¿Adónde se fue tu sonrisa?

¿Adónde se fue tu alegría, esa que, mientras corríamos subiendo por la veintisiete a comprar una funda de montantes al colmado de la esquina, te hizo gritar, con un Sánchez en la mano, “¡Cinco estillas!¡Cinco estillas!”?

¿Adónde, la que te hizo bailar en El Country, al lado del frente de la orquesta de Cheché Abréu?

¿Adónde se fue tu energía, esa con la que lanzabas, junto a nosotros, al mismo tiempo, un tumbagobiernos justo antes del cañonazo, esa que buscabas desarrollar con el método de Charles Atlas que Clemente te trajo de Nueva York, que prometía en la contraportada de Mecánica Popular convertir al alfeñique que eras entonces en un fortachón capaz de romper la guía de teléfonos con sus propias manos, sin necesidad de pesas ni de aparatos, esa con la que combatías en Gurabo con los guantes de boxeo que compró mi padre?

¿Adónde se fue tu curiosidad por el mundo, esa que te hacía correr al cine a ver la película en la que El Zorro se parecía sospechosamente a Alain Delon y en la que además hablaba con acento francés, o a ver aquella de James Bond en la que Sean Connery se transmutaba en Roger Moore en Timothy Dalton?

¿Adónde se fue tu entusiasmo, ese que te empujaba a querer irte a un kibutz, ese que te hacía venir de San Isidro vestido de cadete, solo para almorzar con la familia y volver a irte dos horas después

¿No te harán falta tu bastón, tu molenillo, tus camisetas chinas, tus libros de karate?

¿De dónde surgió tanta tristeza?¿De aquella vez que fuimos al Cine Lama a oir derramar su amargue a un Luis Segura que lavaba oro a pesar de que todavía estaba desterrado de las escenas decentes?

¿Qué oscuro, inútil presentimiento te empujaba a purificar, una y otra vez, tu cuerpo con agua de Vichy y tu alma con aguardiente?

¿Cómo es posible que siendo ambos ovejas negras, que habiendo ambos hecho equilibrismo sobre el filo de la navaja, yo me salvara – al menos por ahora – mientras tú caías al vacío?

Sé que debo borrar tu cumpleaños de mi agenda y tu número de celular de mi lista de teléfonos, pero no puedo, pero no quiero.

Sé que ya no estás, pero no lo creo.

Sé que a mis preguntas responderá un ensordecedor, insoportable silencio.