La reciente e histórica visita de altos funcionarios del Departamento de Estados Unidos a Cuba hizo resaltar la participación de Roberta Jacobson como mediadora que representaba a la administración estadounidense y a Josefina Vidal como su contraparte cubana. Mucho antes, el papa Francisco había trabajado por el restablecimiento de relaciones entre los dos países. Y como en otras situaciones importantes, se destaca la presencia del Cardenal Arzobispo de La Habana Jaime Ortega.
Sin limitarse a negociaciones y personalidades, la Iglesia se ha hecho presente en acontecimientos de las últimas décadas en la mayor de las Antillas. Lo mismo si se trata de obtener flexibilización y cambios oficiales hacia la religión, visitas papales, críticas cautelosas a la política gubernamental en cartas pastorales y publicaciones diocesanas, gestiones de la Nunciatura Apostólica, conversaciones para la liberación de presos políticos, así como facilitar el traslado de estos a otro país.
Se ha dicho que la Iglesia cubana fue en un pasado reciente una “Iglesia del Silencio”, como en Europa del Este y China Popular. Se le impusieron grandes limitaciones desde 1961, las cuales se fueron reduciendo a partir de los años ochenta. Pero no fue tan hostilizada como los Testigos de Jehová, que ahora hasta operan una imprenta y cuentan con más de 100,000 militantes o “publicadores” de su mensaje. Estos no tienen relación alguna con la comunidad protestante aunque algunos los confunden, erróneamente, con los evangélicos que han enfrentado condiciones parecidas a las de la Iglesia Católica.
No existe todavía en Cuba una plena libertad religiosa como se entiende en la mayoría de los países occidentales: acceso constante a los medios de comunicación, escuelas y universidades religiosas de todo tipo, frecuente edificación de nuevos templos, etc., sin embargo cada día su actividad es más evidente más allá de ceremonias religiosas y decisiones eclesiásticas.
Todo esto necesita contextualizarse y se requiere para hacerlo mucho más que un artículo periodístico. Según el Episcopado cubano sólo alrededor del dos por ciento de la población asistía con regularidad a la misa dominical en fechas recientes. En 1954, según un estudio de la prestigiosa Agrupación Católica Universitaria (ACU), sólo el 72% de la población podía considerarse católica y la gran mayoría sólo por el bautismo y la práctica ocasional. En el 2015 es probable que la mitad de la población esté bautizada. Ahora bien, gran parte de esos antiguos cristianos abandonó la Iglesia hace décadas y aunque muchos regresaron sería arriesgado afirmar, a no ser utilizando cifras convencionales sin apoyo científico, que la mayoría de la población es realmente católica.
Es también curioso que en la mayoría de las poblaciones cubanas, la suma de asistencia regular a los cultos protestantes de todas las denominaciones, sea tres veces superior a la de los templos y capillas católicos. Empero sólo el seis por ciento de los cubanos son protestantes o evangélicos. Es interesante que sus cifras de asistencia sean superiores a la de los feligreses inscritos en sus propias congregaciones, las cuales han ido creciendo en forma apreciable, pero pueden ser estrictas, algunas de ellas, en cuanto a la recepción de nuevos miembros.
Ni siquiera la suma de católicos y protestantes constituye una mayoría absoluta de la población. Si hay una religiosidad predominante numéricamente esta sería la sincrética, que combina el santoral católico con creencias y prácticas traídas del Africa siglos atrás. El sincretismo es practicado no sólo por cubanos negros y mulatos sino por muchos que se identifican como blancos. El número de estos últimos se ha reducido a la mitad de la población por el éxodo de dos millones de cubanos y por el mestizaje dentro de la Isla.
No obstante, Iglesia Católica cubana constituye la más fuerte expresión de una sociedad civil que se redujo al mínimo después de los años sesenta y representa una continuidad histórica mayor que la de cualquier otro sector, incluyendo el gobernante Partido Comunista, cuyo predecesor con el mismo nombre se fundó en 1925.
Aparte de esas consideraciones, debe tenerse en cuenta, sin importar la política del momento, que entre los cubanos ha prevalecido tradicionalmente una tolerancia y respeto a cualquier forma de religión combinada con cierta indiferencia que evita el anticlericalismo de otras geografías. Además, mirando hacia atrás, no le ha importado al pueblo la militancia religiosa de los políticos, intelectuales y otras figuras públicas. Una gran influencia histórica fue la del eximio Padre Félix Varela, pero José Martí abandonó muy temprano el catolicismo de sus mayores; el primer Presidente de la República, Tomás Estrada Palma (1902-1906), asistía dominicalmente a oficios protestantes; y el más erudito de los gobernantes burgueses del país, Alfredo Zayas (1921-1925) se declaró ateo en la primera Convención Constituyente (1901).
Retomando el tema de presencia de la Iglesia y específicamente de su principal figura el Cardenal Ortega, la participación de la Iglesia en la vida pública pudiera parecer mayor que cuando esta prevalecía en las altas clases sociales y entre egresados de escuelas católicas, pero no era por lo general un factor realmente determinante en la vida pública. Pasando a este período histórico tan diferente al anterior, la Iglesia Católica está llenando el vacío que no podido ocupar la oposición y la disidencia.
Y no puede hablarse de esos temas sin mencionar al Cardenal Ortega, que ha demostrado poseer una habilidad notable en cuestiones diplomáticas y para las relaciones Iglesia/Estado. Se puede coincidir o no con su estilo, considerado demasiado cauteloso por algunos, pero sería difícil encontrar a alguien que haya podido navegar como el famoso e ilustrado clérigo en las procelosas aguas de la Cuba de hoy.
El Cardenal Arzobispo de La Habana es la persona más prominente y conocida del país que no pertenece al Buró Político del Comité Central del partido gobernante. La Iglesia es de nuevo una institución muy visible y aún sin haber visitado todavía La Habana, Francisco parece haberse convertido en un factor sumamente importante en Cuba.
En la República de Cuba, la separación de la Iglesia y el Estado constituyó siempre una especie de dogma de fe aprendido de la Ilustración y la masonería, enseñado en las numerosas escuelas protestantes y atractivo hasta para casi todos los católicos. Cualquier intento de firmar un Concordato hubiese sido objeto de bromas en los semanarios cómicos de La Habana. Pero, en nuestro tiempo, la Iglesia Católica cubana, que solicita para ella sólo los derechos básicos de cualquier confesión religiosa en el mundo de hoy, está cada día más presente en la vida pública y los protestantes no saben cómo acomodar tantos feligreses en sus templos. Todo eso a pesar del ateísmo o agnosticismo de una cúpula gobernante que no puede ni debe ignorar el papel del Papa, del Cardenal y de la Iglesia en negociaciones que pudieran ser decisivas y provechosas para el futuro de la nación.