Mientras se exige que los aparatos sociales proporcionen normas e instrumentos que regulen el quehacer de los individuos, entre nosotros, habituados al desorden, emergen resistencias a cualquier forma de organización imprescindible para la convivencia social. Acostumbrados a vivir el caos, cualquier expresión del orden nos torna reactivos y, a veces, hasta irracionales.

Que la masa, afectada por flagelos sociales a penas enfrentados, actúe, en su alienación, contra su propia estructura social, es explicable. Pero cuando sujetos que se suponen instruidos pierden la perspectiva de una realidad que toca sus narices, entonces debemos preocuparnos.

Es de Perogrullo que una convocatoria a cualquier “fin de la cultura”, debe estar precedida de unos reglamentos.  Es el caso de los Premios Anuales de Literatura que cada año otorga el estado dominicano a obras que se presentan bajo el amparo del cumplimiento a sus bases, mismas elaboradas, revisadas y actualizadas por un equipo que trabaja bajo la coordinación de la Dirección General del Libro y la Lectura.

Recientemente leí una publicación donde su autor aduce que si el premio se instituyó por decreto del Poder Ejecutivo, cualquier cambio a las bases, convocatoria, fechas, etc., debían esperar por un decreto revocante.  El  decreto instituye el Premio Anual de Literatura, no la inamovilidad de las bases, fechas o convocatoria.  De hecho las bases han sido modificadas en varias ocasiones (en sus artículos 20 y 27 para citar un ejemplo) sin que haya habido un decreto para cada circunstancia.

Lo asombroso es que, al momento de que el citado equipo elaboraba los ajustes a las bases, el referido autor fungía –y aún funge –como asesor del Ministerio de Cultura. Púnica fides.

La “denuncia” que parecería escrita por un enemigo de la actual gestión de gobierno, confunde el decreto 110, el cual en su artículo único designa a al arquitecto Manuel del Monte Urraca director de Patrimonio monumental, con el decreto 111 con el cual el ejecutivo faculta al Ministerio de Cultura a establecer las modificaciones de las bases, como se evidencia  en su artículo cinco; por lo cual, mientras el referido decreto no sea derogado, el Ministerio tiene competencia para elaborar las Bases del concurso.

La prisa y la emocionalidad provocaron otros errores graves,  además de confundir  el número del decreto, olvida otros premios patrocinados por el Estado, como el Premio Joven de la Feria, y soslaya que el premio bajo el mecenazgo de la Fundación Corripio tiene categoría del Premio Nacional, amparado por el Decreto  1053 del 2000.

Aun teniendo razón, lo pertinente habría sido honrar esa condición de asesor y presentar sus sugerencias al ministro para corregir cualquier desliz, antes que salir a publicar interioridades, que en el caso de las bases había sido ya  práctica de gestiones en donde también fungía el propio  Don Luis Brea como consejero.

Había pasado inadvertido, hasta la actual convocatoria, un error importante que consiste en instituir un reglón de historia en el marco de una convocatoria a premio de literatura. Es ocioso afirmar que ésta es una disciplina de las ciencias sociales que merece un tratamiento fuera del campo de la ficción, el ensayo literario y la poesía.

La ley 41-00 establece en su artículo 3,  que la Secretaria de Cultura –hoy Ministerio  – es la entidad  responsable de la “puesta en marcha de las políticas, planes, programas y proyectos de desarrollo cultural”. Es axiomático, y establecido por la ley que lo crea, que el Ministerio es el rector de las normativas en el campo de su competencia. El artículo 36 establece que es a través del Ministerio que el Estado estimulará la creatividad, impulsando y promoviendo concursos y premios.

Asistimos  a la  farsa de la preciosa ridícula, en la que uno de los personajes aspira a ser tratado como  Marqués  aunque sus funciones sean las de servir. Siempre en estos casos recuerdo el principio de la mística india, en la que el maestro se eleva a tal categoría por el servicio, no por ser servido. Pero algunos creen que sus designaciones públicas son el acto Basileo de sus siervos.

El Premio Anual de Literatura es una conquista de la comunidad intelectual dominicana, llevar las diatribas personales, los pequeños resabios y las venganzas al extremo de perjudicar esa conquista, solo podría ser el resultado de una ceguera tal como la de aquel que aserró la rama en la que se encontraba sentado.

Toda forma de estímulo a la producción artística, de las letras y las artes, constituye en sí misma un patrimonio intangible que debe ser preservado. El estímulo a la creación contribuye a elevar la conciencia nacional y alimenta nuestro acervo. Paremos ya de arrojar piedras a nuestro propio techo.