El poemario que en esta ocasión nos ofrece Rafael Pineda, aspira a una lectura de su mundo lírico, cantado esta vez en primera persona, pero también soñado, acentuado por miradas, nostalgias y caminos que constituyen el testimonio de la presencia y la soledad. Parecería paradójica la estimación de una búsqueda y un desencuentro;  la canción que expresa la huella de un destino individual y un acento existencial que se traduce en la mirada de un testigo, sujeto que lee como descubriendo mundos y esperanzas.

Sin embargo, la tarde, frente, o, de espalda al mar, puede sentirse como un remanso poético donde el lector  advierte estados de ausencia, lejanía y cercanía de una convocatoria mágica y a la vez sentiente, donde el poema se convierte en voz y premura de un numen que se agita, se encuentra con las claves de un mundo acentuado por sus niveles de sorpresa humana y sentido de un ser marcado por la vida de sus trayectos reales o imaginarios.

Este poemario quiere ser un manual poético de un aprendiz de sueño y agua. El poeta es el yo que “dice” y asegura mediante la poesía un camino que es noche, día, mirada, ir y venir de olas, reflejo, “grandeza de amor sin medida”, final de mar, océano grandioso, aventura colosal y sobre todo, impresión de infinito. La pregunta “¿Dónde termina el mar?” expresa una sed de infinito, a la vez que una nostalgia de la presencia.

Todo el andamiaje verbal de este poemario, permite comprender y sobre todo evocar el canto, la tristeza y el significado del mar, la casa, el horizonte, el destino y el estado de vida del poeta. La sencillez puesta de manifiesto por el poeta, en este caso, aspira también a dialogar con el “otro” que mira, sospecha, aprehende su propia aventura en el orden y el contraorden ontológico, poético y perceptivo de situaciones humanas.

En efecto, el poeta es un niño que ama el mar: “yo amo el mar”. Piensa desde su horizonte y desde la ribera lo que el mundo a su espalda le presenta o le roba como aprendiz de ensueño, océano y viento. La inmensidad del océano lo envuelve en una mirada que nutre sus deseos y modos de ser en el mundo del “otro” y de lo otro.

La evocación existencial que moviliza sus estados de vida y mar presentifica la nostalgia que lleva el poeta a filosofar y a sentir sus estados  de auto-iluminación y sorpresa, de sueño y de pregunta:

“Qué tristeza si se perdiera la memoria del hombre

y si el hombre mismo dejara de soñar

qué triste se volvería la vida”.

En sus acentos, la poesía de Rafael Pineda pide los elementos que le sirven de base a un existir marcado por el ser y sus preguntas. No en vano el poeta medita y siente su sed de océano, aire, paso, sierpe y “vividura” existencial. En la “Balada para la casa de mi madre”, el poeta evoca una niñez muy propia del Sur de la República Dominicana, donde la casa es una juntura de sentimiento, pérdida, camino y fundamento de una identidad que se agolpa en el niño como forma, relato, piedra,  paisaje, obstáculo y sentido del día.

Lo que pre-siente, vive o re-vive el poeta es la angustia que habita su mundo solitario, donde la madre es biografía y significado, prueba de ser y sacrificio, progenie y experiencia en el “estar” y el existir. Aquello que busca el niño-poeta en el poema es su propio acuerdo con la vida de lo cotidiano y lo sensible, dicho mediante el poema-biografía. Se trata de un contacto en tiempo con la vida y con el orden imperfecto del mundo.

Pero lo cierto es que aquello que descubre la intencionalidad del ente humano invoca o evoca las cardinales de un logos que pregunta y busca en lo más hondo del “decir” existencial. Queja, silencio, experiencia, fatalidad y borde construyen desde el poema una ceremonia, un canto de vuelo y sentido del mundo individual.

De hecho, para el poeta, el mar, la casa y la tierra son el mundo, la ausencia y la presencia. En aquel sur lejano, seco, caliente y hambriento, el niño- poeta empezó a escribir su biografía:

“Yo tenía miedo

La noche me hacía temblar

Los árboles crujían

Me daban miedo los silbidos del viento

Y a veces lloraba y pateaba”.

Lo que le decía la abuela al niño era su propia experiencia. Consejo y amor, conocimiento y tradición aparecen en el centro mismo de la casa:

“No estés triste

No es fácil cruzar la montaña…

El camino es para el hombre

Aunque largo sea”

El libro que ahora asume y presenta Rafael Pineda es el de su identidad ontológica y humana. La metamorfosis que opera como figura de alta significación en este sentido, la podemos intuir y registrar en “La balada del grillo” (Yo era un grillo… y no lo niego/ no  lo quiero creer, pero lo creo…).

La experiencia que habla a través de “Las preguntas”, conduce y afirma la cardinal del niño-estudiante que lee, tal y como se puede advertir en la “Balada de un estudiante que lee”, siendo esta una de las cardinales fundamentales del presente libro. El llamado del poeta se pronuncia en la “historia hablada”. El campo expresivo y lírico implica en este poema una pregunta puntual:

“Quién escribió la historia

y de la historia se olvidó?”

De hecho el poeta rememora un crimen social y político,  otra historia ligada a su biografía como ente social y responsivo. Pero el nombre que evoca en el poema es el de un compueblano desaparecido. Un existente que retumba en su consciencia como vida y ser de una experiencia, un signo del tiempo y del espacio recobrados. Lo humano y lo social habitan al poeta desde una cosmovisión individual pero sentida y re-nacida. Por eso, el poeta cuenta su historia y la recrea líricamente en el poema.

La primavera de 1966 es un fantasma que problematizará al futuro del niño-poeta que siente y presiente aquello que vendrá, luego de que la República Dominicana se convirtiera en un espacio de ferocidad política y fuerzas brutales. A partir de aquella primavera gris y triste cayeron sus imágenes de sueño. El poeta inició desde entonces su peregrinar por las huellas y senderos de la historia, con su carga existencial en las espaldas. Tanto su exilio, como su cárcel, constituyen un expediente lírico y ontológico de obsesiva significación en su poesía.

En efecto, Preguntas de un estudiante que lee es un manual lírico de lectura  para comprender el propio mundo del poeta, frente al otro que es la soledad frente al mar y al horizonte.

Escrito en un estilo despojado de apariencias lingüísticas y preceptivas, el libro que en esta ocasión da a la estampa el poeta Rafael Pineda, solicita una lectura de estados propios de una visión y una experiencia del sujeto viviente en proyecto y escritura.

La suma de partes poéticas de este libro se concentra en un aliento autobiográfico, donde el niño-proyecto que lee su existir y su existencia pronuncia el deseo de un ser habitado por la promesa de futuro y presencia, edad y conquista de la razón que acerca lo uno y lo diverso de un ser-vida y un ser-huella para el testimonio y el recuerdo.

Homenaje, autoconvicción y heredad de la historia son fórmulas de riesgo, caminos que trascienden vida y tradición como relatos que sobresalen en este libro de Rafael Pineda, armado de nostalgias y recuerdos, de pasión y dimensión dramática en sus partes e imágenes propiciatorias. El eco, la historia, el rumor y las fuerzas conminatorias de lo cotidiano, ayudan a conducir, o más bien, a resituar el deseo de vida y esperanza del sujeto que piensa la “cosa” poética como estro, lenguaje y experiencia.