Señor Tony Raful, embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Dominicana ante la República Italiana
Señor Iván Ogando, embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Dominicana ante la Unión Europea, el reino de Bélgica y el Gran Ducado de Luxemburgo.
Doctor Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación.
Señoras y señores:
El 23 de mayo de 1971, hace cincuenta años, la muerte de un hombre pasó desapercibida en Bélgica y causó una conmoción en República Dominicana. Pasó desapercibida en la capital belga porque se pensó que se trató de una muerte accidental. Sin embargo, se trató de un asesinato que sacudió los cimientos de la lejana nación: el cadáver pertenecía al más importante líder de la izquierda revolucionaria dominicana, a uno de los líderes más carismáticos de la historia dominicana reciente. En la misma habitación yacía una mujer moribunda.
Seis meses después, el doce y trece de diciembre de 1971, el cadáver decapitado y descuartizado de la mujer, que había escapado una primera vez de las fauces de la muerte, aparecía repartido en dos maletas en las calles de la que luego sería la capital europea. El asesinato causó una conmoción: pocas veces había tenido lugar en Bélgica un crimen de un tal salvajismo. En Santo Domingo, sin embargo, el crimen apenas si fue mencionado en la prensa.
Él tenía 28 años; ella, 26. Él dejaba una viuda y dos huérfanos; ella, cuatro huérfanos. Él era Maximiliano Gómez Horacio, el Moreno, secretario general del Movimiento Popular Dominicano. Ella era Miriam Pinedo Mejía, viuda de Otto Morales, asesinado por el régimen balaguerista año y medio antes.
“Morir en Bruselas”, la obra que hoy presento en este escenario gracias a la gentileza del Archivo General de la Nación, trata sobre estas lejanas y terribles muertes. Dos razones me han movido a escribir este libro.
En primer lugar, he querido hacer un aporte a nuestra historia, narrando las circunstancias en las que fue asesinado Maximiliano Gómez pues se trata de un hecho fundamental de nuestra historia.
En segundo lugar, hago un recuento de las circunstancias en la que fue asesinada Miriam Pinedo viuda Morales. A pesar de que la significación política de su muerte no se puede comparar a la de Gómez, los terrores a lo que fue sometida constituyen un drama humano de mayor intensidad. Miriam Pinedo fue calumniada, secuestrada, probablemente violada, torturada psicológicamente, estrangulada, decapitada y descuartizada. A pesar de ello, hoy, medio siglo después, ha sido injustamente olvidada. Y las raras veces que se la menciona es para calumniarla aun después de muerta. A Miriam Pinedo no solamente la mataron físicamente sino también moralmente. No la asesinaron solo a ella, sino también a su memoria.
He dicho en otro lugar que el crimen de Miriam Pinedo es un símbolo de la violencia contra la mujer que puede ser comparado a los de las Hermanas Mirabal. Ciertamente, a diferencia de estos, el asesinato de Pinedo no se trató de un asesinato político, aunque fueron miembros del MPD los que lo votaron y ejecutaron. El crimen de Gómez fue con toda certeza un crimen de estado, pero la ambigua actitud de la dirección del MPD no permite descartar que el de Miriam Pinedo no haya sido un crimen de partido.
A Maximiliano Gómez se le rinden homenajes cada 23 de mayo y es justo, muy justo. En cambio, a Miriam Pinedo, repito, la han olvidado y ese olvido no es inocente. Es por ello por lo que he dedicado mi libro a su memoria. Reivindico mi derecho, como respeto el derecho de quienes decidan por ello rasgarse las vestiduras.
Estos dos objetivos no son contradictorios ni mutuamente excluyentes. La posición de que honrar la memoria de Miriam Pinedo disminuye la de Maximiliano Gómez es absurda ya que es la continuación de las viles calumnias en las que se basan ciertas historias que se tienen por palabra de Dios, versiones que se derrumban frente a los hallazgos que he realizado.
A pesar de estar basada en extensas investigaciones, Morir en Bruselas es una novela. Tres razones me han hecho elegir este género en lugar de una investigación periodística. En primer lugar, a pesar de que he logrado despejar toda una serie de dudas, otras persisten. Ambos asesinatos siguen estando envueltos en una neblina de misterio, aunque con este libro la misma es mucho menos espesa. Me pareció que no tenía sentido escribir un libro de investigación que no concluyera con certezas absolutas. En segundo lugar, escribir una novela me ha permitido especificar las numerosas hipótesis con las que se han explicado las muertes de Maximiliano Gómez y Miriam Pinedo, así como a decantarme por las que me parecieron las más probables. Finalmente, escribir una novela me ha permitido expresar a través de una Bruselas siempre lluviosa, decrépita y sucia, el pesimismo que me han causado estas muertes absurdas e inaceptables. En este sentido, de alguna manera Bruselas es también un personaje.
Muchos pensarán que, al tratarse de una novela, esta obra es fruto de mi imaginación. Nada más falso. Algunos lo pensaran de buena fe y otros empujados por una fe no tan buena. Me refiero a los que por diversas razones se verán perjudicados por los descubrimientos que he realizado, descubrimientos que contradicen muchas versiones que, a pesar de ser consideradas como oficiales, sí que son novelescas.
Es preciso, pues enumerar, aunque someramente, las fuentes que sustentan mi trabajo, fuentes que no han sido citadas en el libro, pero que pienso entregar al Archivo General de la Nación, por su innegable valor histórico.
En primer lugar, me he basado en testimonios de muchos de los actores o testigos de estos hechos: Tony Raful, Alberto Despradel Cabral, Chico; Carlos Tomás Fernández, Marco Santana, Ramón Colombo, Miguel Reyes Santana, Pierre Mertens, Thierry y Pierre Demaret, Carlo Tempestini, Rafael Molina Pulgar, Luis Rafael Hernández Alvarado, Winston Franklin Vargas Valdez, Rafael Chaljub Mejía, Manuel González Tejera, Eleazar Montás Bazil y Yuri Morales Pinedo. Cabe mencionar los testimonios de Monchín Pinedo y René Sánchez Córdova, quienes nos han abandonado hace algunos meses, testimonios que presenciaron también doña Zunilda Muñoz hoy viuda Sánchez Córdova y Jaime Borbón Cantisano, quienes no me dejarán mentir.
Me he basado, sobre todo, en el testimonio de Hugo Alfonso Hernández Alvarado, el más joven de los presos canjeados, el único que no era miembro del MPD – apenas era simpatizante – pero que por su naturaleza aguerrida se ganó el lugar entre los presos liberados. Quiero expresar mi pública admiración por Hugo por la valentía de sus testimonios, sin los cuales este libro sería superfluo, sin los cuales, este libro no hubiera, probablemente, visto la luz; Quiero agradecerle muy especialmente por haber tenido el coraje y la honestidad que otros no tuvieron, por haber hablado de lo que otros no se atrevieron.
Mi agradecimiento va también a las demás personas que he mencionado, porque ellos también decidieron hablar. Lamentablemente, otros prefirieron callar o evadir mis invitaciones a ser entrevistados. Algunos por razones válidas, como el pesar producido por estos terribles hechos. Otros por cobardía pura y simple, movidos por un inútil intento de evadir las sospechas que los señalan como responsables o cómplices de estos crímenes.
He consultado también a la doctora Argelia Aybar, experta en el campo de la patología molecular, quien me ha proporcionado valiosas explicaciones relacionadas con la toxicología forense, muy necesarias a la hora de interpretar la muerte de Maximiliano Gómez. Le reitero también a ella mi rotundo agradecimiento.
En cuanto a las fuentes escritas, consulté extensamente los periódicos belgas Le Soir, La Dernière Heure y la Libre Belgique; el periódico francés Le Monde y la revista L’Express del mismo país; los periódicos italianos Il Corriere della Sera y Lotta Continua, así como la revista Quaderni Piacentini. En Italia he consultado también documentos del archivo personal del dirigente trotskista italiano Livio Maitan. Por otro lado, he consultado el periódico mexicano El Informador y el norteamericano The New York Times, la revista chilena Punto Final y la Gaceta Judicial del Brasil, en donde encontré pruebas irrefutables que destruyen la credibilidad de una de las versiones más socorridas sobre la muerte de Maximiliano Gómez.
En cuanto a las fuentes escritas nacionales, debo citar el número correspondiente a mayo de 1979 de Libertad, órgano del Movimiento Popular Dominicano, los números correspondientes a la primera quincena de junio de 1971 y a la primera quincena de enero de 1972 de la revista ¡Ahora!, diversos artículos de la prensa nacional, entre ellos varios artículos aparecidos bajo la firma de la periodista Ángela Peña. Debo citar, sobre todo, el material que me proporcionó el eficiente personal del Archivo General de la Nación, a saber, los nutridos expedientes correspondientes al secuestro del teniente coronel Donald Crowley, así como los expedientes correspondientes a las muertes de Maximiliano Gómez y Miriam Pinedo. El AGN ha también colaborado con mis investigaciones dándome a conocer las entrevistas realizadas a los presos canjeados Miguel Reyes Santana, Manuel Antonio de los Santos, Efraín Sánchez Soriano, así como a Carlos Tomás Fernández, también miembro del MPD.
Pero las fuentes escritas no solo han sido periódicas. He consultado los siguientes libros: Un hombre aparte, de Gilles Perrault; La red Curiel o la Subversión Humanitaria, de Roland Gaucher; Henri Curiel, de René Gallissot; Cristo con un Fusil al Hombro, del periodista polaco Ryszard Kapuscinski, quien coincidió con Maximiliano Gómez en Ciudad México. Particularmente útil me ha resultado la lectura de Franco Tirador, la vida de Georges Mattei, de Jean-Luc Einaudi, quien prestó una ayuda decisiva a los exilados del MPD; y Los Buenos Oficios, del gran escritor belga Pierre Mertens, quien, en sus páginas, interpreta el violento crimen de Miriam Pinedo como una metáfora de la Historia.
Realizo esta extensa enumeración no solo para rebatir de antemano aquellos que, de buena o mala fe, pongan en tela de juicio el rigor de mi trabajo. Existe también otra razón. Muchas veces se ha dicho que la realidad es más extraña que la ficción. Es el caso de los hechos descritos en “Morir en Bruselas”. Cuando, a finales de 2014, comencé a indagar sobre estas muertes en la sala de periódicos de la Biblioteca Real de Bélgica, encontré hechos dignos de un libro o una película de espías: la vigilancia a la que miembros de la DGI, es decir, los servicios de inteligencia cubanos sometieron a Maximiliano Gómez y a su grupo en Europa; la ayuda que les proporcionaron prominentes miembros de la izquierda revolucionaria francesa e italiana, muchos de los cuales entraban y salían de la clandestinidad, como diríamos los dominicanos, como Pedro por su casa; las extrañas predicciones sobre estos crímenes de un experto francés en contrainteligencia soviética tan bien informado que predijo la caída de Nikita Kruschev en octubre de 1964; y los viajes de algunos revolucionarios dominicanos que se movían entre Moscú, Pekín y La Habana con la mayor naturalidad. Más allá de la evidente presencia de la CIA (que demuestra su memorando CSDB-312/00757-71, del 16 de marzo de 1971, desclasificado, aunque parcialmente, que cito en mi obra), la presencia de todos estos actores internacionales prueba que las muertes de Maximiliano Gómez y Miriam Pinedo tuvieron lugar en medio de una encarnizada partida de ajedrez en la que, al menos Maximiliano Gómez, al igual que otros que cayeron antes y que caerían después, no fueron más que simples peones sacrificados en uno de los tantos gambitos ideológicos que enfrentaron a las grandes potencias durante la Guerra Fría. Si a esto sumamos el largo peregrinar que llevó a los revolucionarios dominicanos a México, Cuba, Francia, Bélgica, Chile, Suiza, Suecia, Venezuela, Argentina, Perú, Reino Unido, Portugal, Estados Unidos y hasta a Tahití, es natural que pueda pensarse que Morir en Bruselas es una novela de espías fruto de mi imaginación. Pero no lo es. En este sentido, considero pertinente haber citado mis fuentes.
Naturalmente, no puede haber novela sin ficción y “Morir en Bruselas” la tiene. Debo aclarar, sin embargo, que en ningún caso esta ficción afecta la esencia de mi obra. Tampoco se trata de una ficción gratuita. De los más de doscientos cincuenta personajes citados en la obra, por ejemplo, solamente dos son ficticios: el inspector Paco Gossens y el detective Paul Hendrickx. Se trata de mis alter egos, los cuales satisfacen varias necesidades. Primero, conectar mis hallazgos en los ocho países que se citan en la obra. Segundo, expresar las conclusiones de mis investigaciones. Otra función de ambos protagonistas fue la de presentar la realidad en la que tuvieron lugar las muertes de Pinedo y Gómez, el terror que infundió en Bruselas el asesinato de Miriam Pinedo, el clima de zozobra que se vivía en las democracias europeas ante la posibilidad de una invasión soviética, el peso que en ellas tenía la OTAN, de la que aún son miembros Francia, Bélgica e Italia, países en los que tuvieron lugar hechos esenciales de esta historia.
Llegado este momento, permítanme hablar brevemente de la metodología que usé para escribir Morir en Bruselas. En “Morir en Bruselas” la ficción es fácilmente discernible de los hechos.
Los extensos interrogatorios que ocupan sus páginas sirven para presentar los hechos históricos que he hallado en las fuentes citadas anteriormente. Las conversaciones entre ambos protagonistas, en cambio, corresponden a ponderaciones y análisis de estos hechos. He puesto en itálicas citas textuales de documentos que he considerado esenciales: la entrevista realizada por Lil Despradel a Maximiliano Gómez, pocas semanas antes de su muerte, por ejemplo. O la postal enviada a sus familiares desde París por una Miriam Pinedo desesperada por la zozobra a la que sus futuros asesinos la sometieron. O el acuerdo revolucionario al que llegaron el MPD y el Movimiento 24 de abril, en las personas de sus líderes Maximiliano Gómez y Héctor Aristy.
Quiero puntualizar lo siguiente: a pesar del gran volumen de información inédita que mi obra aporta a los historiadores no pretendo tener el monopolio de la verdad. Sobre la muerte de Maximiliano Gómez existen al menos ocho hipótesis; sobre la de Miriam Pinedo, al menos cinco. Todas son extensamente detalladas y analizadas. Si me he decantado por dos – una por cada asesinato – lo he hecho luego de ponderar detenidamente cada una de ellas y de compartir en las páginas de mi libro los razonamientos que apoyan mis conclusiones. A pesar de que creo que son los más verosímiles, dejo al lector que saque sus propias conclusiones, esperando que, en lugar de dogmas o prejuicios, las mismas estén también basadas en un análisis desapasionado y objetivo.
Como uno de los objetivos de mi libro ha sido desvelar la verdad de estos hechos, he procurado ofrecer la posibilidad de dar su versión de los hechos a todos sus actores, incluso a aquellos sobre los que recaen sospechas muy concretas. Lamentablemente, estos no la aceptaron. No pierdo la esperanza de que recapaciten, sin embargo. Sus testimonios tendrán cabida: luego de enviar mi libro a la imprenta han surgido nuevos hechos, nuevos indicios, lo que augura que las ediciones que espero sucedan a esta sean revisadas y aumentadas.
Sacar conclusiones sin mencionar nombres no tiene sentido: no hacerlo es una falta de responsabilidad. Sin nombres este libro no tendría sentido, ya que nada aportaría a los historiadores y a los dominicanos en general. Es preciso, sin embargo, compartir algunas reflexiones. No me corresponde ni a mí ni a cualquier otro individuo repartir responsabilidades ni de estos ni cualquier otros crímenes. En Bélgica corresponde a un jurado popular, asesorado por un juez. En República Dominicana, el determinar culpabilidades es prerrogativa de un juez. Si no hay juicio, no hay autoridad de la cosa juzgada y, en consecuencia, no puede hablarse de culpables. Y como los crímenes han prescrito tanto en Bélgica como en República Dominicana (si es que ambos crímenes hubieran podido ser juzgado en nuestro país), jamás podremos hablar de asesinos. Tendremos que limitarnos, lamentablemente, a hablar de sospechosos. En este sentido, “Morir en Bruselas” no contiene acusaciones sino indicios, indicios bastante sólidos, por lo que menciono a dichos sospechosos por sus nombres. Y lo hago responsablemente: sin estas menciones, mi libro hubiera sido, nueva vez, superfluo.
Al seguir mi convicción a la hora de señalar sospechosos no he tenido otra meta que la búsqueda de la verdad. Quien busca la verdad corre el riesgo de ofender. Es por ello por lo que las ofensas que este trabajo pudiera provocar serían, aunque lamentables, necesarias. No es mi intención generar polémicas. Pero si las hubiera, serán beneficiosas: la confrontación de opiniones suele favorecer la elucidación de la verdad.
En la Historia no caben las idealizaciones. Es por ello por lo que las páginas de “Morir en Bruselas” incluyen un análisis de las actuaciones de Maximiliano Gómez en el que enumero sus aciertos pero también sus errores. Todo ser humano tiene sus fortalezas y sus debilidades, sus luces y sus sombras. Las debilidades no hacen más que resaltar las fortalezas. O como lo dijo Juan XXIII: “Si Dios creo las sombras fue para destacar la luz”.
Debo confesar que incluí este análisis no sin cierto desasosiego. Me es grato constatar que familiares de las víctimas, como Fabricio Gómez Mazara, a quien saludo, han sabido ver que mis análisis no han sido hechos para denostar a nadie, sino para contribuir con el conocimiento de nuestra historia.
La obra que hoy presento es el fruto de siete años de investigaciones realizadas con una pasión que ha rayado a veces en la obsesión. Alguien ha dicho que lo que se escribe con pasión se lee, forzosamente con interés. Espero sinceramente que “Morir en Bruselas” suscite en sus futuros lectores el mismo interés que ha suscitado en quienes ya lo han leído. Espero, sobre todo, que “Morir en Bruselas” pueda servir como catalizador de una discusión franca y responsable sobre los asesinatos de Bruselas.
Este proyecto no habría sido posible sin la ayuda de muchas personas. Además de la de las personas entrevistadas que he enumerado anteriormente, la colaboración de las que enumero a continuación me ha sido preciosa. Quiero agradecer a Josefina Monteagudo, a Norman De Castro Campbell, a Iván Araque por sus sugerencias sobre el texto; a Edwin Espinal Hernández por sus consejos sobre la estructura del libro y a Evy De Hauwere, por el diseño de la portada. Quiero agradecer al embajador Ogando por su entusiasta apoyo. Asimismo, quiero agradecer por su apoyo al doctor Roberto Cassá y – permítanme que lo haga nominalmente – a sus colaboradores Teodoro Viola, Teany Villalona, Frank Burgos, José Manuel Díaz, Esterling de la Cruz, Francisco Mayi, Ambar Ortiz, Norberto Montero y Vetilio Alfau de la sala de atención a usuarios; a Manuel Arias, del departamento de Fuentes Orales; a Karina Arias, Roberto Rodríguez, Engely Fuma, Gloria Calderón, Daniana Matos, Innolis Frometa, Lizbary Correa -espero no haber olvidado a nadie – del departamento de Comunicaciones, por haberme permitido la oportunidad de presentar mi libro en tan honorable escenario. He recibido en el Archivo General de la Nación un trato tan eficaz – ¡y cuidado! – como el que recibí en la Biblioteca François Mitterrand de París.
Finalmente, quiero expresar mi inmensa gratitud a quienes me han ayudado con la logística del libro: a mi primo Ramón Mejía Gómez, a Pamela Mejía y al resto del personal de R.H. Mejía y Cía., a mi madre Rosario Borbón, a mis hermanos Gina y Ramón Alfonso. Les agradezco infinitamente haberse ocupado de tareas que me correspondían a mí y que no he podido asumir por culpa de la distancia.
El escritor belga Pierre Mertens recogió en su libro “Los Buenos Oficios” el pavor que causó en la sociedad belga el horrible asesinato de Miriam Pinedo. Quiero terminar con una frase de este libro que, a pesar de que fue dirigida a la viuda de Otto Morales, también se puede aplicar a Maximiliano Gómez:
“Pero de la identidad de los que, Miriam, te descuartizaron y de sus razones para hacerlo, no se supo nada más; los que sabían, callaron; los que hablaron, no sabían nada”.
Con este libro he pretendido ayudar a despejar el silencio que rodea a ambos crímenes. Ojalá que los que saben y no han hablado no sigan callando.
Muchas gracias.