En medio de esta crisis, y anunciándose ya el gradual desmantelamiento de la fragmentada cuarentena y de algunas medidas de protección sanitaria, surgen ciertas preguntas en el confinamiento, curiosidades del traqueteo pandémico. Cuestionamientos que quiero compartir, aunque limitándome a tres de ellas. Quizás muchos ya tengan las respuestas, pero yo no las tengo. Veamos.
¿Dónde están, que hacen, y cómo lo pasan los narcotraficantes? Las noticias, acaparadas por la pandemia, no muestran grandes cargamentos de cocaína, ni contundentes redadas, sin embargo, los puntos de drogas siguen abiertos. Estos pilares de la economía, ¿sufren o se benefician de la tragedia? Estos dramáticos descoloramientos sociales suelen aprovecharse para incrementar actividades criminales y negocios ilícitos. “Cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta.” La policía, las fuerzas armadas, las aduanas, los aeropuertos, los puertos, y otros grupos de control, ahora tienen que ocuparse de otras cosas. Pero si, cuando tímidamente se ocupaban, comenzaba a hablarse de narcoestado, los capos se paseaban gozosos por doquier, y los políticos apenas ocultaban su contubernio con ellos, ¿qué estará pasando ahora? En Colombia no han dejado de producir cocaína, los venezolanos siguen transportándola, y en Norteamérica siguen consumiéndola. Entonces, ¿cómo va el negocio de la droga?
Algo que me llama la atención, y de varias maneras relacionado con mi inquietud anterior, es la extraordinaria efectividad con la que en esta ocasión se logra el cierre de la frontera. Tal ha sido la eficacia de las fuerzas militares que, entre dominicanos y haitianos, la transmisión viral es irrelevante. Fascinante. Parece que se ha logrado regular el tránsito fronterizo; un deseo de la sociedad dominicana que ahora se cumple. Parece que en esta tragedia desempolvaron la estrategia del manejo efectivo de la frontera, y pudieron dejar de hacerla porosa; línea imaginaria de transacciones económicas, de oferta y demanda, y corrupción. Quizás siempre supieron que hacer, pero no lo hacían.
Otra curiosidad que quiero presentar, y de la que me alertó una indignada amiga, parte de otros cristianos que no entienden lo que sucede; y hasta el Padre Rogelio, sacerdote auténtico y militante: ¿Por qué la iglesia católica y las de otras denominaciones no tienen un papel protagónico en la asistencia social a los pobres, infectados y desamparados? ¿No es acaso prestar ayuda a desvalidos y desamparados partes esenciales de la doctrina? Aliviar a los enfermos, dar comida al hambriento. Todos imaginábamos a las monjitas multiplicarse en cientos de Madre Teresa de Jesús, yendo de casa en casa, volcándose sobre los infectados. Supuse que las cuentas bancarias del obispado y de los pastores cristianos estarían dirigidas a la asistencia sanitaria. Pero, sobre todo, que ofrecerían sosiego espiritual y consuelo bíblico. No está sucediendo. En cambio, permitieron que les quitaran su lugar falsas Madre Teresas, falsos San Franciscos, y psicopáticos arcángeles de la política. ¿Qué sucede? Necesito una respuesta.
Repito, quizás mis interrogantes no sean tales, pero yo todavía no me aclaro. Pero como surgirán otros cuestionamientos, para cuando lleguen necesito al menos resolver estas tres preguntas. De lo contrario, será demasiado el agobio: preguntas, confinamiento, un virus que asecha, y una edad que no favorece. Demasiado.