Entre tantas preguntas que flotan en el ambiente, una trata sobre la voluntad política del presidente y la prevalencia de sus ideales. ¿Cederá al fatídico pragmatismo político criollo, claudicando a favor de grupos indiferentes al auténtico cambio? Esa y otras van y vienen desde que se instaló el nuevo gobierno, y no pueden dejar de hacerse.
Quienes observan expectantes el accionar de los nuevos ministros, especulan sobre cuáles seguirán las ideas presidenciales y cuales ejercerán a la vieja usanza. ¿Quiénes comenzarán a corromperse? (Recientemente, los medios identificaron a un ministro que al parecer cobra tres cheques, desatando alarma en la ciudadanía.) De un pasado político traumático nace la desconfianza.
Es muy temprano para responder, y temerario hacerlo. El tiempo pasa volando y, “en menos de lo que canta un gallo”, sin duda tendremos respuestas. Me resultaría triste y decepcionante imaginarme a Luis Abinader derrotado en sus ideales y convertido en un presidentico más. No creo que suceda.
En cada provincia que el gobernante visita, promete obras importantes, demostrando conocimiento preciso de las necesidades regionales y voluntad de servicio. No obstante, basta estudiar nuestra realidad económica para saber que será difícil cumplir sus promesas, pues no hay tanta agua para convertir en vino. Personalmente, quedaría complacido con ver terminada la mitad de esos proyectos.
¿Es excesivo su optimismo, exagerado? Un editorial reciente del periódico digital “Acento” advierte acertadamente al presidente que debe cuidarse de no desgastar su imagen precozmente ni de socavar su credibilidad.
Hasta el momento, manda un ejecutivo laborioso, quizás en exceso, apoyado por un equipo capaz. Atenta a ellos, está una sociedad que todavía observa con sospecha, manteniéndoles una vigilancia superior a la que otros tuvieron en el pasado. Bregar con esas expectativas y torear la militancia del PRM es agobiante.
Ante ese ineludible agobio, surge otra pregunta, sin aparente relación con las anteriores: ¿Cuida el presidente de su salud? Al fin de cuentas, la salud es que permite nuestro accionar, incluso el político, relacionándose con todo lo que hacemos. Se dice que Luis Abinader duerme y se divierte poco desde que fue juramentado. Esa dedicación se agradece, pero preocupa.
Sin tener a mano una explicación plausible, es un hecho sabido que quienes vienen gobernándonos demuestran poco sentido del humor y un curioso desinterés en tomar vacaciones. Hubo excepciones, claro está, pero escasas.
Balaguer agenciaba tiempo para leer, escribir, caminar, escuchar música, y refocilarse sexualmente; Don Antonio solía levantar anclas los fines de semana, apurando unos cuantos wiskis acompañado de amigos y familiares; Hipólito Mejía – único humorista entre todos – visitaba cultivos y jugaba al dominó. Otros aprovechaban viajes oficiales para destenderse y salir de compras. Un buen número utilizó a sus amantes para deshacerse del stress. Ninguno tomó vacaciones formales. El ejercicio del poder secuestró la mayor parte de sus vidas.
Ronald Reagan, tanto en la gobernación de California como en la presidencia de Estados Unidos, dejaba el trabajo alrededor de las cinco de la tarde; justificando ese horario por la confianza puesta en sus colaboradores y su necesidad de reposo. Solía desconectarse cabalgando las llanuras de su rancho o cambiando de rutina en “Camp David”. Los presidentes norteamericanos deben tomar vacaciones anuales.
En España, el gobierno practica “el veraneo”, viéndoseles en traje de baño o escalando montañas durante un par de semanas. Sin embargo, por estas latitudes al único que veíamos divirtiéndose era a Fidel Castro, quien se adueñó de una isleta cubana para practicar en privado sus deportes acuáticos. Repito, no conozco las razones, pero en el tercer mundo, los que mandan pierden interés por el ocio. Un enigma digno de estudio.
Así las cosas, es importante recordar que el cansancio, la falta de sueño, y la mucha tensión debilitan voluntades y merman lucidez, dos facultades esenciales para que nuestro presidente lleve a cabo la agenda del cambio.
No esta demás intentar recordarle que, descansado y distendido, puede torear mejor a tanta gente y tanto funcionario que entra y sale del palacio, sin importarles sus ideales e intentando debilitar su voluntad política.