Con frecuencia, en la vida cotidiana, el término prejuicio se emplea con un sentido despectivo. Generalmente, se usa como sinónimo de un juicio carente de fundamento, o falso. Así, cuando decimos que alguien es prejuicioso, se quiere significar que tiende a hablar sin criterio, sin una base racional, o contra toda evidencia.
Uno de los filósofos más importantes del siglo XX replanteó la cuestión: Hans Georg Gadamer (1900-2002). Escribió una obra monumental titulada Verdad y método. En la misma, recupera el sentido originario del concepto de prejuicio como “pre-juicio”, o juicio previo.
En este sentido, el término pierde sus connotaciones negativas. Todas las personas tenemos pre-juicios, interpretamos el mundo a partir de una estructura de conceptos previos o anticipaciones. Cuando nos acercamos a una persona tenemos una serie de nociones previas sobre ella y sobre como son quienes pertenecen a su clase social, etnia o cultura. De igual modo, comprendemos una obra literaria, una película o una pieza musical a partir de un conjunto de ideas previas que posibilitan entenderlas (el tema, el estilo, o los contenidos de la biografía personal). Como escribió el filósofo Karl Popper (1902-1994), una mente en blanco es una mente inútil desde el punto de vista cognosctivo.
Los estudios científicos más recientes avalan los planteamientos filosóficos anteriores. Investigadores como Daniel Kahneman (1934- ) y Amos Tversky (1937-1996) muestran que los prejuicios constituyen parte de los mecanismos de la adaptación evolutiva. Nuestra sobrevivencia requiere rápidos patrones de pensamiento. Si nuestro funcionamiento diario hubiera dependido exclusivamente de los patrones racionales de pensamiento, más lentos, nos habríamos paralizado en muchas situaciones de emergencia. Nuestra historia evolutiva habría sido otra. No estaríamos aquí.
Los patrones rápidos de pensamiento incorporan los prejuicios. Esto no significa en modo alguno que debamos optar por entregarnos ciegamente a ellos. Si bien muchos prejuicios son útiles y verdaderos, muchos otros no lo son. De ahí, la necesidad de estar atentos y dispuestos a cuestionar nuestros hábitos mentales, nuestros valores y las presuposiciones con las que interpretamos nuestro mundo.