la de los sobrevivientes de las ergástulas trujillistas como Nigua, la 40, La Victoria, El Nueve, La Isla Beata, etc., tiene un interés particular.

No solo lamentamos la ausencia de estas historias, sino las de los principales miembros de la llamada Raza Inmortal, me refiero, como es lógico, a Minerva y a Manolo, aunque Dedé Mirabal, ahora, asuma el rol de hablar directamente en su libro reciente.

“Este no es un libro de «literatura» ni un texto que pretenda enmendar la plana a ningún historiador. Se trata de un testimonio, por eso está escrito en primera persona, porque su autor no ha querido convertirse en escritor o historiador, sino que por un azar del destino le correspondió ser una de las víctimas de la intransigencia política en un momento en el cual las libertades públicas eran inexistentes por estar su patria sometida al yugo de una de las más despiadadas y crueles dictaduras del mundo y ha querido, como parte en los acontecimientos, dejar su versión directa Por eso, estamos ante un documento para la reflexión contra el olvido de este pueblo olvidadizo.

Las nuevas generaciones que han disfrutado de un clima de libertades públicas, que si de algo se quejan es de excesivo, podrán saber directamente, sin metáforas ni engalanamientos hueros, qué sucedió realmente con los miembros del famoso Complot Develado del 14 de Junio detrás de las tenebrosas paredes de la Cuarenta.

Fredy Bonnelly Valverde fue mi compañero de estudios desde 1951 al 56 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo (entonces imposible que fuera autónoma). Lo recuerdo entre el paquete inicial de más de cien que comenzamos al final del verano del 51, como un muchacho serio, formal, cuyo apellido sonoro, por su tío Fello (el Lic. Rafael F. Bonnelly, entonces Rector de la Universidad, que había sido ministro y embajador de Trujillo y luego Presidente del Consejo de Estado), nos intimidaba a los que veníamos del interior, sobre todo a los que como yo habíamos caminado por la calle Sully Bonnelly cuando estudiábamos aquí.

Si de algunos de nuestros compañeros pensábamos que pudieran estar involucrados en conjuras contra la tiranía, a quienes teníamos más lejos era a los Bonnelly. Este libro nos demuestra todo lo contrario.

Sin embargo, la naturalidad con la cual Fredy comienza y concluye su testimonio casi medio siglo después, no es igualada por ninguno de los demás que se han referido al tema. La mayoría cae en el pecado de tratar de hacer literatura y de sobresalir como mártir o como héroe. Nada de eso encontraremos en estas páginas.

Portada del libro de Fredy Bonnelly, Mi paso por la 40. Un testimonio. Editora Mediabyte, S.A. abril 2009. Santo Domingo

Fredy escribe como habla, con la mayor sinceridad y expone sus recuerdos en forma tal, que más que leer a un escritor, estamos escuchando a una persona que sin asomo alguno de rencor, cuenta descarnadamente, con las palabras del habla cotidiana, lo que vio y oyó, padeció y conoció en forma directa, o a través de personas confiables

Mi paso por la 40, no es, en consecuencia, un libro más sobre aquel capítulo dantesco de la historia nacional, sino un texto muy especial que será de capital importancia para los narradores del futuro y un documento confiable de lo que sucedía a los disidentes de la tiranía, y especialmente, a los que cayeron bajo el poder de Johnny Abbes García y sus secuaces del SIM.

Es una frase manida, pero no por ello menos real y oportuna: El que lee este libro, está leyendo a un hombre en su plena dimensión humana. Los hechos que desfilan ante el lector no son de películas, ni de literatura, sino trozos reales de la vida de unos hombres que se la jugaron contra el más fuerte y unos fueron aniquilados y otros quedaron para contarla, como nuestro autor. En estas páginas no hay asomo alguno de exageración.

Al contrario, a veces, como él fue víctima de los abusos y atropellos, parece que ensordina estrepitosos acontecimientos, para no parecer apocalíptico.

Hemos leído novelas como el Manolo de Edwin Disla y multitud de testimonios sobre lo que acontecía en la 40 y en La Victoria y creíamos que ya conocíamos perfectamente lo que allí pasó. Sin embargo, este volumen nos demuestra que la capacidad del asombro para aquellos hechos sangrientos, está intacta si quien lo cuenta lo hace con naturalidad, algo sumamente difícil para quien ha sido uno de esos mártires, hasta ahora un poco anónimo y en bajo perfil, precisamente por haber actuado con sinceridad y sin arrepentimiento.»

Ahora entramos en materia. Después de Fredy contarnos su paso por el infierno y su liberación y la del país en 1961 estando él en Puerto Rico, pasa a hablarnos del Consejo de Estado, de su tío Rafa, de su familia. Comienza con estas precisiones tajantes:

«Además, deseo desvanecer la imagen que generalmente se tiene de que nuestra familia pertenece a una supuesta oligarquía de Santiago, que es adinerada y que proviene de orígenes sociales elevados. Por el contrario, el primer Bonnelly que vino al Caribe lo fue Pedro Bonnelly (originalmente Bonelli), propietario de una goleta que transportaba mercancías en las islas del Caribe a mitad del siglo 19, el cual había casado con Lousette Coutin, una mulata haitiana a quien le decían Gran Mamá.  Se radicaron en Saint Thomas y a la muerte de éste, Gran Mamá vino a vivir a Puerto Plata con sus 8 hijos, quizás buscando la cercanía de su original Haití y con el propósito también del regreso.

Uno de ellos, Ulises,  casó con una joven Arnau de Santiago, procreando varios hijos, de los cuales dos, Carlos Sully y Raúl, para protegerse de una de esas revoluciones, fueron a vivir a Santiago donde sus abuelos y casaron con dos hermanas Luisa y Julia Fondeur, creando ambos una familia numerosa de más de 7 hijos cada uno. Quizás por haberse destacado como munícipe, Sully, el mayor, es que nos dan el epíteto de oligarcas, pues él fue casi siempre Presidente del Ayuntamiento, formó el Cuerpo de Bomberos, la Banda Municipal y el Hospital San Rafael, hoy Cabral y Báez.  En cuanto a lo de adinerados que hemos sido, no conocí a ninguno que poseyera algo más que lo que necesitara para su sustento.  Quizás en esta generación haya alguno que posea algo más, pero no mucho”

Este desmentido trae algunas cosas interesantes. La primera es que los Bonnelli originales eran italianos, la y griega que le da característica francesa no encaja. La segunda es la mezcla de estos con una negra haitiana, la Gran Mamá, y la tercera es que ese munícipe distinguido cuyo nombre lleva una calle céntrica Sully o Sully Bonnelly de esta ciudad no era un oligarca, sino un hombre amante de esta ciudad, que con su esfuerzo y su visión del futuro construyó en Santiago instituciones que se han mantenido.

Luego Fredy habla de su tío Rafa. Comenta los logros del Consejo de Estado, demuestra las triquiñuelas del poder y nos ofrece un retrato de sus parientes cercanos, mostrándonos sobre todo la honestidad de su ilustre tío y los rasgos de hidalguía que le distinguieron. Nos recuerda que el Consejo de Estado tenía por misión ofrecer unas elecciones limpias y todo el mundo está conteste hoy, que si no fueron las más pulcras de nuestra historia, lejos no anda de ello.

Esa reivindicación de su tío y de las actuaciones del Consejo de Estado no son conocidas por el gran público. Sin duda alguna, tuvieron mala prensa y aún hoy el reconocimiento no es pleno.

De modo que si bien es un libro que debe ser leído por todos, porque lo que se narra nos afecta por igual, aunque no sabíamos lo que pasaba tras las tenebrosas paredes de la 40, ahora podemos asistir en primera fila a muchos de los horrores de los que fue testigo nuestro autor. También es un libro santiaguero en esa segunda parte, porque el conocimiento de las acciones y la vida de los Bonnelly, es, en cierto modo, un conocimiento de las acciones y la vida del Santiago hidalgo y señorial de las leyendas.