Tarde llegaste y con cara de vergüenzas. El hechizo comenzó cuando al fin te vi con toda la luz que el día brindaba y continuó con tus pecas esparcidas en la perfección de tu cara. Manos delicadas de versos. Suave voz con rastros de la misma luna que anoche golpeaba las celosías. Dos tazas. Una tímida, con café y crema. Otra taza, puya, decidida. Coordinamos gustos de esas páginas que hemos pasado ya a la izquierda. Había una juventud inquietante brotando de tus ojos, de cada palabra que intercalabas con una leve sonrisa. Deslumbrabas. De ese misterio tuyo que viene y va. Un misterio que se mueve con la misma naturalidad de las ramas que bailan, sur adentro.

Confirmo el hecho: todavía crees en el amor. Ingenuidades. Colores vivos. Veranos eternos. Estoy casi seguro que tienes un tormento. Un ligero reproche a ti misma. Ese reproche que te despierta en madrugadas donde destrozas las ventanas con tus miradas verdes y mueles las bachatas con tus manos frías que mastican los hombres más nostálgicos del Caribe. Hay suspiros míos que comienzan a explorar tu espalda de manera leve. Se siente un perfume tuyo, rotundo, inundando mis huesos enmohecidos. Ratones, trangalangas, hombres lobos… que te echen lo que te echen, vos no le temés a nada.

Como mal, duermo peor, y escalo la espiral de humo de esta jaraca humilde. Automedicado surfeo el mismo tubo de tiempo en donde doy sal y calorcito a estos pulmones de nadie.