“Lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de cuestionamiento”. Werner Heisenberg
Consabido es que la finalidad de la formación académica liberal no es la misma que la de la instrucción profesional especializada. Se dice que la primera tiene por principal objeto capacitar al sujeto a plantear y explorar las preguntas pertinentes, más que a dar respuestas definitivas; mientras que la segunda se enfoca en dominar las metodologías y las técnicas, aplicándolas en contexto para resolver un problema. Quienes dudan de la utilidad de formar a los futuros líderes en las disciplinas académicas humanísticas deben considerar que es preferible encontrar una respuesta equivocada a la pregunta correcta, que inventar una solución a un problema errado o falso. El formular y responder preguntas es la esencia misma del aprendizaje. Acertar la pregunta es acercarse a la respuesta. Si no hacemos la pregunta correcta, no podemos diseñar la solución óptima, pues como escribiera la recién fallecida gran maestra estadounidense de la ciencia ficción, Úrsula Le Guin: “No hay respuestas correctas a preguntas equivocadas”.
Cada día más gente profundiza sus conocimientos en una especialidad y desarrolla las competencias para resolver la tarea que otro plantea. Muchas instituciones educativas de los niveles medio y superior mal que bien se enfocan en instruir a profesionales y técnicos en buscar respuestas, premiando la solución “correcta” antes que la pregunta inspiradora. Sin embargo, un buen método de cuestionamiento es crítico para el éxito en todas las áreas del saber, y esta competencia debe desarrollarse más temprano que tarde. ¿Podemos con la pedagogía que privilegia la respuesta sobre el cuestionamiento formar líderes que acierten en la priorización de las cuestiones a debatir y los problemas a resolver? ¿Estamos formando a “especialistas” en formular con precisión las preguntas apropiadas para suscitar soluciones óptimas?
La mera transmisión de información no capacita para formular los problemas a resolver; es la investigación la que tiene la crucial función de plantear las preguntas pertinentes a ser resueltas, y por eso debe ser el eje transversal de toda institución de educación superior en aulas, en laboratorios y en el campo. Jonas Salk apunta sobre la importancia del cuestionamiento en la investigación y el momento eureka al ponderar: “Lo que la gente considera como el momento del descubrimiento es realmente el descubrimiento de la pregunta”.
Los matemáticos utilizan la figura de la “conjetura” para afirmar como cierta una observación que, al no haber sido probada pero tampoco refutada, sigue pendiente de prueba. Sólo cuando se haya podido demostrar definitivamente su veracidad, la conjetura pasará a ser un teorema y, por lo tanto, podrá usarse como elemento para construir otras demostraciones formales. Tan importante se considera probar la falsedad de una conjetura como probar que es cierta y convertirla en un teorema, pues lo que importa es haber planteado el ejercicio correctamente y trabajar para eventualmente conocer el resultado. Hay conjeturas como la de Goldbach (formulada en 1742), que dice que todo número par mayor que 2 puede escribirse como la suma de dos números primos, que llevan siglos sin resolución definitiva. Nadie ha encontrado un número par que no pueda ser representado como la suma de dos números primos, por tanto la conjetura se mantiene intacta, pero no es teorema porque aún requiere de prueba irrefutable. En 1769, uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos, Leonhard Euler, formuló una célebre conjetura que no fue desmentida hasta 1966, y entonces solo parcialmente. Los grandes matemáticos no siempre resuelven los problemas que ellos mismos formulan, muchas veces dejan conjeturas fértiles para otros genios probar o desmentir. Wikipedia nos resume sobre la última conjetura de Fermat: “El (hoy) teorema fue conjeturado por Pierre de Fermat en 1637, pero no fue demostrado hasta 1995 por Andrew Wiles ayudado por el matemático Richard Taylor. La búsqueda de una demostración estimuló el desarrollo de la teoría algebraica de números en el siglo XIX y la demostración del teorema de la modularidad en el siglo XX.”
Si los matemáticos sobresalen por su dedicación a formular la pregunta correcta y buscar la solución óptima, léase la más sencilla y comprensible, en el otro extremo del espectro de la humanidad están los demagogos y falsos profetas que nunca plantean preguntas, pues ellos siempre tienen todas las respuestas a flor de labios. La demagogia es el arte de buscar problemas falsos, encontrarlos, hacer un diagnóstico fantasioso y aplicar después los remedios más costosos. Lamentablemente así como los matemáticos son escasos, los demagogos y falsos profetas pululan con frecuencia cerca del poder. Hacemos nuestra la atinada “conjetura de Voltaire”, de que es siempre mejor juzgar a la persona por sus preguntas en vez de hacerlo por sus respuestas, hasta prueba en contrario.
¿Queremos formar demagogos y falsos profetas con respuestas unívocas, o polímatas que cuestionan como matemáticos y empatizan como poetas? Es tiempo de fortalecer el aprendizaje de la formulación de preguntas en nuestros programas de estudio mediante un mayor énfasis en las ciencias y humanidades, con la investigación como eje transversal.