En ese viaje inmóvil por el espacio-tiempo que es la lectura, me he tropezado a lo largo de los años con dos personajes históricos que se me antojan precursores de Balaguer.
El primero es Enrico Dándolo, cuadragésimo primer dogo de Venecia. Dándolo fue elegido a fines del siglo XII, a la avanzadísima edad de ochenta y cinco años, más avanzada aún si se tiene en cuenta que la esperanza de vida en aquella época era muy baja. Además de la avanzada edad a la que ejerció el poder, Dándolo compartió con Balaguer también su ceguera. Como Balaguer, también fue embajador y ocupó los cargos públicas más diversos antes de convertirse en el mandatario de su nación.
Y como Balaguer, Dándolo fue sumamente cruel. Así como Balaguer diezmó la mejor juventud dominicana, a pesar de que eran sus compatriotas – en sentido literal y no político – así Enrico Dándolo, durante la Cuarta Cruzada, en lugar de atacar directamente a los sarracenos que dominaban los lugares santos de la cristiandad, hizo una escala para atacar a los bizantinos, sus aliados, a pesar de ser también cristianos. El saqueo veneciano de Constantinopla fue tal que con él se inició su lenta decadencia. Todavía hoy, los cuatro caballos que adornaban el hipódromo de Constantinopla, dominan, desde la iglesia de San Marcos, la plaza veneciana homónima.
Enrico Dándolo es considerado como uno de los más grandes dogos de toda la historia de Venecia: Bajo su mandato, la Serenísima logró el dominio de todo el mar Adriático y del Mediterráneo oriental, convirtiéndose en una de las mayores potencias europeas.
Habrá quien considere que Balaguer también fortaleció a Quisqueya. Creo que no. A diferencia de Dándolo, Balaguer, empecinado como estaba en obtener el monopolio de la gloria, mató en la funda a todo polluelo que pretendió heredar o disputarle su condición de gallo de calidad. Y ese egoísmo no privó de nuevos líderes solamente al Partido Reformista – que no llega ahora ni a sombra de lo que era – sino a toda la nación. Balaguer murió y dejó a su partido moribundo. Y al gallo colorao el morado le dio el estoque final. Balaguer contribuyó así al sistema de partido único que hoy tenemos y, por ende, atentó contra nuestra democracia e institucionalidad, haciéndonos más débiles. Así es Balaguer: Influye en nuestra política hasta después de muerto.
El segundo precursor de Balaguer lo fue el papa Juan XXII. Jacques Duèze nació en Cahors, Francia – cuna, por cierto, de la familia Espaillat – a mediados del siglo XIII y participó en uno de los conclaves más largos de la historia del papado. Corrían los felices tiempos en los que los papas obedecían a los reyes – y no al revés, como sucede en Quisqueya. Tres facciones de cardenales que respondían a los intereses de igual número de monarcas se peleaban por sentar en el trono de San Pedro – entonces en Aviñón, Francia – a uno de los suyos. El rey francés, harto de tanta discordia, trancó a los cardenales en una iglesia de la ciudad de Carpentrás y los amenazó con no dejarlos salir hasta que eligieran un papa (naturalmente, uno que le fuera favorable).
Según Maurice Druon, el cardenal Duèze, el más viejo de todos, fue convenciendo, uno por uno, a los demás cardenales para que lo eligieran. Total, tenía sesenta y siete años – un vejestorio para la época – y era seguro que no tardaría mucho en morir. Todos aceptaron. Todos cayeron en la trampa. Duèze era tan zorro como Balaguer. Porque tan pronto se convirtió en el papa Juan XXII, no se murió pronto, sino que reinó durante dieciocho largos años.
Con todo, su pontificado fue más bien exitoso. Durante el mismo se instituyó la fiesta de la Trinidad y se canonizó a Tomás de Aquino, entre otros hechos. Dante, tan duro con muchas figuras poderosas en su Divina Comedia, no lo colocó en su infierno sino en su paraíso.
Habrá también quien considere que la obra de Balaguer fue tan grande como la del cardenal Duèze. Creo que no. Duèze construyó monumentos espirituales; Balaguer, simples montones de piedras. El reino del primero fue espiritual; el del segundo, material. El del primero perteneció al otro mundo; el del segundo, a este. Y ya se sabe lo que espera a los reinos de este mundo.
Balaguer ejerció el poder hasta la vejez, como Dándolo y Juan XXII. Fue cruel y ciego como el primero y astuto y célibe como el segundo.
Pero, ¿Logró Balaguer, como ellos, casarse con la historia, como tanto soñaba?¿Será Balaguer también recordado luego de, al menos, siete siglos?